Uno de los hechos más crueles que dejó la guerra por la recuperación de nuestras Islas Malvinas fue el hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo de 1982, que se encontraba fuera de la zona del conflicto y en la que perdieron la vida 323 argentinos. Atacar un buque de estas características en un espacio marítimo que no estaba incluido en el conflicto fue, en la opinión de algunos especialistas uno de los mayores crímenes de guerra cometidos en esa época e incluyó presentaciones en la corte de La Haya.
Entre las imágenes grabadas de ese terrible momento, además de las balsas anaranjadas en las que se salvó parte de la tripulación, está la de la proa del barco asomando sobre el agua y sólo dos personas sin abandonar el buque: el capitán Héctor Bonzo y el suboficial Ramón Barrionuevo.
En nuestro espacio de Ruta Nacional Malvinas (junto a Rubén Russo), hablamos con Barrionuevo sobre aquellos minutos en que el buque fue atacado por el submarino inglés Conqueror, en un testimonio imperdible en primera persona.
Recordó que “cuando voy a tomar la guardia cerca de las cuatro de la tarde, escucho un estampido muy fuerte y un movimiento muy brusco del barco y produce una escora (se inclina) en unos 15 grados” y unos segundos antes el grito del vigía (que va en la parte superior de la embarcación que grita “torpedo”.
El crucero General Belgrano, al tener una gran estructura no puede hacer maniobras evasivas, por lo que es alcanzado primero “en la zona de la sala de máquinas de popa, ingresó 2 metros dentro del buque antes de explotar e hizo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho. Por allí el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua”, según contó el capitán Bonzo en una entrevista publicada por Infobae. El torpedo “ingresó 2 metros dentro del buque antes de explotar e hizo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho. Por allí el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua. Esa explosión causó la mayor cantidad de muertos. Creo que al menos 275 cayeron en ese instante. El buque se quedó sin fuerzas, sin luz, sin energía. Y lo más tremendo fue que ya no podía repararse. No funcionaban las bombas de achique ni el generador de emergencia”, agregó.
El segundo proyectil “dio en la proa 30 segundos después. Estaba ya en el puente cuando impactó al crucero. Entonces ocurrió algo inenarrable: una columna de agua se elevó 20 metros, volaron hierros y maderas, y cuando cayó faltaban 15 metros de la proa. El duro barco de acero se había partido como manteca», indicó en esa nota Bonzo.
En el caso de Barrionuevo, en la entrevista que acompaña esta nota, reflexionó que ambos torpedos ingresaron “en zonas muy certeras, de proa y popa son las únicas partes donde la coraza no es de seis pulgadas como la que tenía en la parte central, que era reforzada porque estaba el combustible, el armamento, la maquinaria, el cerebro del barco”.
Luego de ambos impactos, llega a cubierta y a partir de allí el relato de lo vivido por este Veterano de Guerra nos da una dimensión de lo que sucedió en ese momento y quedará en la memoria de él y de los héroes que murieron y los que sobrevivieron a ese ataque artero.
Un momento especial fue cuando Barrionuevo observa que el capitán está en la proa del barco ya con la mitad de su estructura hundida y lo convence para abandonarlo.