Era un animal temido por el resto de gigantes por sus características de carnívoro. Lo que no se ve de quienes estudian científicamente: inmensas amoladoras, martillos neumáticos y la intemperie que pocas veces es amable en la Patagonia.
El subsuelo de toda la Patagonia y en especial el neuquino conforma uno de los yacimientos más importantes del mundo en cuanto a las investigaciones paleontológicas y la riqueza del patrimonio inmaterial. Nos hemos acostumbrado en los últimos años a los anuncios sobre hallazgos tanto de animales con millones de años de antigüedad como de vestigios de población humana. Las cuencas subterráneas para la extracción de gas y petróleo también marcan un panorama patagónico relacionado con los plegamientos de la cordillera de los Andes, la vida marina de aquellas épocas y los sedimentos que enriquecieron esta región con minerales extractivos.
En el caso de científicos y científicas que desarrollan sus centros de estudio en el sur, muy usualmente deben relacionarse también con el clima, la geografía y la hostilidad de nuestra Patagonia. Esa hostilidad se debe interpretar como una de las características del clima sureño, que puede acumular un combo de frío extremo, viento muy intenso, polvo en suspensión, lluvias abundantes y meseta achaparrada. Es común observar, especialmente en el mundo científico de la biología, arqueología, paleontología, antropología, entre muchos otros relacionados, que sus protagonistas no cumplen con esa mirada arquetípica de laboratorios con microscopios y pipetas y guardapolvos blancos, aunque también en el algún momento lo puedan hacer.
Una de las facetas que menos difusión tiene de esas disciplinas científicas relacionadas con la investigación de nuestro pasado es la de los trabajos “de campo” que deben realizar, especialmente en lo que se conoce como “campo” patagónico. Esto es: científicos y científicas que a la par de profundizar en sus carreras con tesis y doctorados y premios internacionales, deben arremangarse y en pleno verano agarrar una amoladora gigante para cortar una inmensa roca. O un martillo neumático (de los que se ven haciendo agujeros en el asfalto) para tratar de partir en pedazos una mole de arcilla dura.
Esas imágenes, que queremos compartir en esta nota pertenecen a las cuatro campañas, cuatro veranos en los que un equipo paleontológico del Museo “Ernesto Bachmann” de Villa El Chocón, el Área de Paleontología de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y The Field Museum, con financiamientos de The National Geographic Society, la Municipalidad de Villa El Chocón, la Fundación Azara y The Field Museum (Chicago, EEUU), debieron profundizar un enorme pozo o cantera muy cerca de las aguas del lago Ramos Mexía para extraer fósiles que pertenecieron al menos a dos especies.
Con herramientas más vistas en grandes empresas de demolición o de apertura de rutas en nuestra cordillera, científicos y científicas nacionales y extranjeros durante cuatro veranos cambiaron los viajes de vacaciones y de placer por estar a la intemperie, al rayo del sol, llenos de polvo y con sus cuerpos víctimas de las vibraciones y exigencias de las herramientas utilizadas.
En una riquísima entrevista con el paleontólogo Juan Ignacio Canale, quien lideró el equipo y utilizó esas grandes herramientas y es referente científico del Museo Ernesto Bachmann de El Chocón, recordó que como pocas veces, a horas de instalados en el sitio comenzaron a aflorar los primeros indicios de la presencia de grandes especies en la zona. Especialmente cuando descubrieron fósiles de al menos dos animales: un mapusaurus (hervíboro pariente del gigante argentinosaurus hallado en la zona) y el carnívoro Meraxes Gigas.
El también llamado “devorador de dinosaurios” fue extraído a lo largo de cuatro campañas como pocos en el mundo: lo que fue su cráneo, sus piernas y pequeños brazos y algunas vértebras. “Es cierto que es un arduo trabajo, pero es como desenterrar un tesoro”, admitió Canale ante las preguntas sobre las máquinas utilizadas para dar con las especies que se estima vivieron hace unos 96 millones de años en esta región.
Los restos de estos dinosaurios gigantes están ahora en el museo de El Chocón, pero se encontraban a unos dos metros de profundidad sobre un duro manto de roca arenisca.
En el caso del Meraxes, además de la publicación en una de las revistas internacionales de ciencia más renombradas (Current Biology), se lo presentó hace unos meses, con las características del sitio (forma parte de la Formación Huincul), de los restos hallados y las características que tenían.
Sólo con mencionar que el gigante descubierto era un carnívoro de unos once metros, con un peso de 4200 kilos, que además se erguía sobre sus dos patas y manejaba a la perfección sus dos pequeños brazos con garras, nos da una idea de qué tipo de animal es el encontrado.
Uno más que enriquece el patrimonio paleontológico de Neuquén, la Patagonia y el país, y de la calidad de científicos y científicas que además de los papeles y los laboratorios, echan mano a las herramientas que en el medio de la intemperie sacan a la superficie el valor de nuestro pasado.