Crónica de la llegada, las pérdidas y el cambio de planes que tuvo el hombre que encabezó una familia tradicional e histórica para la Provincia patagónica.
El abuelo de los Sapag ha perdido algunas letras y un nombre, a pocos minutos de llegar a la Argentina.
En el paso aduanero del idioma árabe al español, de su original Sabbagh de la Mayrouba libanesa, pasó al argentino Sapag. Y nada queda de su nombre Manzur (el vencedor), que literalmente desapareció fondeado en el muelle de ese escritorio. Sólo le queda un vestigio de su origen: el hombre Habib.
Sabe que esos son los costos de las traducciones o de los rústicos oídos en los registros civiles. Lo que lo inquieta ahora es llegar a destino. Ya han pasado casi cuarenta días de viaje en barco y el dolor de dejar todo sólo se calma con el embrujo de los nuevos horizontes.
Al salir de la oficina porteña de Inmigraciones refriega con sus dos manos las solapas grises del saco. Una y otra vez. El roce de sus dedos por ese tejido es lo que le trae aires de su pueblo. En su memoria, en esas ropas que le abrigan los 48 años de edad, está Habib. En esas veredas atestadas de recién llegados, ahora es Sapag. Y mira al Sur.
La ansiedad y la lentitud del paso de las horas en las barracas de madera del barco, las calmaron él y su hijo Elías (Eshaia) aprendiendo algunas palabras españolas y aspectos de la cultura que los recibiría.
Su pariente Simón Roca Jalil es el guía y el improvisado docente en el trayecto desde Mayrouba hasta la capital neuquina. Siete años antes se había instalado en el sur de Neuquén junto a un hermano y tres primos. Fruto de su bienestar económico, ha podido costearse un camarote en el segundo piso del barco para mayor comodidad de su esposa Rosa Jalil de Jalil.
Ya en Constitución, a punto de subir a un vagón del Ferrocarril General Roca, Simón lo palmea y en un árabe lleno de expectativas le dice “ahora va a ver lo que es esta tierra, lo mejor está por venir”.
La salida de la capital argentina satura la mirada de casas y ranchos que se suceden interminablemente por la ventanilla. A poco más de una hora de viaje, la vista se pierde en una llanura inmensa con lunares de vacas y montes de eucaliptus. “Pampa, de esto le hablé”, le señala Simón ya en castellano.
Los ojos del primero de los Sapag se llenan de verde e inmensidad. Esa geografía que apabulla por extensión no tiene el talle de la pequeña villa escarpada del Líbano. Los campos bonaerenses conmocionan y desorbitan a cualquier comentario que pueda decirse en árabe o en español. La referencia del horizonte está tan lejos que sólo se la compara con la vista que han tenido desde cubierta, en medio del Atlántico. Pero esto es tierra y en la cultura de estos campesinos libaneses, se traduce en valores de trabajo y bienestar económico. La tierra es una aliada para sobrevivir. Con estas dimensiones, puede dar además el mejor futuro que se puede conseguir para toda la familia.
Pasando Bahía Blanca, las ventanillas del tren cambian el color de la inmensidad. Ahora es un marrón verdoso donde se funden la arena con la jarilla. Horas y horas de ese tono monocorde, árido y desafiante.
Cuando las vías se acercan al río Negro, otra postal inunda los ojos de los pasajeros. Un tímido valle se adivina en Choele Choel y se hace un poco más intenso desde Villa Regina hacia el sur, anticipando lo que luego será el Alto Valle, como una muestra de la relación entre el agua y estas tierras arenosas.
¿El primero de los Sapag habrá soñado en este valle las plantaciones de manzanas de su pueblo natal? ¿Habrá comentado las posibilidades que tendrían aquellas variedades que tanto esfuerzo les consumían en la explotación de las laderas montañosas de Mayrouba?.
Cuatro años después, con la construcción del dique Ballester y los canales de riego, más la llegada de las primeras variedades de manzanas y peras, esa visión se hizo realidad en el valle que acaba de ver el primero de los Sapag.
Simón de pronto golpea las manos y –en árabe- le anticipa que ya falta muy poco para llegar. Los viajantes se sacuden el polvo que no ha dejado de entrar en todo el recorrido del tren. Ansiosos alistan a su lado las maletas de cartón marrón y se recomiendan no perder de vista los baúles que viajan en el vagón de las encomiendas.
La formación del ferrocarril tiene el paso más lento de todo el recorrido cuando traquetea el puente de hierro que está sobre el río Neuquén y abre las puertas a la nueva Capital del Territorio. Ese paso lento, con ecos de hierro crujiente, permite palpar con la vista las piedras del lecho de este río caudaloso de aguas cristalinas.
El flamante puente que cruza el primero de los Sapag tiene sólo siete años y el poblado al que ingresan, sólo cuatro años como Capital. Noviembre de 1908 se abre paso como las aguas de ese río que a pocos metros se injertará con el Limay y formarán el Negro.
Pero al hilado del viaje aún le resta un zurcido largo. Neuquén capital será el trasbordo de los vagones del ferrocarril a cuatro carretas inmensas tiradas por bueyes y con ruedas de más de dos metros, suficientes como para vadear las lagunas y ríos que esperan su paso.
Luego de los cuarenta días sobre el atlántico, la breve estadía en Buenos Aires y el recorrido ferroviario, el matrimonio Roca Jalil más padre e hijo inician la caravana hacia Junín de los Andes.
Los últimos vientos de la primavera y los primeros soles a pleno del verano serán su compañía, sobre huellas de arena, matorrales, grandes lagunas y ríos apurados por el deshielo. Sólo la parsimonia del ritmo de los bueyes pone un remanso a la velocidad de las miradas y los sueños de los viajeros.
Tras superar el paraje Laguna Larga (donde luego nacería la ciudad de Plottier), los animales comienzan a mostrar algunos signos preocupantes. Un día después, cerca de Cabo Alarcón o Picún Leufú, ya no hay dudas que varios de los bueyes sufren de fiebre aftosa y no queda otra opción que sacrificarlos.
Junto a la preocupación por la salud de quienes aportan la fuerza para tirar de las carretas, Habib y su hijo comienzan a coincidir en la conveniencia de no alejarse demasiado de la capital neuquina por las posibilidades de comercio que ese poblado puede ofrecer. Cuanto más se alejan e ingresan en la incertidumbre del paisaje, ellos más se convencen de los provechos comerciales de ese pueblo adonde se asientan las autoridades del Territorio, adonde llega el tren y adonde confluye el tránsito hacia Bahía Blanca y Buenos Aires. Esos razonamientos salen a la luz cuando la caravana se queda sin la tracción a sangre y hay que decidir qué hacer.
A pocos metros del humilde caserío de lo que fue el primer asentamiento de Picún Leufú apostan las cuatro carretas en semicírculo para montar las tiendas de campaña y analizar la situación. Cuando las luces del día desaparecen junto con las últimas bocanadas de viento, Rosa Jalil termina de fritar unas Kebbe (croquetas de carne, cebolla y otros ingredientes). Alrededor de esa olla tiznada cenan y beben arak (alcohol anisado). Y asoman las primeras diferencias entre la comitiva. Mientras el objetivo inamovible de Simón y su esposa es continuar hacia Junín de los Andes, Sapag padre e hijo optan por quedarse en ese lugar, para luego con el paso de los años ir a la capital y luego instalarse definitivamente en Covunco y Zapala.
En esa larga charla, con el Usted siempre como modo de trato, afloran las dos realidades: Simón ha desarrollado su actividad comercial primero en Junín de los Andes y luego en el paraje San Ignacio, territorio del cacique Manuel Namuncurá que junto a su esposa Rosario Burgos, lo acogieron en su entorno para la convivencia y la venta de mercadería. Por el otro lado, Habib y su hijo Elías vienen a empezar una nueva vida y piensan que la mejor posibilidad para ello se abre en ese lugar o acercándose más a la capital neuquina. ¿En su religiosidad maronita cristiana es una señal divina la muerte de quienes guiaban la caravana? Las señales de Dios tienen su traducción en la charla de los cuatro creyentes.
Con la noche cerrada y los cuerpos con señales de cansancio, se cierra la diferencia. La muerte de los bueyes bifurca los caminos de los Roca Jalil y los Sapag. El viento soplará en dos direcciones a la mañana siguiente.
Sapag por Sapag
El ingeniero Luis Felipe Sapag, 110 años después, también en noviembre pero de 2018 recibe a este periodista en la histórica casona de la calle Belgrano, adonde Don Felipe y Doña Chela tejieron su vida cotidiana y fueron protagonistas de la historia del Neuquén contemporáneo. Una breve charla junto a una mesa de madera llena de fotos de la familia y el obsequio de una parva de libros para llenar de contenido una futura novela que empezaría como empieza esta nota.
Luego seguirían un par de encuentros similares e intercambio de mails con detalles íntimos para ir puliendo los textos. La muerte de Luis Felipe, el 30 de mayo de 2019 escribió un punto final cruel y definitivo.
En esos encuentros, la hoja de ruta de ruta para recorrer el hilo Sapag en nuestras tierras fue el texto que sigue, escrito por él:
Los orígenes de la familia Sapag
La familia emigró desde Mayrouba, Provincia de Keserwan, Líbano, donde predomina la confesión cristiana maronita. El primer miembro que llegó a Neuquén fue Habib Manzur Sabbagh, nacido en 1860 e inscripto como Habib Sapag, en 1908, quien arribó junto a uno de sus hijos, Eshaia Habib, registrado como Elías Habib Sapag.
Los Sabbagh tuvieron una larga tradición como constructores en el Líbano. Siempre residieron en la región de Keserwan y provienen de la localidad de Darahoun, cerca de Mayrouba, en donde nació alrededor de 1810 el padre de Habib, Manzur Sabbagh, el más antiguo ancestro conocido. Fueron consumados artistas de la piedra en la construcción de edificios importantes, tales como iglesias y conventos.
Arribados a Buenos Aires fueron apoyados por la familia de Moisés y Salomón Busader, importantes comerciantes mayoristas, también nacidos en el Líbano, quienes los recibieron fraternalmente en el puerto de Buenos Aires. Además de ayudarlos en Aduana y Migraciones y alojarlos provisoriamente, les concedieron facilidades para su desempeño como comerciantes minoristas.
La esposa de Habib, Yusfie Saade de Sabbagh, nacida en Mairuba, en 1865, no viajó a la Argentina. Los descendientes afirman que vivió 110 años, falleciendo en 1975.
Los Sapag intentaron radicarse en la zona de San Martín y Junín de los Andes, en el sur de Neuquén, para lo cual, luego de arribar en tren hasta la capital provincial, compraron dos carretas y los respectivos bueyes, en las que cargaron sus mercaderías. No pudieron llegar pues los animales sufrieron una enfermedad y murieron en un lugar llamado Fortín Cabo Alarcón, ubicado en el extremo sur de lo que hoy es el Lago Exequiel Ramos Mexia, formado por la represa de El Chocón. Se instalaron unos meses, en lo que fue la primera residencia de los Sapag en Argentina, pero luego decidieron volver a Neuquén Capital, donde habia condiciones más adecuadas para el comercio.
En ese momento se estaba construyendo el Ferrocarril Sud hacia la zona de Covunco y Zapala y se estaba erigiendo el Dique Contralmirante Cordero, la obra básica que permitió el desarrollo de la fruticultura en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Gracias a esas actividades, los pioneros Sapag tuvieron por primera vez una residencia estable y actividad económica con perspectivas.
En 1910 arribó otro hijo de Habib: Hanna, registrado como Juan, más jóven que Elías. Este nuevo miembro desplegó una gran actividad, viajando permanentemente con su “jardinera” y distribuyendo mercadería entre los obreros de las obras de infraestructura mencionadas.
Las primeras luchas
Siguiendo lo que imaginaban la futura traza del ferrocarril, adquirieron tierras en la localidad de Covunco, donde levantaron vivienda y comercio en 1912.
Canaan Nazira
En 1913 llegó otro hijo de Habib: Canaán también nacido en Mairuba, el 17 de febrero de 1890, casado con Nazira Jalil el 24 de enero de 1910. Arribaron a Covunco con dos hijos: Elías Canaán Sapag y Habib Sapag (nieto).
Lamentablemente para ellos el Ferrocarril Sud decidió instalar la estación en lo que sería la ciudad de Zapala, unos 20 kilómetros al norte de Covunco. La estación se inauguró el 12 de julio de 1913, fecha considerada como de fundación del pueblo, no obstante que ya existía población afincada.
Inmediatamente los Sapag adquirieron un terreno en las afuera de Zapala, junto al Cerro Michacheo y durante unos años mantuvieron actividades comerciales en ambas localidades, hasta que en 1919 dejaron definitivamente Covunco y se instalaron en el centro de Zapala. Allí desarrollaron una productiva actividad de acopio de frutos agropecuarios de la región y venta de todo tipo de mercaderías. Llegaron a convertirse en el centro de distribución y concentración de lanas y cueros más importante de la región.
Habib Sapag, el primer pionero, volvió al Líbano en 1914, para no regresar más a la Argentina, junto a su nieto Elías, quien cursó estudios secundarios de bachillerato en Aintura, al norte de Beirut.
Una familia prolífica
Los hijos de Canaán:
– Elías Canaán Sapag, nacido en Mayrouba el 5 de agosto de 1911, casado con Alma Cavallo, tuvieron 7 hijos.
– Habib Sapag, nacido en Mayrouba, en 1912, falleció en Covunco, en 1917.
– Felipe Sapag, nacido en Zapala, el 17 de febrero de 1917. Casado con Estela Romeo, 4 hijos.
– Luritz Sapag, nacida el 1 de junio de 1918 en Covunco, casada con con Felipe Sede, 3 hijos.
– Almaya Sapag, nacida el 22 de junio de 1919 en Zapala. Casada con Bartolomé Laffite, 2 hijos.
– Amado Sapag, nacido el 5 de enero de 1921 en Zapala. Casado con Esmeralda Gatti, 6 hijos.
– José Sapag, nacido en Zapala el 18 de marzo de 1923, falleció en Cutral Co el 18 de diciembre de 1997. Casado con Sarita Aostri, 3 hijos.
– Josefa Sapag, nacida el 22 de noviembre de 1924 en Zapala. Casada con Ricardo Esteves, 4 hijos.
Los hijos de esta tercera generación tuvieron numerosos descendientes y la Argentina cuenta hoy con más de 150 descendientes del Habib Sabbagh, distribuidos en 4 generaciones».