Ustedes saben que en estas ediciones de El Diario de Vanesa, siempre buscamos esos mundos que están en este mundo, esos espacios donde las historias y las personas cumplen sus sueños. En este caso, también es personal, porque desde muy pequeña estuve relacionada con el tango y en especial con el baile de esa música entrañable para los argentinos.
Es que mi madre bailaba muy bien el tango y siempre cosechaba aplausos al cerrar ese último compás, al abrirse ese abrazo lleno de pasión. Y en mi memoria ha quedado esa entrega de tres minutos que dura un tango, entre mi madre y quien fuera el compañero de baile en ese momento.
Por eso, me acerqué a una clase que dan los profesores Helen y Eduardo, en un espacio lleno de historia en la ciudad de Morón. Sólo llegar a ese lugar fue una emoción muy grande, porque me encontré en piel y hueso con personas que por un lado trasmiten la pasión del tango a través de la danza y también con hombres y mujeres que decidieron cumplir con esa materia pendiente.
Me encontré con Sonia, con Juan Ángel y varias personas más que me demostraron que siempre es tiempo de aprender y cumplir un sueño. No importan los 78 años de edad si la vida nos da la oportunidad de sentir un abrazo, aprender cómo se camina, cuáles son los pasos, cuál es la esencia de esta música que se debe pasar por el cuerpo.
Y como no me gusta ser observadora solamente, también me animé de la mano de Eduardo a sentir ese abrazo, a conocer las pautas básicas del baile y a dar unos pasos al compás del tango. Por ahora, es solo el principio. Una no sabe si más adelante, seguirán estas prácticas para bailarlo bien.
Las historias, que las comparto en el video, son emocionantes porque hay un sentimiento muy profundo en quien entrega una intimidad de piel durante esos tres minutos que dura un tango. Vencer la timidez de aprender a caminar, de tomar de la mano a una persona desconocida, de acercar los pechos para que entre ambos vibre un bandoneón, unos violines, una melodía tan argentina.
En este caso llegamos a una clase con un grupo de gente adulta, pero también es muy emocionante ver cómo jóvenes de nuestra Patagonia han abrazado al tango con una pasión única, al punto de llegar a ser campeones mundiales tanto en la disciplina salón como en escenario.
Esos jóvenes han vuelto a la vida a la única danza argentina que tiene abrazo, contacto íntimo entre los cuerpos y entrega total.
Una y otra generación nos muestran que hay mucho de salud en el baile del tango, mucho de comunicación entre las personas y fundamentalmente una vía de enlace emocional, como en mi caso, con una persona tan especial para mí como fue mi madre.
Aquí les comparto el diálogo y las historias de Helen y Eduardo, los profesores, también de Sonia y Juan Ángel, bailarines principiantes y de Carina, una fotógrafa que busca resumir un momento único a través de cada imagen.
Espero que les guste y será ¡Hasta la próxima!