Quien me conoce un poco, sabe de mi amor infinito por la Patagonia y mis ganas de visitar hasta su último rincón. En 2021, me decidí a vagar por la parte más septentrional de Neuquén, una de las últimas zonas que no conocía de esta increíble región.
Casi como una manera de completar el álbum de figuritas de mis viajes patagónicos, más allá de lugares puntuales o muy inaccesibles para un simple mortal como yo, también conocido por su poco apego a los sacrificios físicos.
En plena pandemia, y a contramano de las recomendaciones gubernamentales, decidí viajar en solitario con mi fiel Sanderito Stepway, el cual había acondicionado como un AUTOHOME, quitándole sus asientos traseros y llevando un colchón para dormir en caso de no poder entrar a algunos pueblos debido a sus restricciones sanitarias. Hombre precavido…
Como no podía ser de otra manera, la Patagonia no me defraudaría, me deslumbré con paisajes soñados, tremendos valles y montañas con cimas de nieves eternas, lagunas, lagos y cascadas como el Salto del Agrio cerca de Copahue o la Cascada La Fragua en Manzano Amargo. Zona de aguas termales, de fumarolas, de geisers. Caviahue-Copahue es la única región del país donde se puede ver esto, incluso cuevas de hielo. Me maravillé con su variada flora y fauna. Muchas aves típicas de la Patagonia como cauquenes, cisnes de cuello negro, bandurrias, flamencos, patos. Zona de plantas y flores que nunca había visto, y sobre todo de Araucarias, un árbol que de por sí solo ya vale una visita a esta zona. Son asombrosos, llegan a tener más de 30 metros incluso se conocen algunos de 80 metros. Tomé varias fotos.
Un folleto turístico decía: “La magia de sentir que uno es el primero en llegar”. Esta sensación es real en Patagonia y la verdad que es una buena forma de definir también al norte neuquino.
Para que un viaje sea completo, más allá de sus sitios naturales, flora y su fauna, lo que atrapa y deja recuerdos imborrables es la gente del lugar, y este caso fue muy significativo en ese aspecto.
Me gusta recorrer lugares de la Patagonia más profunda, y conocer cómo vive la gente en esos sitios. Hoy quiero contarles sobre un fenómeno cultural y económico, símbolo del Neuquén: Los “Crianceros Veranadores”, practicantes de la trashumancia, una costumbre ancestral que se conserva intacta y vale la pena conocer.
La trashumancia, conocida en esta zona como Veranada, es probablemente la principal actividad productiva de la región. Consiste en el traslado de chivas, ovejas y algunos vacunos en primavera a los campos altos de la cordillera y en invierno a los campos bajos, para asegurarse buenas pasturas y el mejor clima para sus animales. Algunos recorren muchos kilómetros y llegan a estar más de un mes veranando. Esta antigua costumbre, en Argentina se ve mucho en la cordillera. También se da algo parecido, casi siempre en zonas montañosas del mundo, en España, Pakistán, en el Magreb africano, en el Tibet, los Balcanes, los Cárpatos o Escandinavia entre otros.
No es lo mismo el nomadismo, que se da por ejemplo en Mongolia, en algunos países de África, o los esquimales en Groenlandia. Incluso en America hay algunos pueblos nómades en México, en Colombia, Chile.
Tanto verlos en mis viajes, esta vez quería que me cuenten como es la vida que llevan, que me la cuenten ellos, en primera persona y en el mismo lugar donde la desarrollan.
Así fue que me crucé con un tal Víctor Castro, que, a caballo, atravesaba la ruta con su piño de animales. Piño es el conjunto de animales. Nuestra charla incremento mi vocabulario en términos desconocidos para mí. Mayormente estaba arriando chivos, pero también ví ovejas, vacas y algún que otro burro o mula de carga.
Muy amable y predispuesto a la charla, Don Castro, es el típico gaucho neuquino, baqueano cordillerano, mezcla de mapuche y europeo. Me contó que era argentino de padres argentinos y abuelos chilenos. Andaba con su hermano, que estaba “por ahí”, y pronto vendría otro compadre con una chata (camioneta). Imaginé que sería su apoyo logístico. Aproveché que estaba solo y cansado y entonces se largó a hablar y me contó muchas cosas, ahí nomás, al costado de una ruta, entre la nube de tierra y los sonidos del viento y sus animales. Música para ese inolvidable momento.
Entre otras cosas, me contó que la veranada comienza en noviembre, y se realizan por campos fiscales mayormente, aunque a veces deben pagar canon en campos privados y por eso ya no es tan rentable. Desde su lugar de invernada hasta su lugar de veranada tienen unos 160 km y tardan de 12 a 14 días, dependiendo del clima. Duermen donde y como pueden. Muchas veces a la interperie, aunque vi refugios, “exclusivos” para quienes realizan esta actividad.
Muchos de estos veranadores tienen distintos “puestos” ubicados a más o menos un día de distancia de su ritmo de marcha. Generalmente de madera y piedras, precarios con piso de tierra. En esos puestos siempre tienen algún insumo guardado en cajas de madera, la puerta puede ser de madera, nylon o plástico. Se ven desde la ruta en los valles, cerca de los arroyos y ríos.
Don Castro tiene unos 700 chivos y algunas ovejas mezcladas. El trabajo de los perros es fundamental, indispensable dice, y valora su tarea como la de un hombre o más. Esquivan las rutas por el tráfico, pero a veces necesitan cruzar puentes y, donde no hay, vadean ríos y arroyos que en estas épocas de deshielo vienen muy cargados. Se queja que el gobierno les prohíbe usar las banquinas por eso de los accidentes, sobre todo nocturnos, y si bien lo entiende y acepta, dice que estas rutas se hicieron siguiendo las huellas que por más de 400 años vienen haciendo sus antepasados con esta actividad. Como que les robaron los caminos, bah.
La tarea diaria arranca con la luz del día. Mate y torta frita, caminan hasta el mediodía, almuerzan liviano, y después el SESTEO, (siesta), a la hora que más calor hace. Siguen hasta que no dan más de caminar y ahí mismo junto al piño, hacen el RIAL, otra palabra que no conocía. El RIAL es algo así como un campamento. Los piños generalmente son familiares, es una forma de obligarse a estar unidos y ayudarse unos a otros. Dice que hay más de medio millón de chivos. Incluso es un producto que ha adquirido la Denominación de Origen como «CHIVITO CRIOLLO DEL NORTE NEUQUINO». Los chivos los venden a partir de los 50 días aproximadamente.
Me hablaba de que, ante la necesidad de comunicarse con su familia, puede llegar a cabalgar hasta 2 horas para trepar un cerro y agarrar señal, porque la modernidad llegó, y los trashumantes incorporaron los celulares a su atuendo habitual. Otra forma de comunicación, aún vigente, es la de escuchar temprano los mensajes por Radio Nacional Chos Malal en el puesto, a la espera de que su mujer o sus hijos le avisen que “van para allá” y baje hasta la ruta con los caballos para ir a buscarlos y seguir todos juntos hasta terminar el verano en la cordillera, donde pasan las fiestas de fin de año. Me confesó que lo que más le gustaba era ver como lo sobrevuelan los cóndores, pero que hay que estar muy alerta por los pumas y los zorros que son los depredadores naturales de su ganado.
Suelen comer chivas, que es la que menos valor de venta tiene, tortas fritas, guiso, embutidos y conservas. A veces incluso pescan en algunas lagunas. Están acostumbrados al viento de los callejones o valles por donde circulan. Se cruzan muy seguido con otros trashumantes como ellos. En ese momento me imaginé qué pasaba si en esos encuentros, se mezclaban los animales, pero me aseguró que saben reconocer cual es de cada uno por su pelaje y color, a pesar de tener cientos. Suelen compartir lo que tienen, y también guitarreadas, casi todos cantan, sus historias de vida y sus experiencias, fogata de por medio. Quizás este, su encuentro en plena pandemia con un arquitecto, viajero y bonaerense, haya sido motivo de alguna guitarreada. De ser así, me hubiera gustado escuchar ese relato.
Dice que, si bien está acostumbrado, el trabajo es muy duro pero le encanta, que ya es un hombre grande y que su trabajo lo mantiene en buen estado, lo mantiene vivo, y ni loco se iría a vivir a la ciudad, “ustedes tienen mucho ruido, stress y violencia”. Tuve que darle la razón. Hasta me habló de la grieta, de la que imaginé no estaría mi enterado.
Coincide que su generación desea que sus hijos y nietos estudien y cambien de trabajo porque a ésta tradición no le ve futuro. “Mirá, cada vez nieva menos, llueve poco, hace más calor, hay menos agua y menos pastos. Es un oficio que se va perdiendo”, me dijo. Se queja que los gobiernos nunca le dieron importancia a esta actividad, incluso quisieron erradicarla, porque decían que depredaban mucho y les hacía mal a los campos. En ese tiempo, se trató de fomentar y ayudar a la actividad forestal (empresarios amigos de los políticos), sobre todo pino. Por eso desaparecieron muchos crianceros que se mudaron a las ciudades. Se le notaba el nudo en la garganta…y también pude sentir el mío.
Dice que realiza este trabajo desde niño, y que ahora los jóvenes… son medio “maricones”. Lo dijo en voz baja como si alguien pudiera escuchar. ¿Se estará deconstruyendo?, pienso, pero Don Castro sigue: “Nosotros éramos chicos y nos bancábamos sin chistar el frío la nieve y dormir en cualquier lado”. Con su padre, tíos y primos, cruzaban a Chile, para intercambiar cosas. El famoso trueque con otros paisanos trasandinos.
Tuve ganas de darle un gran abrazo, pero me contuve, no se podía por el tema de la pandemia. De todas maneras, al despedirnos nos dimos un fuerte apretón de manos. Ese saludo representaba la unión de dos culturas diferentes, el encuentro de dos compatriotas con realidades distintas. Me sorprendió una notoria diferencia. Sus manos ásperas y fuertes, eran el reflejo de su vida, y claro, las mías también. Mis amigos estarán riendo y recibiré por whatsapp los típicos chistes respecto a mis manos de arquitecto. Igual, dejo constancia que, salvo alguna rara excepción, casi todos mis amigos tienen sus hombros vírgenes, y los nylons puestos, jamás cargaron una bolsa ¿eh?.
Probablemente a él le haya pasado algo similar también cuando me apretó la mano, porque si bien era un hombre de pequeña contextura, casi me la quiebra. Se le notaba la fuerza del hombre de campo. Quizás me lo hizo a propósito ¡¡jaja…!!!. Me dio cierta pena porque se nota el sacrificio que hacen y la poca ayuda de quienes deberían hacerles la vida más fácil. Y no quiero entrar en polémicas, pero uno ve tanta gente que recibe ayuda por nada que ver a estos verdaderos laburantes, esforzados patriotas, casi a la buena de Dios, da cierta bronca y tristeza.
Se fue trepando la montaña rodeado de su piño, perros y caballos y yo me quedé ahí, solo, sentado en una piedra… escuchando. Hace varios viajes que disfruto escuchar los sonidos de paisajes como estos. Escuchar el silencio de la montaña y ese entorno natural es inolvidable. El ruido del agua, el viento, los animales, incluso insectos. Sonidos maravillosos. Me gusta esa música. Es como una foto que no podes tomar pero te llevas igual.
Voy a ser sincero: en un momento pensé en la posibilidad de unirme al menos un día a ellos. Creo que si se lo pedía me llevaban. Me hubiera gustado vivir esa experiencia. Lamentablemente (o por suerte) no iba preparado. Hubiera tenido que dejar el auto en el medio de la nada. Así mismo pensé que si caminaba todo el día con ese calor, me iba a querer matar y encima debería regresar solo en el medio de la nada y en zona de pumas… Lo dejo pendiente para otra vuelta donde pueda organizarlo bien y al menos sumarme a algun RIAL y disfrutar de charlas, fogata, guitarreadas y sobre todo un buen chivito neuquino, que el trashumante aseguró son los mejores del país. De última me gustaría disfrutar alguna vez de la Fiesta del Veranador que se realiza todos los años en homenaje al criancero del norte neuquino y la trashumancia.
Finalmente, y como escribí en la nota sobre los viajeros y las distintas maneras de viajar (https://alertadigital.ar/viajes-y-viajeros-por-la-patagonia-y-el-mundo/), puedo asegurar que hay viajes que logran cambiar tus prejuicios y la percepción de las cosas. Algunos viajes llegan más profundo, sobre todo si uno se interesa por la gente y sus distintas realidades, esos que al regresar sentís que valió la pena. Este sin dudas fue uno de ellos. En ese momento recordé un video donde alguien que habia vivido algo parecido sentia como que estaba viendo imágenes del Martin Fierro en vivo, pero donde el gaucho ya no era un hombre fuera de la ley si no una especie de héroe nacional anónimo. Tenía razón.
Tuve otros encuentros. Saliendo de Caviahue, veo un caballo “estacionado al lado de la ruta” y un gaucho tirado a pocos metros. Me paré para auxiliarlo, gritaba como loco que le dolía la cadera. Le pedí que no se mueva que iría por una ambulancia que había visto socorriendo un accidente entre Copahue y Caviahue. No quiso. En eso llega otro criancero. Lo quiere levantar. Le pido que no lo mueva que le puede agravar la situación. Le alcancé un Ibuprofeno para calmar su dolor. Busqué mi botella de agua, pero el paisano tenía otros planes, manoteó un tetra Toro blanco. “Naaaahhhh, tomalo con agua… jajoder”, intenté frenarlo. El otro a carcajada limpia me dice, “yo lo subo al caballo y lo llevo al puesto, queda cerca”. El puesto estaba del lado opuesto a la ruta en un valle más abajo. No quise ver esa imagen, intuí que iba a estar un rato largo para recuperarse y además pensé: “cuando suba al caballo va a gritar como un condenado y si baja ese barranco, con el pedo que tiene, donde agarre velocidad se la pone de nuevo”. Finalmente me fui…
El norte del Neuquén es un viaje que hay que hacer alguna vez, conocer esa gente maravillosa, tan amable y servicial, siempre dispuesta a tender una mano al viajero. Tierra de historia, misterios y leyendas, pero sobre estas les contaré en una futura nota. Recomiendo ir en noviembre o marzo, porque en enero ¡¡el calor es tremendo!!.
¡¡Hasta la próxima amigos!!
Diego….como siempre una experiencia hermosa.y como lo narras un lujo tener la suerte de poder leerlo.gracias una vez mas