Segunda parte de la historia de Conrado Asselborn, signada por su parquedad y su obsesión por la soledad, el mar y el oro. Aquí llegan los problemas con la ley y ese silencio infranqueable, sobre el último filo del continente.
La historia de Conrado Asselborn, el hombre que llevaba sangre de los Alemanes del Volga y llegó como soldado voluntario de la Marina embarcado desde su Paraná natal a Río Gallegos, en enero de 1936. Siempre tuvo en la mira a la ciudad de Ushuaia, ese lugar que lo enamoró por los relatos que escuchó del lugar.
Pero tras su trabajo (en los francos) como estibador en el puerto de Río Gallegos, un amigo lo tentó para alistarse como Gendarme de Frontera. Y allí fue, al puesto “El Zurdo”, a unos 170 kilómetros de la capital de Santa Cruz, yendo para Río Turbio. Al año pasó al puesto de Gobernador Mayer, con el objetivo de aumentar el control del cuatrerismo en esa zona.
Un hecho de sangre en la estancia Caimacú-Aike lo llevó a perseguir al autor de la muerte de un peón y lo alcanzó camino a Chile, tras varios días en pleno invierno nevado en las cercanías de la frontera. Le tuvo que disparar en un brazo para poder llevarlo detenido al puesto El Zurdo.
Luego la vorágine. Un par de años más como Gendarme, luego personal de seguridad en Río Turbio, un bar de mala muerte, nunca mejor dicho, la mezcla explosiva de Conrado y el vino, una broma contumaz sobre su parquedad, o el color de su piel que se destacaba sobre el sufrido oscuro general, y a Santiago García Esquivel, chileno de 32 años le prendía la rosa roja de la puñalada en la solapa izquierda, en franco duelo criollo. A pesar del vino, Conrado sabe lo que tiene que hacer y se fue caminando despacio hasta la Comisaría para darse por preso. “No hay mal que por bien no venga” se consoló Conrado muchas veces y el Juez lo envió al Presidio de Ushuaia donde llegó sin pagar un peso, por cuenta del Estado, como él había querido algunos años antes.
Poco tiempo después “teniendo en cuenta los antecedentes y la buena conducta del detenido” el Juez le otorga la libertad y Conrado decide permanecer en Tierra del Fuego Había encontrado “el paisaje hermosísimo. Muy diferente a todo esto” que había escuchado en Entre Ríos. Ingresa en un destacamento de Vialidad Nacional pero con un trabajo justo a su medida. Le dan un buen caballo, un Winchester 44 y el encargo de cazar, en lo posible vacas cimarronas, para alimentar a los trabajadores. El paraíso, sino hubiera sido por José del Carmen Chaura Velazquez, malevo chileno a quién le placía que lo llamaran “El Tigre de la Cordillera”, pendenciero que infundía temor entre los paisanos. También hombre de mal vino que cometió el error de comenzar a bromear en un asado a expensas de Conrado. Los paisanos se reían a carcajadas de los comentarios que en baja voz hacía Chaura, sin darse cuenta que estaba gastando el último humor que le quedaba. Cuando advirtió el enojo de Conrado dijo fuerte. “A los que se enojan yo los tranquilizó así”, y con su rebenque le dio un fuerte golpe en la cara a Conrado ante el estupor de los presentes.
Conrado se cayó al suelo y desde allí, mientras la nube violeta de la furia le ocupaba en un segundo la cabeza, se dio cuenta que Chaura se encontraba contra el atardecer, la cabeza apuntando al poniente, cordero de Entre Ríos, y antes que el “Tigre” bajara su segundo golpe, el cuchillo invisible de Conrado, ya en su derecha, trazó la línea directa a la carótida en su primera entrada, y una segunda al bajo vientre en corte descendente. José del Carmen Chaura Velásquez, sujetándose los intestinos corrió a su rancho y allí le pidió a su compatriota Juan Barría Vidal que lo fajara fuertemente “porque se le estaban saliendo las tripas”. Ya no se levantó, murió poco después.
Conrado se fue al paso de su caballo llevando otra muerte como mochila. “Al señor Subcomisario Instructor Don José Cabezas. En respuesta a lo solicitado precedentemente informo a Ud. bajo juramento de ley y demás prescripciones legales que la víctima José del Carmen Chaura Velázquez presenta: 1) herida punzante de seis centímetros de largo y ocho de profundidad en el cuello con sección parcial de carótida; 2) Herida cortante de diez a doce centímetros de longitud, en fosa ilíaca izquierda, de dirección descendente de izquierda a derecha, penetrante, con evisceración del cólon descendente y de intestino delgado. 3) El victimario físicamente estaba en inferioridad de condiciones de talla y fuerza muscular. Saludo a Ud. muy Atte.” Osvaldo Luis Guillot, Director del Hospital General de Ushuaia.”
Nuevamente en el Presidio Nacional debió esperar siete meses hasta que le llegó la absolución por haber actuado en legítima defensa. Año 1950. La mitad del siglo, casi la mitad de su vida, y decide Conrado cambiar nuevamente de piel y encontrar su asiento definitivo.
El periodista Marcelo Ruggeri destacó el derrotero de Asselborn señalando que luego saltó de una ocupación a otra hasta afincarse en vecindades del faro de cabo Vírgenes. Para vivir -y hacerse de unas botellas de vino– pescaba, trampeaba zorros cuando la piel valía y escarbaba las playas en pos de oro. Una pensión provincial -sumada a lo que le acercaban fareros y estancieros- le permitió capear los últimos años.
La charla en el único ambiente que tenía su morada, sentados en troncos cortados para ser usados como banquitos y rodeado de viejas revistas donde él era el protagonista en notas que le habían hecho en distintos medios del mundo.
Una sola ventana, montones de yerba rancia y gatos dormilones completaban el cuadro. El mal tiempo había comenzado y el hombre decidió arreglar las chapas de su morada, desafiando el viento reinante.
La caída fue el resultado más previsible y un par de costillas fracturadas. “Nunca quise ser una carga para nadie” se le había decir cientos de veces. Supo que la cuestión era grave y el sufrimiento mayúsculo.
Tenía una escopeta del 12, la más potente de las armas de ese tipo. Apoyó el caño del arma en su boca y tiró del gatillo, provocando su muerte instantánea. Dos días después el torrero del Faro de Cabo Vírgenes se acercó a la morada, extrañado por no observar el típico humo de la chimenea de Conrado.
Allí se encontró con ese cuadro y luego de la trágica decisión que tomara don Conrado: Varios allegados lo metieron dentro de un cajón, una vez realizadas las pericias forenses. Dicen que fue un funeral lleno de silencio, acompañado de sus tres o cuatro amigos.
Sus restos yacen bien cerca del Faro y cerca del denominado “cementerio alemán”, donde yacen además varios tripulantes de uno de los tantos naufragios ocurrido en estas costas.
Al frente de su tumba le colocaron una frase que solía repetir “por las noches me duermo con el ruido del mar”, haciendo alusión a la magia que habita en el lugar.
Algunas de las fotos que ilustran la nota son gentileza de Marcela Castro Dassen.
Excelente como siempre Mario