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El comandante que hizo patria en el mar y en la tierra

Mario Novack
Por Mario Novack
Llegó navegando a la isla Pavón y allí estableció una gran alianza con los pueblos originarios y sentó soberanía nacional.

La acción de Luis Piedra Buena debiera ser valorada en el tiempo, dado que a fuerza de empeño y patriotismo, sentó presencia a favor de la Nación Argentina navegando los mares australes y logrando el reconocimiento de los pueblos originarios a la territorialidad de nuestro país.

Fue él quien desde la emblemática Isla Pavón, con un pequeño cúter y contando sólo con la defensa de dos cañoncitos arponeros se las ingenió para dejar sentado que “esto le corresponde a la Argentina”.

El accionar de Luis Piedra Buena se destaca fundamentalmente en la actual provincia de Santa Cruz cuando se estableció en la isla, logrando allí concentrar la actividad de compra de pieles de guanaco y plumaje de los choiques que comercializaba con los originarios tehuelches.

Piedra Buena vivió y estableció sus actividades comerciales en la recién fundada Punta Arenas donde sus convicciones nacionalistas le valieron la antipatía de autoridades chilenas. Cultivó una duradera amistad con el portugués José Nogueira, del cual fue padrino de casamiento cuando éste contrajo matrimonio con la chilota Rosario Peralta.

Dicen que esta amistad fue la que hiciera naufragar la fallida fundación del Fuerte Gallegos por parte de Chile, cuando en febrero de 1873 José Nogueira cediera la balandra “Anita” para el transporte de materiales y colonos que habitarían durante poco tiempo en el denominado Puerto Gallegos.

El lusitano le habría confesado los hechos al navegante argentino en honor a la amistad que los unía y según algunos historiadores ese sería el motivo por el que fracasara la fundación. Sin embargo lo cierto es que, las autoridades argentinas enteradas del asentamiento trasandino accionaron vía diplomática logrando desactivar al Río Gallegos chileno.

En su actividad comercial le fue mal y terminó casi regalando su comercio de compra de pieles y plumas al voraz José Menéndez que ya comenzaba a edificar un enorme imperio para lo cual dejó de lado todos los escrúpulos que cualquier ser humano pudiera tener.

En verdad Menéndez aprovechó la situación de endeudamiento del navegante para comprar por monedas el comercio. A partir de esto se produjo una feroz enemistad entre Menéndez y José Nogueira, que nunca perdonó esta actitud “rapiñera” del acaudalado asturiano.

El explorador y escritor inglés George Musters describe el funcionamiento de la factoría de la Isla Pavón. “Convertida – dice – en una verdadera casa de comercio, tiene un personaje muy singular llamado William Clark, joven de New England, criado en Salem, Massachusetts, quien instalado en las tierras sureñas, a fines de 1860 dirige el negocio y a un pequeño número de empleados, en calidad de gerente.

Musters, agudo observador de esta época, describe de la siguiente forma la vida en isla Pavón y a sus habitantes: En total eran cinco los empleados que tenía a sus órdenes el encargado míster Clarke. Pero no imperaban diferencias sociales; los habitantes de Pavón vivían en un agradable pie de igualdad.

El cuidado de los perros y de los caballos y la obligación de suministrar la carne incumbía a dos: González, un gaucho natural de Patagones, que se encontraba tan bien en la goleta del capitán Luis, en una excursión lobera, como a caballo boleando un avestruz, y Juan Isidoro, un hombrecito atezado, cuyos brillantes ojos revelaban su sangre india, natural de Santiago del Estero; éste había sido enviado como soldado a Río Negro, donde había conseguido desertar agregándose a la tribu de Orkeke al momento de ponerse en viaje para el sur hasta la isla Pavón.

Viene luego Juan Chileno, mozo de 19 años, vivo, de cutis fresco, cuyo aspecto era consolador después de las fisonomías atezadas y curtidas de los demás. Luego Antonio, un portugués alternativamente gaucho, pescador de ballenas o cazador de lobos, siempre pronto con una canción o una broma alegre, y en oportunidad listo con su cuchillo.

Hollstein era el último, pero de ninguna manera el menos interesante; sujeto corpulento, bondadoso, un poco estúpido, a quien los demás elegían generalmente como cabeza de turco llamándole “el Cooke”, apodo que le había valido sus muchos viajes como cocinero a bordo de varios buques.

Este puñado de hombres de temple decidido que el capitán Luis en sus frecuentes ausencias de su factoría, dejaba a las órdenes de mister Clarke, y que habían llegado a reunirse en ese risueño rincón del todavía desierto territorio de Santa Cruz, y que, para decir la verdad, se habían fugado todos de su propia tierra por alguna razón, trabajaban alternativamente cazando, traficando, matando lobos y sacando sal de la salina. Recibían un sueldo fijo que, por lo general, resultaba cancelado por una cuenta de ropa, etc., en el almacén.

En las expediciones loberas todos tenían su parte y por trabajar en la salina se les daba un extraordinario, bien merecido especialmente en esa época, porque la tarea implicaba dormir al raso varias noches seguidas y en pleno mayo patagónico. Esos eran mis compañeros de residencia en la isla Pavón, aparte de los cuales había más de una veintena de perros de todas clases, que dormían de cualquier modo y en cualquier parte, y seguían a todo el mundo, dando por supuesto preferencia a sus dueños. Poco tiempo después de mi llegada mister Clarke hizo un inventario de las existencias de vituallas, cuyos depósitos no podían volver a ser provistos, hasta el regreso de la goleta. Se vio que la cantidad de galleta y de azúcar bastaría apenas para el consumo de un mes. Por consiguiente, se hizo partes iguales de esos artículos y cada cual recibió la suya, para usarla con economía o desconsideradamente, a su gusto.

Míster Clark es un hombre que inspira gran respeto, durante este ciclo es prácticamente una de las figuras pioneras más importantes, a quien había que recurrir si se quería entrar en buenas relaciones con los indios. Conocido por éstos como “Clarkalata”, Musters señala con notable agradecimiento como su seguridad en la Patagonia se vio beneficiada por el respaldo de Clark; quien había ganado la amistad de los naturales por su honradez y el conocimiento de la personalidad indígena, que valorizaba en forma especial.

Sin embargo una de las acciones más importantes de Luis Piedra Buena fue lograr una alianza con los originarios tehuelches, quienes reconocieron la bandera argentina como símbolo de soberanía en estas latitudes y de este modo desalentaron al gobierno chileno que pretendía su reconocimiento. Doroteo Mendoza describe de este modo las alianzas establecidas entre Piedra Buena y Casimiro Bigua, por entonces cacique general de los tehuelches, luego de la muerte de María La Grande.

“A las 5 de la tarde llegó el indio chasqui a la isla Pavón, de Santa Cruz, que lo envió el cacique Casimiro del punto de Comlel (según Vignati esta denominación corresponde a Coy-Inlet) donde quedó él alojado con una cantidad de 400 y tantos indios, chinas y criaturas tehuelches, que los había reunido: parte por el centro de la pampa y, otros, en la colonia chilena Punta Arenas, de Magallanes, en el mes de enero de 1865. El indio chasqui, en el momento que llegó a Santa Cruz, le dijo al capitán Luis Piedra Buena, que el cacique Casimiro le participaba que había reunido una cantidad de sus indios y que pronto llegaría con ellos a Santa Cruz, como le había prometido; que sus indios estaban contentos y deseaban llegar pronto”. Cuando finalmente los originarios arribaron a Isla Pavón se concretó el reconocimiento a la bandera nacional.

Esta acción constituyó un elemento fundamental en las alianzas tejidas por ese entonces, afirmando el poblamiento de esa región de la ya nacida argentina. Piedra Buena eligió el camino del dialogo y el acercamiento a las comunidades originarias desplazando desde el Río Negro al Estrecho de Magallanes la soberanía nacional.  

Luis Piedra Buena nació el 24 de agosto de 1833 en Carmen de Patagones y, desde su infancia, el mar ejerció un gran influjo sobre él, a tal punto que siendo niño fue hallado por un capitán mercante llamado Lemón, a veinte millas náuticas de la costa, tripulando una débil balsa que había construido.

A bordo de la nave “Nancy”, en los mares australes Piedra Buena prestó auxilio a veinticuatro náufragos que estaban a merced de un temporal. Pocos meses después, a bordo de la goleta «Manuelita», que le había cedido William Smiley, en diciembre de 1958 rescató de la muerte en Punta Ninfas a la tripulación de la barca ballenera estadounidense «Dolphin».

En 1859 remontó el río Santa Cruz y llegó a la isla que denominó «Pavón», la cual le fue cedida por el gobierno, y en ella instaló un reducto al que concurrían los indios del lugar.

Continuó luego navegando por los mares patagónicos y de la Tierra del Fuego. En 1860 concretó su máxima ambición: contar con su propio buque; le compró a su viejo maestro y amigo Smiley la goleta «Nancy», que procedió a armar para defender el territorio y las costas del sur patagónico, en tanto continúa salvando vidas.

En 1862 construyó en la Isla de los Estados, un pequeño refugio al cuidado de los hombres de su tripulación y alzó en él la bandera nacional. En uno de sus largos viajes arribó a la Bahía de San Gregorio en 1863 y trabó amistad con el cacique Casimiro Biguá, presentándolo a las autoridades nacionales que lo designaron Cacique de San Gregorio.

El Gobierno Nacional, teniendo en cuenta los méritos de Piedra Buena, le entregó el 2 de diciembre de 1864 los despachos de «Capitán honorario sin sueldo».

En el mes de marzo de 1873 viajó con la goleta «Espora» a la Isla de los Estados y allí lo sorprendió un terrible temporal que abatió la nave contra las rocas, produciéndose la pérdida de la misma.

Con los restos de esta nave, y luego de una ardua tarea que le insumió 27 días de trabajo, construyó un pequeño cúter al que llamó «Luisito» y con el que navegó hacia Punta Arenas. Desde este punto volvieron a la Isla de los Estados, salvando en esa oportunidad a los náufragos del buque «Eagle» y del «Dr. Hanson».

El gobierno alemán premió el acto de arrojo y envió a Piedra Buena un magnífico anteojo-telescopio contenido en un estuche cuya plaqueta de plata rezaba: «Nosotros, Guillermo, por la Gracia de Dios Emperador de Alemania y Rey de Prusia: Consideramos esta caja como recuerdo de gratitud al capitán D. Luis Piedra Buena, del buque argentino «Luisito», por los servicios prestados en el salvamento de la tripulación del Dr. Hanson naufragado en octubre de 1874″.

Convencido el gobierno nacional de mantener una comunicación constante con las costas del sur, como de asegurar el dominio del Estado en aquellas regiones, le asignó a Piedra Buena una subvención para que con un barco bajo su mando pudiera prestar aquel servicio. Para ello adquirió la goleta «Santa Cruz» y realizó la travesía tocando Chubut, Puerto Deseado y Santa Cruz, llevando a su bordo al sabio explorador, el perito Francisco Pascasio Moreno.

De regreso de ese viaje, el 17 de abril de 1878, el gobierno le extendió los despachos de Sargento Mayor con grado de Teniente Coronel.

En 1882 intervino con la «Cabo de Hornos» en la expedición científica a la Patagonia meridional colocada bajo la dirección del marino italiano Giacomo Bove. El viaje tuvo una duración de ocho meses y reconoció como centro principal de observación la Isla de los Estados, que el gobierno había otorgado a Piedrabuena. Los trabajos continuaron luego en el Canal Beagle.

El 8 de noviembre de 1882 el General Julio A. Roca, Presidente de la Nación, le confirió el grado efectivo de Teniente Coronel de la Marina de Guerra.

Se aprestaba a efectuar una nueva navegación a la región, donde había surcado tantas millas afirmando la soberanía nacional y salvando náufragos, cuando lo sorprendió la muerte el 10 de agosto de 1883.

ATE
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Periodista, investigador histórico y escritor con una larga trayectoria en los medios de comunicación de Río Gallegos, Santa Cruz. Actualmente conduce un programa de radio en FM UNPA, compartida con LU 14 Radio Provincia de Santa Cruz y AM 740 Radio Municipal de Puerto Deseado y publica sus investigaciones históricas en el diario Nuevo Día. Es de su autoría una Cantata de las Huelgas Patagónicas y letras de canciones. Vive en Río Gallegos
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