“Pero cómo que se escapó…?…Inútiles, no quiero pensar otra cosa, porque los voy a denunciar ya mismo en el juzgado”. Furioso, fuera de sí, el comisario Antonio Frías increpa con dureza a los sargentos Maciareno Castillo y Modesto Yrustia, jefes de guardia en la comisaría de Comodoro Rivadavia ese 11 de julio de 1926.
El evadido es, a esta altura de los acontecimientos, un personaje célebre en el delito. Se llama Joaquín Iglesias, un español que había nacido en 1896 en La Coruña. Iglesias no tenía documentos, ni domicilio conocido.
Al momento de ser identificado por la Policía siempre decía lo mismo: que toda la documentación personal se le había incendiado en la fonda «Los Vascos» de Comodoro.
Hasta 1919 vivió en España. Durante un año y medio residió en la Capital Federal y llegó a Comodoro Rivadavia en 1921, año de penosos acontecimientos en la vecina Santa Cruz.
El iracundo comisario dispuso el sumario con detención del personal policial e inicia la ronda de declaraciones que involucran a los efectivos presentes en la dependencia.
El agente Segundo Díaz fue el primero en prestar declaración. “yo me encontraba en la oficina contigua a la guardia, haciendo limpieza, y el sargento Modesto Yrustia estaba en la cocina con el procesado Iglesias. Yo también limpiaba el patio de la comisaría y la última vez que ví al procesado se encontraba en la cocina”.
Reyes, el otro agente de servicio dijo que “no sabía quién había ordenado que se sacara al detenido del calabozo”. Por su parte Yrustia declaró en el sumario interno que se encontraba como cabo de cuarto, acompañado de los agentes Reyes, Tapia y el sargento Castillo. Que cuando recibió la guardia, Iglesias le pedía esa mañana «con lágrimas en los ojos» que le hiciera el favor de sacarlo un momento del calabozo y lo llevaran a la cocina a calentarse un momento «porque estaba muerto de frío».
Yrustia dijo que lo vio «aterrado de frío», le dio lástima y calculó que sacándolo a la cocina no se violaría ninguna orden. Dijo que una vez en la cocina hasta le preparó una taza de café al reo. Iglesias compartió el café con el policía y luego se ofreció para hacer la limpieza de la caballeriza. Yrustia le dijo que no había problema, total en el lugar se encontraba el sargento Castillo. Cuando llevó al fondo un canasto de papel vio que no había nadie en el patio de la caballeriza. Iglesias se había fugado.
El sargento Castillo dijo que entre las 9 y 9.30 se encontraba en la caballeriza con el agente Reyes y el detenido Iglesias, pero que el cabo de cuarto no le encomendó ninguna vigilancia del detenido. El comisario propuso un careo entre Castillo e Yrustia a fin de deslindar responsabilidades y ambos quedaron a disposición del juez letrado Angel Soria Mena.
El “gallego” Joaquín Iglesias es un personaje del delito, pero en su extenso prontuario se encontrarán muchas detenciones por robo, con sus correspondientes fugas, pero nunca cargó con un crimen en su conciencia.
Iglesias se hizo conocido como un ladronzuelo de relojes de bolsillo. Los de oro o niquel eran su obsesión. Los revólveres, su perdición, más si eran Colt o Smith & Wesson. Cada vez que ingresaba por la fuerza a la casa de un vecino, buscaba esa cadena larga que lo llevaba a su elemento más preciado: los tictac.
Pero cada vez que era detenido por la Policía, tenía la facilidad de hacerse humo. Se escapó tres veces de la comisaría de Comodoro, una de ellas a los policías en Malaspina, así nomás como el agua que escurre entre las manos. Fue cuando lo llevaban detenido por un robo en Camarones. Era un escapista nato. No tenía cama fija; solía dormir en las calderas de las baterías petroleras o en cualquier casilla del ferrocarril que encontrase a la vera del camino.
Preguntaba nombres a los empleados para luego tener coartada ante cualquier indagatoria. Sabía montar muy bien cualquier caballo robado y solía vestir con un saco oscuro a rayas blancas y bombachas oscuras, con zapatos o zapatillas de goma blanca.
La Patagonia en ese entonces era una enorme extensión escasamente poblada. Barridos y exterminados los pocos originarios que quedaban habían sido confinados a las “reservas”, espacios de tierra que tendrían propiedad comunitarias. Creadas por decreto del Poder Ejecutivo Nacional tenían la precariedad de lo transitorio. Esas tierras muchas veces fueron entregadas a ganaderos extranjeros o nacionales, originando conflictos hasta el presente. Sin justicia para la indiada.
En la pujante Comodoro Rivadavia ya se respiraba la opulencia salarial de los trabajadores del petróleo. Se habían instalado un par de compañías multinacionales asociadas algunas a capitales argentinos, mientras que Yacimientos Petrolíferos Fiscales ya empezaba a marcar presencia soberana en el lugar.
Pero al “gallego” Iglesias no era algo que lo convocara el trabajo petrolero. Prefería algo más aliviado para ganarse unos pesos. Infinita sería la lista de delitos que se le adjudicaban. Como sucediera con otros forajidos, algunos eran reales y otros plantados para dar la idea de resolver rápidamente el caso.
El 25 de noviembre de 1926, después de violentar la puerta de ingreso y el candado de un baúl que se encontraba en la habitación de la casa del vecino José Basnovich, se alzaron con un reloj marca «Diamond» de plata de tres tapas, un pantalón y una camisa. Sin embargo, hubo un testigo que finalmente terminaría declarando con detalles tal vez “influenciado” por la Policía.
El joven encargado de entregar los repartos de alimentos, de apellido Cattet, aseguró que encontró dentro de la casa a un hombre que le pidió que le dejara “tres panes”. «Pensé que era un compañero de trabajo de Basnovich”, dijo. Su descripción de porte y vestimenta coincidió con la que llevaba Iglesias al momento de ser detenido.
“Comisario, yo no fui, no estuve acá. Ese día estaba en Cañadón Lagarto, en una casilla del Ferrocarril del Estado, acompañado de un empleado del ramal”, alega en su descargo el detenido. Las averiguaciones realizadas en el lugar tuvieron resultados dispares. Hubo quienes como Avelino Manrique que confirmó haberlo visto, mientras que David Viegas alegó verlo en Comodoro, munido de un revolver y con un reloj como el robado. Sometidos a un careo cada uno de ellos sostuvo su versión, con lo que el comisario Frías elevó las actuaciones a nivel judicial, a esta altura ninguna primicia ya que había sido procesado con anterioridad.
En febrero 1925 fue detenido luego de robar en una vivienda en Comodoro, y un mes después por un robo en Camarones al vecino Ramón Guisamburu. Iglesias sustrajo un caballo y un recado. Además del animal se llevó dinero y una pulsera de oro esclava.
Lo reconocieron y lo detuvieron. Cuando lo trasladaban de Camarones a Comodoro, el 19 de abril de ese año se les escapó al agente Cipriano Ríos y al subcomisario D. Barrancos en Malaspina. Su captura fue pedida a todas las comisarías de la provincia.
El 12 de mayo de 1925 fue recapturado al ser detenido por otro hurto en Comodoro. Iglesias no duró ni 20 días preso; el 24 de mayo se volvió a evadir de la Policía, esta vez de la comisaría. En julio de 1926 volvió a robar, esta vez en la casa de René Gutiérrez. ¿Qué fué lo que se llevó? Un reloj de oro de 18 kilates y ya que estaba se metió al bolsillo del saco un collar de perlas y aros de fantasía, y hasta unas jeringas.
Haciendo gala de su capacidad de seducción engañó a los guardias y volvió a fugarse, lo que derivó en un sumario al personal a cargo de la comisaría en ese momento.
Cinco meses tardaría la Policía en recapturar a Iglesias. Fue el 7 de diciembre de 1926 cuando enfrentó con un cuchillo al sargento Ysaac Otero en el bar «El Pelao». Pero ésta es otra historia que continuará mañana junto a sus andanzas en Río Gallegos, siempre en este mismo espacio.