Lo despertó su propio alarido. Sudoroso y temblando aún desfilaban en su mente los rostros de las víctimas. Asesino y fugitivo, pero con la particular rareza de seguir viviendo de su oficio de policía.
La escena ocurrió en la lejana Tartagal, en el año 1925 después de haber sido requerida su captura por la justicia de Santa Cruz. No alcanzaba ni la impunidad de las fuerzas policiales de los territorios ni el alcohol para sepultar los fantasmas que con mayor frecuencia lo visitaban al comisario Felix Valenciano.
“Por acá tiene que venir…no hay otro paso posible…cuando la tengamos a tiro la cagamos a balazos”, ordenaba Valenciano a su subordinado el agente Norberto Ruiz. Se refería a la bandolera inglesa Elena Greenhill que había reaparecido en Chubut y a quien le iban a cobrar un acto que humilló a dos policías seis años antes.
A principios de 1900 se había convertido en la enemiga pública de la Policía de Chubut tras haber capturado a un comisario y a otro policía en su rancho luego de un tiroteo. Elena Greenhill, según publicaciones históricas, redujo a la servidumbre al comisario Calegaris y al suboficial Lara, que en calzoncillos debieron lavar y hacer quehaceres domésticos para conseguir su libertad.
El 17 de febrero de 1909, los policías Juan Caminada y Ramón Puga de Telsen, tomaron por asalto un puesto que Coria tenía en ese lugar. Se llevaron los caballos y ovejas que encontraron y también condujeron detenido al hermano de Elena.
Caminada, según Aguirre, había sido sospechado de complicidad en la fuga de otro bandolero de la época, Asencio Brunel.
Tres días después del asalto policial al campo de Coria, Elena Grinhill fue a la comisaría de Telsen con las guías y boletos de marcas de los animales secuestrados, y la policía se negó a atender su reclamo.
“No eligió una vida fácil. La inglesa odiaba las clásicas amas de casa sometidas entre hacendados y complacientes. Pero cocinaba y cosía lo necesario. Privilegiaba, eso sí, sus pasiones y conservaba todos los códigos de los ritos amorosos y costumbres románticas. Perfumaba las cartas de amor y siempre creyó que la entrega de un mechón de cabello significaba un compromiso de amor exclusivo –aunque no duradero y mucho menos definitivo– con el nuevo amante”, sostiene Francisco Juárez que recopiló los pasos de Elena desde Bath, donde se casaron sus padres, hasta Corral de Piedra, donde ella vivió para escribir “La Bandolera Inglesa en la Patagonia”.
Elena vestía como hombre, con un poncho de castilla y se solía poner un chambergo hasta las orejas. Usaba botas altas con espuelas chilenas de plata al igual que Astete y solía tomar unos tragos en un bar. Su fiel compañero era un Winchester que siempre llevaba en la mano y todos coincidían que tenía una excelente puntería. Eso inquietaba mucho a la Policía.
A raíz de los robos en la hacienda de la viuda Mercedes Cifuentes de Jara en Telsen, el comisario Domingo Calegaris junto a Félix Altamirano, otro comisario se habían puesto de acuerdo para arrestarla. La Policía de Chubut había partido a Montoniló con una partida policial de 17 hombres.
Tiroteo y captura del comisario
La partida policial llegó hasta la vivienda de la inglesa donde junto a Coria tenían una despensa y recibían la visita de varios mercachifles y mercaderes, a los que dicen les quedaban debiendo.
Los policías sorprendieron a los hombres de la casa descansando y a Elena junto a una vecina en el interior.
Uno de los peones de Elena escuchó en el suelo cuando la cuadrilla se acercaba y alertó. De ahí en más se desató un tiroteo que duró casi una hora hasta que la policía se quedó sin municiones.
Un trapo blanco flameó desde el rancho y salió al encuentro de los policías un sordomudo que tenía Elena trabajando con ella. Los policías se acercaron a dialogar con el intermediario, pero cuando el comisario Calegaris junto a un tal Lara y Cañumir -el indio que Altamirano tenía como ayudante en la comisaría- se acercaron, salió del rancho Coria.
Un caballo salió espantado para distraer a la partida y la inglesa se subió a un carro de los mercachifles para atrapar al comisario Calegaris y a Lara que quedaron en poder de los bandidos. La partida sin balas, se debió refugiar en la estancia Maquinchao.
La escritora Virginia Haurie describe que el sordomudo se puso el traje del comisario Callegaris, a quien junto a Lara, obligaron a lavar los cacharros y hacer otros quehaceres, sólo con los calzoncillos puestos.
Unos días de humillación fueron bastante para dejarlos en libertad. Pero antes la inglesa le hizo firmar al comisario Calegaris las guías de arreo garantizando así la propiedad sobre los animales robados.
Desde entonces toda bala de las fuerzas policiales tenía un nombre: el de la inglesa Elena Greenhill. Y el hecho finalmente sucedió un 31 de marzo del año 1915, en la llamada “Angostura del Chacay”, cerca de Gan Gan. En su obra Corvalán Rastreador de Bandoleros, su autor Carlos Zampatti nos ofrece datos y testimonios sumamente interesantes respecto del desenlace fatal de Elena Greenhill, a manos del comisario Valenciano.
A Valenciano y a Ruiz los condenaron a por haber aplicado la “Ley de fugas” esto es emboscar sin orden de detención y pese a haberla visto en un boliche de Gan Gan, donde se enteró de la ruta que seguiría la inglesa. De allí nació la leyenda de la Grinil, como comúnmente conocían a la mítica bandolera.
Ya en Santa Cruz, sería junto con el comisario Gustavo Sotuyo, un verdadero chacal con obreros y peones rurales.
Un día 20 de julio de 1922 termina sus actuaciones la policía territorial sin haber interrogado al comisario y subcomisario de Lago Argentino, involucrados en la desaparición de peones y en el uso de las pertenencias de sus víctimas. Ambos oficiales eran amigos personales del gobernador de Santa Cruz.
Al tiempo de este relato un gendarme de la comisaría de Lago Argentino, Argüelles, cabalga con sombrero y botines de un fusilado: León Dehesa; su caballo luce montura de la víctima, en tanto que el impermeable de Mateo Albarracín cuelga del perchero del comisario y puede ser usado por el que lo necesite en la primera llovizna. Dehesa y Albarracín fueron fusilados el mismo día que Crocha y la indagatoria fue dibujando un cuadro de impunidad en aquel rincón argentino (Pedro Gamma. Revista Impactos N°82).
Crocha era empleado de la estancia Rincón de Liniers y fue detenido, el 22 de enero, por el comisario Félix Valenciano y se desconoció luego su paradero. Después se supo de su fusilamiento, gracias a la confesión efectuada por Teófilo Argüelles en Formosa.
El 6 de junio el juez Ismael P. Viñas abrió un expediente contra Félix Valenciano comisario de Lago Argentino -que en complicidad con el sargento Ludovico Tjetjen detiene, intimida con una libreta negra donde tendría los nombres de las víctimas dejadas por (el teniente coronel Héctor Benigno) Varela y exige compensaciones económicas para salvarse .
Tras la denuncia de Juan Yrigoyen, que es desatendida, se suman las inquietudes de estancieros y comerciantes que llevan a Yza a solicitar la instrucción judicial correspondiente. Se los inculpará de la muerte de León Dehesa, Mateo Albarracín y Antonio Crocha, muertos por no pagar.
A pesar de que en el proceso judicial se ordenó la captura de Valenciano y Tjetjen, la detención no llegó a consumarse. Lo que sigue es digno de ser destacado como un canto a la impunidad.
Valenciano fue incorporado a las fuerzas de la policía del Territorio de Río Negro, donde tenía muchos conocidos. Cuando su presencia fue detectada por investigadores judiciales emprendió una rápida huida hacia el noreste del país.
Su escala se llamó Formosa, otro de los antiguos territorios, dominado por una marginalidad y pobreza alarmantes. Allí recaló en el pequeño poblado de Alto de la Sierra, que actualmente pertenece a la provincia de Salta luego de la reorganización territorial.
Pero la justicia siguió avanzando en su localización y finalmente ocurrió que llegaría a la lejana y calurosa Formosa su pedido de detención. Pero ocurre una cosa bastante sospechosa atribuible solamente al «espíritu de cuerpo»: la policía le remite un telegrama al subcomisario Félix Válenciano para que capture al sujeto prófugo Félix Válenciano.
De allí la huida rumbo a la localidad salteña de Tartagal, donde mucho no difería el paisaje. Comunidades originarias postergadas y los terratenientes que estaban de igual modo desarrollando un esquema de concentración de la riqueza en muy pocas manos.
“Yo solito no me voy a comer este garrón. Ya ví lo que le pasó a Sotuyo por no encarar para poner las cosas en claro”. Valenciano en juicio apela a la extorsión y el miedo de los funcionarios de la época de los cuales conoce muchos secretos. “No me va a venir a corrir el cabrón de Viñas que andaba peor que yo apretando gente para sacarle algunos pesos.«
Es como si su vuelta a Santa Cruz hubiese activado en él la soberbia y la seguridad de saberse un prisionerio incómodo en la cadena de complicidades de los años funestos de la Patagonia Trágica.
“Yo cumplí ordenes del presidente Hipólito Irigoyen y las autoridades de entonces en Santa Cruz. Es más, no creo haberme fugado, toda vez que poseo “salvoconductos” de viaje en comisión fuera de Santa Cruz firmados por funcionarios del gobierno territorial.”
Valenciano, de este modo, se convierte en un incómodo actor, cuya situación debe ser resuelta. Finalmente un juez ganadero como el Dr Alejandro O’Connor, con estancia ubicada en la zona de Jaramillo, es quien lo libera dando paso al cierre de los planteos judiciales en su contra.
Pero como una novela de suspenso, echan por tierra el sumario que iniciara el Juez Viñas, diciendo que a máas de tres años de ocurrido los crímenes no se puede identificar a los cadáveres. Por su parte, la Cámara de Apelaciones de La Plata aprueba el fallo del juez sin entrar en mayores detalles.
En consecuencia fue declarado en libertad, con derecho a percibir los salarios caídos de casi cinco años. Con esta base forma un pequeña fortuna que le permite avanzar sobre la actividad ganadera y otras variantes comerciales.
Félix Valenciano es designado representante de la firma Mozotegui e Hijos, consignatarios de frutos de la Capital Federal, representante de la Compañía Explotadora de Usinas de Gas S.A. y representante exclusivo de toda la zona de los productos antisárnicos Pernaloina.
Se lo cita también como productor ganadero en la zona del Lago Buenos Aires, cumpliendo lo que siempre se señala en la provincia de Santa Cruz. Nada es increíble en este lugar.
En tanto, el sargento Tjetjen se radicó en Punta Arenas, donde se desempeñó como botero. Su extradición nunca fue tramitada. Cabe consignar que estas fueron las muertes probadas por testigos, pero nunca efectivizadas judicialmente.