Hoy quiero contarles sobre uno de esos lugares que, aquellos que realmente amamos la Patagonia, no logramos entender que aún sea casi desconocido y como a mí me gusta que la gente conozca la Patagonia, por eso de que nadie valora o cuida lo que no conoce, les voy a hablar sobre él.
Este sorprendente y ya mítico sitio se encuentra a 135 kilómetros al sur de Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz. Desde esta ciudad se toma la dirección sur por la RN3 donde por unos pocos kilómetros de asfalto se superpone con la RN40 hasta que se desvían y se separan nuevamente. A partir de ese desvío, la 40 se convierte en un más que aceptable ripio por unos 125 kms hasta su actual Km0. La foto es ineludible para todo viajero o aventurero de la Mágica Ruta 40. Antiguamente el km 0 estaba ubicado en Mendoza.
Estamos hablando de casi el vértice más austral del territorio continental argentino (solo queda un poco más al sur la Punta Dungeness), lo que sería la entrada al legendario Estrecho de Magallanes, frente a la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Haciendo un poco de historia, este cabo fue descubierto por Magallanes el 21 de octubre de 1520, durante la expedición que terminó siendo la primera circunnavegación del mundo. Su cronista, el inefable italiano Antonio Pigafetta anotó en su diario de viaje que: «Atravesamos en el día de las once mil vírgenes un estrecho, el cabo del cual llamamos Cabo de las once mil vírgenes». Esto en referencia a Santa Úrsula, martirizada junto con su acompañante Undecimilia, por Atila el Huno, en Colonia, Alemania, por rehusar entregar su castidad. El nombre Undecimilia, se deformó en “once mil” vírgenes.
Visité en varias oportunidades este paraíso, tan alejado de todo y tan…inhóspito se podría decir y sinceramente creo que es maravilloso por muchas razones. Más allá de la belleza salvaje de esta zona, a quienes le gusta la historia pueden disfrutar eso de estar pisando el mismo suelo donde sucedieron tantos grandes acontecimientos históricos a lo largo de los últimos 5 siglos. Hay muchísimas historias para descubrir y conocer.
Lo primero que uno puede conocer al ir aproximándose a la zona del Cabo Vírgenes son algunas de las principales estancias de la provincia como El Cóndor, de la familia Benetton, o la Estancia Monte Dinero, propiedad de una familia pionera, los Fenton. Posee alrededor de 25 mil hectáreas siendo su principal medio de producción, el ganado ovino. La Casa Grande, construcción principal del casco, cuenta con más de cien años de antigüedad y se conserva casi exactamente como fue originalmente, salvo algunas pequeñas ampliaciones. Tiene como distintivo el hecho de ser “made in Europe”, ya que la trajeron desarmada en un barco y levantada in situ. Esta es la última estancia de la Argentina continental. Bien vale una visita para alojarse y revivir como era la vida en un campo patagónico del siglo 19.
Pero lo más característico o importante que se puede visitar acá es el “FARO CABO VIRGENES”. Es administrado por la Armada argentina y está ubicado sobre la parte más alta de un acantilado, justamente de este hermoso cabo. En si consta de un tubo de acero que contiene en su interior una escalera espiralada y una estructura externa reticulada de tubos de acero que soportan al edificio de poco más de 26m de altura. Se yergue unos 70 metros sobre el nivel del mar y fue inaugurado en 1904 en terrenos de la estancia de los Fenton. Tiene un pequeño pero interesante Museo organizado por la Universidad Nacional de la Patagonia Austral con objetos, documentos y maquetas de los barcos de Drake y Magallanes, entre otros.
Por si fuera poco, su ubicación le proporciona algunas características que lo hacen más especial aún:
Es el punto de menor altura de toda la traza de la Ruta 40, es el único lugar donde la Ruta 40 está junto al mar. También es el punto más austral de toda la Ruta 40, pero no el más oriental pese a estar sobre el Atlántico. Ese honor corresponde a La Quiaca.
También este es un excelente sitio para disfrutar, aunque una sola vez lo vi abierto, de un exquisito café o chocolate caliente acompañado con tortas o tostadas con dulces regionales en el negocio más austral del continente: la confitería “Al Fin y al Cabo”, un nombre que le cae de perillas, que pertenece a los dueños de la estancia Monte Dinero.
Soy un tipo de suerte cuando viajo, quizás mi innato optimismo activa mi buena estrella, y quien sabe si fue por ello que, en una oportunidad, en la que me quedé allí durante 3 días, hice buenas migas con los Torreros (mal llamados Fareros), quienes orgullosos de su labor, me contaron la historia de la zona, y me concedieron el privilegio de activar esa torre de luz. ¡¡¡Así fue que encendí el Faro de Cabo Vírgenes!!!, díganme si esto ¿no es un privilegio?. Fue un momento increíble en mí vida de viajero, encender esa poderosa linterna que habrá guiado esa noche quien sabe a cuantos bravos marinos que surcaban esos míticos mares. Alguna vez un famoso capitán de barcos me dijo: “Nosotros los navegantes, ahora usamos GPS, pero…el faro es el faro y yo me quedo tranquilo cuando veo que está guiándome. ¡Ellos no nos fallan nunca…!”
Las vistas de 360 grados desde la parte más alta del faro son inolvidables. Uno desde arriba puede divisar claramente la Punta Dungeness en lo que sería el punto final de la Argentina continental, unos 9 kilómetros más al sur. La gran colonia de pingüinos, la estepa inconmensurable de cerros bajos, coirones, mata negra y verde, salpicadas de guanacos, choiques, zorros y maras, y si uno tiene suerte en el horizonte además de plataformas petroleras y barcos puede divisar, en ciertas épocas del año algunas ballenas e incluso orcas, chapoteando rumbo al sur. Todo impregnado con ese característico olor a mar que termina de conformar un momento de sensaciones inolvidables. Fotografiables solo parcialmente.
En 2004, el Correo Argentino emitió un sello postal con el faro. Quien posea uno y no le interese tenerlo, por favor, se lo encargo.
A pocos kilómetros más al sur, se puede visitar la “Reserva Natural Cabo Vírgenes”, que, de octubre a marzo, se inunda con alrededor de 150 mil parejas de pingüinos magallánicos que cavan sus nidos en la tierra entre las matas negras, y eligen este sitio para el cortejo, puesta de huevos e incubación. Esta «Pingüinera» es la segunda más grande de Sudamérica y la más austral de todo el litoral continental en el océano Atlántico. Hay una más que interesante infraestructura, con cartelería, senderos bien demarcados, y miradores y si bien existe una oficina de Guardaparque, lamentablemente suele no haber nadie. O al menos casi nunca vi a gente allí. Pero ese estado casi de abandono, para quienes somos respetuosos de la naturaleza, es casi una bendición, ya que generalmente no hay turistas y a mí me puede eso de disfrutar en soledad desérticos parajes alejados y en comunión con el entorno.
Pero es posible seguir un par de kilómetros más hacia el sur. Primero hay que sortear las instalaciones petroleras de la ENAP, mi consejo es encarar el portón de acceso y seguir sin detenerse como si fueras uno más de ellos “o perdiste” y te quedas afuera. Al haber poco tránsito allí no suelen controlar mucho. Y a menos de 1 kilómetro se llega, ahora sí, al final de nuestro territorio continental, a la legendaria Punta Dungeness, esa puntita final de la provincia de Santa Cruz que tantas veces hemos visto en los mapas, bueno al menos yo si la he observado infinidad de veces desde chico pensando qué habría allí. Me saqué las ganas con creces, créanme.
La Punta Dungeness, punto extremo del sur del continente americano sobre la costa del océano Atlántico, es además es la boca noreste del Estrecho de Magallanes, en días de muchísima visibilidad se puede llegar a ver la boca sureste, el Cabo Espíritu Santo, punto extremo norte de la provincia de Tierra del Fuego.
Una línea constituida por un alambrado tipo campo de siete hilos, divide nuestro país de Chile. El alambrado llega hasta el agua cuando hay marea alta. Allí se encuentra el Hito 1, una pequeña torre de hierro que hace las veces de Mojón que marca la frontera entre los dos países.
Del lado chileno a pocos metros del alambrado se ve el Faro de Punta Dungeness, cuya estructura similar al Faro del Cabo Vírgenes, incluso en altura, consta de una torre cilíndrica de hierro pintada a franjas blancas y rojas (¡¡aguante River!!). Pegado a esta se aprecia una casa también blanca con techo rojo, donde vive permanentemente el personal de la Armada chilena encargado de su mantenimiento. Este año me llevé la grata sorpresa de que, por primera vez en más de 100 años, su jefa, a partir de marzo pasado, es una mujer, en una clara muestra de que el país trasandino también acompaña esta nueva era de la igualdad de géneros.
Recuerdo haber entablado charlas con jefes chilenos anteriores como quien charla a través del paredón con un vecino del barrio. Siempre me atendieron con muy buena onda. Pero a pesar de eso, reconozco que, en alguna ocasión, cuando no me vieron, pasé la mano por debajo del alambrado y empujé un poquito de tierra para nuestro lado. Si ya sé, no estuve bien ni movió el amperímetro, pero…créanme que me gustó hacerlo. Perdón, se que no es políticamente correcto ni siquiera contarlo, pero son anécdotas de un viajero que aún no ha madurado del todo y le queda algo de chauvinista.
Caminar hasta la playa en esto sitio es una de esas sensaciones que más he disfrutado en mis viajes patagónicos. Tirarme en esas desoladas playas de canto rodados que suelen estar tibios por el sol, escuchar como rompen las olas, buscar piedras de colores, tirar las más planas para “hacer patito”, mojarme los pies y como ritual, y acá haré una confesión, “probar el agua”, si obvio que es salada, pero no me importa, en lugares icónicos como este, siempre al menos unas gotas de agua llevo a mi boca. Es una forma de sentir que ese lugar estará en cierta forma dentro mío por siempre. ¡Si supieran de cuantos lugares así alrededor del mundo probé el agua algunos de ustedes serían incluso capaces de asegurar que no estoy gordo, estoy inundado!.
Tengo debilidad por ser quien está parado en el último punto del país. De sentirme al menos por unos instantes el último argentino, ¿o por qué no el primero? Me pasó en varios sitios similares, en el Faro de San Juan de Salvamento, en la Isla de los Estados, también en La Quiaca…no sé bien por qué, pero me atrapan estos lugares así.
Otro lugar increíble cerca del faro, y que tampoco se protege como es debido, son los restos de lo que fuera la Ciudad del Nombre de Jesús, un fallido intento de colonización española. Fundada por Pedro de Gamboa en 1584, pocos años después de Santiago del Estero, primera ciudad permanente fundada por los ibéricos. Pero sí puede decirse que fue la primera población de la Patagonia. Sus restos han sido hallados y excavados: se encuentra situada en el Valle de las Fuentes, en una hondonada que corre hacia…no mejor no digo donde está, ya fue vandalizada en una oportunidad y odiaría ver que suceda de nuevo.
Trágicamente para esa gente, la falta de provisiones hizo que sus habitantes la abandonaran solo pocos meses después decidiendo mudarse todos a otro poblado, «Rey Don Felipe», cerca de la actual Punta Arenas donde todos salvo uno, perecieron de hambre. Tuve la posibilidad de conocer también los restos de este otro poblado en un lugar bellísimo ubicado entre Punta Arenas y el Fuerte Bulnes, en el actual territorio chileno.
A muy pocos metros de este lugar se halla el cementerio más austral de la Argentina continental, que fue producto de un naufragio. Si bien ahora está cerrado y oculto al turista, y casi devorado en su totalidad por la indomable maleza, mis amigos torreros tuvieron compasión y me explicaron como llegar a él. Allí además de las viejas cruces de madera, ya ilegibles, donde se encontraron restos –de un niño, una mujer y dos hombres de entre 16 y 24 años-, se pueden ver otras dos tumbas nuevas de las que les contaré más abajo.
En estas playas, a finales del siglo XIX llegó la fiebre del oro. Aventureros y buscadores de oro llegaron de todas partes del mundo. Hoy, queda poco de lo que fue esa época. Aún no se había fundado Río Gallegos (1885), ni habían llegados los primeros ovejeros desde NUESTRAS ISLAS MALVINAS a poblar las tierras aún habitadas por los Tehuelches o Aonikenk, los pueblos originarios de la zona, cuando la casualidad hizo que unos náufragos descubrieran oro a fines del siglo XIX. Lamentablemente el codiciado metal disminuyó pronto su presencia, y todo quedó en nada…o en realidad no. Ya que hubo alguien que siguió buscando el oro muchísimos años después de eso.
Don Conrado Asselborn, conocido como “El ermitaño de Cabo Vírgenes”, había llegado a mitad del siglo pasado aparentemente escapando de la ley. Era entrerriano y nieto de alemanes y se quedó a vivir allí, en un pequeño ranchito de chapas a pocos metros del Faro CABO VIRGENES, hasta el fin de sus días, ¡¡nada menos que, 42 años después!!!. Conrado había sido voluntario de la Armada, Gendarme de Frontera, policía, empleado de “La Anónima”. Era un tipo de pocas pulgas y se asentó ahí luego de una pelea a duelo donde mató a su adversario por lo que fue declarado inocente al actuar en legítima defensa. Se dedicó más de 40 años a juntar cueros de zorro que vendía en Rio Gallegos, para obtener víveres y balas, con los que resistía. Eso cuando no lavaba arenas auríferas buscando una pepita que liquidaba en el pueblo. Si bien era una persona de gran fuerza anímica, mental y sobre todo física, el tiempo no perdona y la edad nos llega a todos. “El día que no pueda valerme por mí mismo, me mato”, solía decirles a sus amigos, que al contrario de lo que se cree, tenía, y muchos y lo cuidaban. En mayo de 1992, luego que un furioso vendaval le destrozara el techo de su rancho, salió a intentar repararlo, aparentemente se cayó y se fracturó las costillas. Hombre de palabra, puso el caño de la carabina dentro de su boca y disparó. Tenía 75 años. Un par de días después, un torrero del faro halló su cuerpo. Y ahí empezó a tejerse su leyenda.
Hoy se encuentra su tumba en ese escondido cementerio alemán del que les hablaba más arriba, junto a la de un tal Carrizo de quien no tengo data alguna.
Aún sin conocerlo, a Conrado lo visito siempre que voy y le rindo su merecido homenaje. Existe un ritual entre los pocos que sabemos encontrar su última morada, le dejamos alguna botella de alcohol y cigarrillos en una especie de liturgia tal si fuera Jim Morrison en el famoso cementerio parisino de Peré Lachaise. Me hubiera gustado mucho hablar con él, un pedazo de la historia del Cabo Vírgenes. Hoy una calle de Río Gallegos lleva su nombre.
He visitado muchas veces este sitio, la primera vez con mi mujer Mariana y mi hija Juanita de 1 año. He llegado hasta aquí solo y también con mi hermano menor Fernando y mi ahijado Bruno, he venido con amigos, como el casi local Carlos Gallo.
En fin…amo este lugar, inhóspito, único, legendario, natural, mítico, histórico, yo lo llamo la Finisterre Argentina (continental), se que volveré tantas veces como pueda, porque, además, cada vez que vine descubrí y viví cosas nuevas y siempre me sucedieron historias increíbles. Siento que el Cabo Vírgenes y yo tenemos química.
¡Hasta la próxima amigos!
Que lástima que no mencionas el Destacamento de la Prefectura Naval Argentina que está en ese lugar y cuyo personal realiza importantes tareas como ser el control de la navegación de los buques que navegan por ésas latitudes
La verdad tenés muchísima razón, quizás se me olvidó porque sinceramente no me acerqué hasta ellos a visitarlo como suelo hacerlo en general en mis viajes. MALA MIA, tenés mucha razón. Mil disculpas!!!!
Y me quedó fuera también lo del hospital de Pinguinos…es que hay tanto para contar del Cabo que se me pasaron algunas cosas…incluso me pasé en la extensión que solemos publicar!
Genio Diego, de a poco voy conociendo tú pasión por la Patagonia. El destino en mi juventud, me ha llevado hasta la Planta de Tratamiento de Gas Chimen Aike, y no por un viaje de placer sino que trabajando para una empresa del Grupo Pérez Companc. De todas maneras un privilegiado de estar ahí, casi en el fin de mundo. No pierdo las esperanzas de algún día llegar hasta el faro, donde comienza la R40.
Juaaaaaaaaaa….muchas gracias por tus palabras, amigazo!!!!.
Se que te debo una visita en algún paso por Plottier, ya me quedaré algún día visitando esa zona y te necesitaré de guía personal.
Aprovecho para decirte que admiro mucho el trabajo que estas realizando en el Club Plottier. Hay que apoyar y apuntalar mucho más esas instituciones que tanto bien le hacen al crecimiento de las futuras generaciones.
Ah….y lo del defecto…bueh…te perdono porque el tuyo es peor jajajaja!!!!!!!