El viejo se sobresalta cuando le brotan los recuerdos en medio de su viaje para declarar ante los oficiales de justicia. El hombre, avejentado, es Tomé Hernández, único sobreviviente de la expedición al Estrecho de Magallanes, considerado el más ambicioso plan de colonización de la corona española en tierras australes.
La escena transcurre en el puerto del Callao, donde reside luego que fuera rescatado por un navío inglés en la zona del Estrecho. Han pasado desde entonces treinta y tres años. “Qué día es hoy“ pregunta Tomé a uno de los soldados del Virrey que habían llegado para conducirlo a Lima, en el Alto Perú.
“Estamos a 18 de marzo, supongo que el año lo sabe” dice socarronamente el jefe del retén. «Sí, lo sé, es el año 1620 lo que me lleva a pensar que se han tomado su tiempo para oír mi declaración” responde el viejo. El militar, que se identifica como el capitán Antonio De Córdova, se encoge de hombros y le dice que él “solo cumple órdenes” y que le han ordenado buscarlo.
“Tenemos que ir a Lima, lo demás lo sabrá usted. Es por el caso de la expedición al Estrecho de Magallanes y sus consecuencias, por lo menos es lo que dice el bando de citación”. “Catalina” dice el viejo Tomé, temblando. “Cómo ha dicho» , pregunta el soldado, mientras lo observa, pálido y al borde del llanto.
“Me vienen los recuerdos de una mujer, bella, brava y de mucho carácter. Era Catalina, como dije”. Tomé Hernández, el viejo, hablaba para descargarse de todo lo vivido en la aventura colonizadora de fines del mil quinientos.
“¿Y qué pasó con Catalina?”, dijo el soldado, ya interesado en conocer la historia que de memoria sabían los parroquianos de las tabernas del puerto, donde “El viejo Tomé” contaba siempre a cambio de unos tragos que lo hicieran olvidar sus tristezas y miserias.
Catalina Hernández, sin parentesco conmigo era una líder entre las mujeres que fueron a poblar el Estrecho, aún recuerdo cuando se le enfrentó al capitán Andrés V Biedma. Le dijo “nos marchamos y es una decisión definitiva”.
“Interesante”, dijo el jefe del retén. “Seguramente tendrá muchísimo tiempo para contarle a los escribanos que le tomarán declaración acerca de ello y yo estaré escuchando junto al escribiente, porque siempre me interesó saber de esa leyenda.“
El carretón en que viajaban se movía de un lado a otro, luchando con el barro que las lluvias torrenciales de marzo dejaban en las cercanías de Lima. “Pero cuénteme desde el principio, cuándo llegó a América y cómo fue el viaje”.
El soldado parecía más interesado que todos en conocer la versión de los hechos por parte del viejo y la amabilidad en el trato le hicieron confiar en él. “Bien capitán”, dijo Tomé Hernández, “le contaré desde el principio desde que partimos de Cádiz con Don Pedro Sarmiento de Gamboa”
“El 27 de septiembre de 1581, saliendo de la barra de San Lúcar de Barrameda, izó velas la armada preparada para esta jornada rumbo al Estrecho de Magallanes. Era general de ella, Diego Flores de Valdés, quien venía de muy mala gana y entorpeció lo más que pudo el desarrollo de la expedición. Pedro Sarmiento de Gamboa, aunque con cierto mando debido a su experiencia y grandes conocimientos de la navegación, tenía el título de Gobernador y Capitán General del Estrecho. A los pocos días de viaje, un fuerte temporal hizo grandes estragos que ocasionaron la destrucción de algunas naves y muchas pérdidas de vidas y pertrechos, lo cual obligó a la expedición a regresar al punto de partida. Sarmiento se había opuesto a esta salida, recomendando esperar el cambio de luna porque podía ocurrir lo que ocurrió.
Reparados los daños y reabastecida la armada y después de vencer Sarmiento todos los inconvenientes y contratiempos imaginables, incluso el tener que alquilar un barco por su cuenta para alcanzar al General, que se hizo a la vela sin esperarlo, emprendieron nuevamente la derrota el 9 de diciembre de 1581, y después de un viaje accidentado y una invernada larguísima en Río de Janeiro, recién el 2 de noviembre de 1582 dejamos ese puerto y entramos por la boca del Estrecho hasta tres leguas adentro, el 17 febrero de 1583, pero los vientos contrarios no permitieron tomar tierra y obligaron a las naves a salir al mar abierto. A pesar de las insistencias y protestas del Gobernador, de volver a entrar aprovechando una bonanza, el General no quiso saber nada más y ordenó volverse, pues, sus deseos eran de arribar cuanto antes a España, entrando nuevamente a Río de Janeiro el 9 de mayo de 1583″.
Y qué pasó durante todo ese tiempo …?, preguntó el militar. «Bueno fue una enorme frustración, recién pudimos desembarcar un 5 de febrero de 1584, con muchos contratiempos por el clima y el enfrentamiento indisimulado entre Don Sarmiento de Gamboa y el general Diego Flores de Valdés, designado jefe militar.
“Cuántos eran los que llegaron..? preguntó De Córdova. “338 personas desembarcamos para cumplir con la misión de fundar dos ciudades, la Del Nombre de Jesús, sobre el Atlántico y Rey San Felipe sobre el Estrecho, con lo cual quedaría asegurada la presencia española en el lugar”, dijo el viejo casi como recitando de memoria lo que debía decirles a los escribanos cuando tomaran su declaración..
Se dice que además de colonos y soldados viajaron también familias, habrá sido difícil permanecer allí..”. Tomé Hernández respiró hondo y repasó mentalmente la cantidad y los rostros que a lo largo de todo ese tiempo le fueron resultando familiares, sobre todo cuando se avecinaron los momentos de tragedia.
“177 soldados, 2 frailes franciscanos, 48 marineros, 3 calafates, 1 carpintero de nao, 5 artilleros, 2 barberos, 58 pobladores, 4 herreros, 7 canteros, 5 carpinteros, trece mujeres, 10 menores niños”. Hay que acordarse de que María, la criada de Don Sarmiento de Gamboa había muerto en alta mar, agregó Tomé.
Fueron muy duros los momentos de instalarse y se dice también que hubo muchos enfrentamientos con los nativos, los indios por decirlo claramente, preguntó el militar. “Después de elegido el lugar de la ciudad del Nombre de Jesús, que era un sitio llamado “valle de las cinco fuentes”, casi de inmediato comenzaron los enfrentamientos.
El primer encuentro fue casi un preanuncio de lo que vendría. Allí un indio tomó una flecha, la colocó en su boca, la introdujo y volvió a sacar, con un alarido aterrador”. Fue casi la presentación, porque al día siguiente comenzarían los enfrentamientos.
El capitán hace parar el carretón, completamente atrapado por el relato. “Hubo un enfrentamiento donde murió el jefe de los indios de un disparo casi a quemarropa y un soldado nuestro muerto, además de casi una decena de heridos y los perros…usted no lo creerá..”
“Tomé, qué puede ser extraordinario con los perros..?…”Capitán, nuestros perros que trajimos desde España estaban entrenados para el combate, pero nada le hicieron a los perros de los indios. Los animales de ambos grupos se colocaron a unos cuatro metros de distancia y únicamente ladraron, pero no quisieron enfrentarse. Al otro día dos de ellos habían desaparecidos y los otros…”
“Qué pasó con los otros, interroga el militar, “los otros fueron sacrificados por los colonos cuando la hambruna llegó al Estrecho”, dice angustiado “el viejo”. “Faltaba aún para que la desgracia se abatiera sobre nuestros hermanos y soldados, todo vino mal desde el principio”.
“El desembarco fue caótico y muchas cosas se perdieron en esas maniobras y lo peor, sabe qué es..? nos abandonaron a nuestra suerte«, dice Tomé.
Antes de lograr bajar al resto de la tropa y las provisiones, un violento temporal cortó las amarras de la escuadra y la arrastró mar afuera. Tras 10 días de lucha contra las olas, todo intento de arrimarse al poblado resultó infructuoso, por lo que el capitán Diego de Ribera se amotinó, logrando que 3 naves se plegasen, marchándose todos ellos a España.
De este modo, de la gran expedición solo quedaban abandonados en Nombre de Jesús 245 desdichados, mal vestidos, peor calzados, con escasas provisiones, y sin abrigos. En el estrecho les quedaba solo un buque: el Santa María de Castro. Posteriormente, 74 soldados marcharon a pie setenta leguas, flanqueados por la única nave, arribando a las márgenes de la costa de bahía Buena, donde el 25 de marzo de 1584 Sarmiento de Gamboa fundó la Ciudad del Rey Felipe, a pocos kilómetros de la actual Punta Arenas, Chile.
Mientras tanto, las 180 personas que quedaron en Nombre de Jesús edificaban, trabajaban la tierra (aunque sus cultivos jamás prosperaron) buscaban mejillones, lapas, frutos negros del calafate, legumbres dulces y raíces que asadas tenían gusto a nabo. Como tan solo quedaba una embarcación, Sarmiento de Gamboa decidió regresar a España en búsqueda de más pobladores, soldados y alimentos, pero como durante el viaje fue capturado como prisionero, recién logró llegar en 1590, para entonces, ya era demasiado tarde.
“Viejo, interrumpió el capitán, cuándo se fue Catalina y quien la acompañó..? El hombre parece más anciano y sus ojos se humedecen cuando recuerda el episodio. “Lo recuerdo como si fuera hoy a ese 30 de abril cuando enfrentó al capitán Andrés de Viedma, el hombre que había quedado a cargo de la gobernación del lugar y le dijo “ya soy viuda, me voy, no quiero esperar aquí a la muerte”.
De Viedma le aconsejó casi al borde de la súplica le dice “es una locura, esperen a la primavera, cuando haya mejores condiciones”. Catalina, a quien acompañaban dos mujeres, una de ellas embarazada y otra con su pequeño hijo, le respondió: “Con dos o tres temporales como el reciente, aquí no quedará nada. Fíjate lo que pasó con la huerta y con la leña (…) puede ser una locura, (…) pero todo ha sido una locura desde que salimos de Cádiz en 1581; locura la navegación y la espera en el Brasil, locura los intentos fracasados de entrar en el Estrecho, locura mayor el desembarco en el peor lugar de estas tierras; locura las caminatas de cientos de leguas de ida y vuelta a la Segunda Población, locura los que murieron de hambre, enfermos o de frío; locura las rebeliones y las ejecuciones. Muerte y desolación, y todo para nada (…) No quiero más muertes. Nos vamos en busca de la vida (…) aunque tengamos que vivir entre los indios”.
¿Cuantos se irán contigo?, alcanzó a preguntar De Viedma. «Además de las mujeres que sabes, también irá el hortelano y otros dos hombres más. Buscaremos un sitio más adecuado. El indio Francisco me ha ofrecido ayuda y protección y dice que hay un lugar más adecuado como a unas doce leguas de aquí, bien entrado el Estrecho.”
“Habrá que labrar una nueva huerta, me dijo el hortelano que es optimista. No hubo trigo en la siembra, pero las habas estuvieron a punto de producir.” Entonces le dijo el capitán Viedma “les daremos unos tres hombres para que las acompañen además que los que han decidido marcharse con ustedes. Ellos, agregó, les ayudarán con el transporte de enseres y materiales necesarios para el nuevo emprendimiento”.
“Andrés, dijo Catalina en una confianza casi fraterna, me llevo también “la mísera ropa disponible, la mayor parte puras hilachas; la pequeña carpa de cueros de lobos (…) la necesaria provisión de grasa de lobo y de pingüino, los fardos de carne seca y todos los pedazos de tela que había guardado como vendas para heridas” .
“El lugar elegido, es a orillas del río Chico y creo que allí estaremos bien, dijo Catalina al despedirse de todos, mientras Tomé Hernández la seguía con la mirada, mezcla de admiración y cariño. El bullicio les indica a los soldados y al viejo Tomé que ya se van acercando al lugar de la audiencia, donde se tomará la declaración.
“Viejo, gracias por contarme esta historia”, dice el capitán de Córdova, quien se apresta a descender junto con Tomé al lugar donde será la audiencia. “Otro día me tienes que decir lo de la ciudad del Rey Felipe y como has llegado aquí. Sé que murieron todos…pero de Catalina y los otros qué se supo?, interroga el militar.
Tomé se encoge de hombros y casi con un suspiro responde. “Sueño todas las noches que se las ve caminando al borde del Estrecho, viviendo con los indios.” La charla ha concluido. Dos escribanos y un regidor de gesto severo se acercan a Tomé y le comunican que ya comienza la declaración. El viejo siente una especie de alivio liberador y se hunde en sus recuerdos.
Los habitantes de Nombre de Jesús, a causa de la falta de ayuda externa, y ante la dificultad de conseguir alimentos, terminaron abandonando el poblado, desplazándose hacia el oeste en una penosa marcha a pie por las costas del estrecho en busca de la Ciudad del Rey Felipe.
Los colonos y soldados fueron muriendo de hambre uno a uno, sobreviviendo tan solo Tomé Hernández gracias a que tres años después, en enero de 1587, logró embarcarse en una nave inglesa capitaneada por Thomas Cavendish. Pero esa es otra historia.
El descubrimiento del poblado perdido
Los estudios previos fueron efectuados por el doctor Luis Borrero. Posteriormente, intervinieron las arqueólogas argentinas Ximena Senatore y Mariana de Negris (del Conicet) e Isabel Cruz (de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral).
En la primera campaña del año 2003. Se definió el área de trabajo y se halló el cuerpo de un indígena masculino de unos 13 años fechado por carbono-14 entre el año 1507 y el 1697.
Por su parte en 2005 se realiza la segunda campaña y como reultado de la misma se identificaron tres enterratorios de europeos de entre 16 y 24 años, dos hombres y una mujer. Sus restos óseos no muestran improntas de violencia, pero exhiben una marcada desnutrición.
Sobre una de las sepulturas cristianas, a 1,5 m de profundidad, ocurrió el hallazgo más trascendente el cual hizo a las investigadoras llorar de emoción: el lugar de la fundación del poblado, tal como se desprende de las narrativas históricas.
Según estas:
Sarmiento de Gamboa tomó una pala y cavó las primeras azadonas donde se debía de hacer el altar mayor en nombre de la Santísima Trinidad; puso en el hoyo la primera piedra en el nombre de Jesucristo Nuestro Señor y en nombre de Vuestra Majestad poniendo una gran moneda de plata con las armas, con año y día, testimonio e instrumento escrito en pergamino embreado, entre carbón, en una botija con el testimonio de la posesión.
Precisamente, las arqueólogas desenterraron una moneda de 8 reales con el escudo de Castilla y León , restos de una botija española de cerámica, y dos planchas de metal.