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Ficción desde Zapala que llega “Cruzando la vía”

Redacción
Por Redacción
Es la cuarta edición del libro, mientras está terminando una segunda obra. Lee el cuento "Colonia Laguna Seca", que acompaña la nota.

El escritor Pablo Pigliacampi anunció la cuarta edición de su libro y aquí compartimos unos de sus cuentos. Literatura hecha desde la Patagonia.

Ya está terminando su segundo libro, mientras va de escuela en escuela enseñando Historia y conduciendo el programa radial “La Cruz del Sur”. Pero la serie de cuentos y poesías de su primera obra, “Cruzando la vía” se merecía una nueva edición (la cuarta) que acaba de ser editada por Iván Moyano y su sello ARS, en Neuquén.  

“Cruzando la vía es una serie de relatos ficticios que suceden en las puertas del interior neuquino. Nacen desde una imaginación que ha caminado por otros lugares y otros libros, pero que encuentran en estas tierras su centro de gravedad”, nos dice Pigliacampi desde Zapala.

Los relatos contienen distintas temáticas, que van desde lo policial, lo fantástico, lo cómico y también lo personal; pero todo el libro está atravesado por algunos temas en común: las distintas concepciones sobre el destino, la ambivalencia que nos generan los personajes, el absurdo, lo ilusorio invadiendo lo real, el amor y el desamor, los dilemas morales, y la búsqueda, agrega.

Para finalizar “diré que me declaro defensor de la inmensidad e intensidad del refugio de la imaginación y que agradezco infinitamente la posibilidad de ser leído. Debo confesar que tengo algunos anhelos mientras leen el libro: primero poder por un momento disipar el afuera y el otro es generar algunos recuerdos y reflexiones, dejándoles una mueca parecida al nacimiento de una sonrisa.”

Para conocer un poco más de la literatura de Pigliacampi, aquí compartimos uno de los cuentos que está en la cuarta edición del libro y que será puesto a consideración del público y a la venta, en estos días.

Colonia Laguna Seca

“Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos.” Octavio Paz, “El Laberinto de la soledad”

Capítulo 1: Creciente y Menguante

― ¡Pero Quique, a este pueblo no le queda nada! Estamos rascando el final del tarro.

― ¿Y qué hacemos Judith?, ¿nos morimos?, ¿nos mudamos? Pensá en tú viejo, en cómo soñó a Laguna Seca.

― ¡Pará huevón! Yo no tengo la culpa de que desaparezcamos, él la tuvo más fácil. A mí me quedaron los desperdicios nomás. Decí que pudimos zafar de nuevo de la auditoría, pero de la próxima no nos salva nadie.

                Quique y la Yudi, tomaban mate sentados en el piso, con la patas dentro de un canal que rara vez llevaba agua. Miraban la carrera de tres cardos rusos que rodaban por la calle principal. De golpe un cartel, que tenía décadas colgado, abandonó su constante rechinar para caer toscamente al piso, en él se leía: “POR AQUÍ PASARÁ LA AUTOPISTA EN LAGUNA SECA”. Era la perfecta metáfora de la esperanza de un futuro que también se había perdido.

                Colonia Laguna Seca había sido una población pujante, proyectada para ser centro neurálgico en el desarrollo provincial, pero no la estaba pasando bien, nada bien. En realidad, hacía muchos años que venía a los tumbos; el pueblo había nacido con el descubrimiento de un yacimiento de oro, pero los cálculos fallaron. Después de pocas décadas se empezó a ir a pique, los dioses y los gobernantes la habían olvidado. Lentamente cerraron muchos comercios, la gente se fue buscando futuro y también se apagaron las luces del reluciente teatro. Las dos grandes rutas nacionales, la veintidós y la cuarenta que pasaban por el territorio neuquino, la habían esquivado; tampoco tenía importantes dependencias, ni federales ni provinciales. Había petróleo en toda la región, excepto bajo sus cimientos. Al norte, el Río Agrio surcaba las tierras a muchos kilómetros del poblado, hacia el sur transitaba el Río Covunco, pero por el pueblo no pasaba ni la humedad. Y antes de que descubrieran el yacimiento, el ferrocarril ya había elegido Zapala para terminar su recorrido. El pueblo parecía destinado al fracaso, a la muerte. No tenía minerales, no era turística, en sus tierras no crecía casi nada. No había grandes oficinas, las querencias de invernada estaban en otros pagos; además los jóvenes se habían escapado hacía tiempo, y el cementerio tenía más gente que el pueblo. Hasta su nombre “Colonia Laguna Seca” era un mal presagio.

Mientras Don Froilán vivió, el pueblo tuvo vida; pero el histórico líder político se había ido, y con él los contactos y las ideas.  Después de cuarenta y cinco años a cargo de la Comisión de Fomento, todo el mundo tomó como natural que Basilio Irusta, marido de su hija Judith, tomara el cargo. Pero “El Tucumano Irusta” no era un tipo muy lúcido y para peor tenía dos cualidades aún más terribles: ignoraba sus limitaciones y le gustaba mucho la timba. Con el pueblo a la deriva, se le ocurría una idea estúpida detrás de la otra, y además se jugaba la plata de él y la ajena. No tardó muchos años en patinarse la herencia de Don Froilán, me refiero a los bienes y al respeto reverencial que había logrado el viejo. Pero el acabose fue cuando un fin de año juntó la plata de los aguinaldos y sueldos de diciembre de todo el personal, más el dinero de la obra de pavimentación y se fue al Casino de Mar del Plata. Después de perder todo, por lo menos tuvo el buen gesto de tirarse por la Rambla. Ni La Yudi lo lloró. Esa misma noche unos pibitos tiraron el cartel de una calle que llevaba su nombre. ¡Sí! Le había puesto su propio nombre a una de las calles principales, para así festejar diez años como presidente de la Comisión. Al parecer hay dos cualidades humanas que nunca tendrán límite: la estupidez y la ambición.

Eran un pueblo vencido que caminaba despacio hacia la muerte. Parecía que su destino ineludible era subir al cerro, con el viento a su espalda y el sol de frente, para depositar ahí su apenado final, cual ancestral chenque.

Capítulo 2: La Radio Popular

Pero en una muerte fortuita, La Yudi vio una esperanza. Hacía algunas décadas Colonia Laguna Seca había sido beneficiada por el gobierno argentino. Quien había colocado, en su ahora arruinada población, una repetidora de la inmensa Radio Popular, la cual contaba con treinta empleados. En aquel tiempo percibieron en este pueblo minero el futuro de la provincia. Como rezaba el acta inaugural: “En Colonia Laguna Seca se construye el futuro del sur del país, población destacada por su excelsa producción minera, con una comunidad pujante y honesta, además ubicada estratégicamente para comunicar las sabias decisiones de nuestros líderes”. Dichas palabras también fueron torpemente grabadas en mármol en el ingreso del edificio radial. Pero es más legible si uno acude a las amarillentas páginas del libro de actas, a pesar de estar teñidas del verde claro de la yerba mate, y el marrón oscuro del café. Ninguna de las manchas fue fruto de la mala intención, sino del Parkinson de la mano derecha del histórico director de la Radio: el Ingeniero Gumersindo Hurtado.

Pero desde Buenos Aires no veían la debacle del poblado y después de la muerte de Don Gumer decidieron que era necesario enviar una detallada supervisión a la Radio Popular cita en Laguna Seca. Hurtado, además de sufrir el Mal de Parkinson, era asmático y el clima seco de la zona lo había ayudado. Esto y las habituales visitas de la segunda esposa de Don Froilán, acrecentaron su cariño por el pueblo. Por ello, en sus anuales informes de gestión siempre fue tapando la realidad del mismo. Si en la sede central se enteraban de la situación que acontecía, llegarían a la conclusión de la absurda ubicación de la emisora, por tanto, corría peligro la fuente laboral más grande de la Colonia.

El informe del auditor era un acta de defunción para el poblado; pero cuatro chivos, varios kilogramos de carne de potro y sobre todo la oportuna visita de la segunda mujer de Don Froilán, lograron suspender la decisión del visitante. Al parecer, dicha mujer continuaba contando con las habilidades necesarias para torcer voluntades.

¡Zafaron!

Dos años más tarde, la emisora era puesta nuevamente a prueba. Pero el tiempo pasa para todos: la viuda de Don Froilán, y atenta visitante de Don Gumersindo Hurtado, ya no era lo que fue y las arterias del auditor no estaban en condiciones de soportar los manjares patagónicos. El destino estaba ensañado con Laguna Seca y los desesperados ruegos no prosperaron, así que el informe era el boletín del repitente.

Era el final, pero la combinación: camino de ripio, viento precordillerano y chofer porteño sentenció el desenlace del auditor, quien murió retornando a la capital otorgándole una nueva oportunidad al pueblo.

La Yudi, quien era la nueva Presidenta de la Comisión de Fomento, le ordenaba a unos empleados desarmar el cartel de la fallida autopista, venido a pique horas antes. Quique la miraba con admiración, siempre la había deseado, desde aquel amor ingenuo de la niñez compartida. Pero La Yudi era de la aristocracia de Colonia Laguna Seca y él solo un muchacho de cachetes rojizos y paspados que nunca había sido visto sin los pullóveres de lana que le tejía su abuela.  Debía suplir su poca gracia y exótica belleza con compañerismo y valentía. Entonces le había propuesto que robaría y cambiaría los papeles del maletín del auditor para alterar el mensaje y contarles otra cosa a los cabecillas de la radio. Este acto de arrojo le dio otra oportunidad al poblado. Halagada ante la muestra de osadía del tímido pretendiente, La Yudi se acercó decidida, lo tomó de la cintura y sus adyacencias, y lo besó. 

En el cambio de papeles, Quique Cheuqueta era el nuevo director, aunque su desconocimiento sobre las labores de la radio era casi perfecto; pero a veces la patria, y sobre todo el amor, requiere sacrificios. Entre ambos pensaron que la emisora debía cambiar la historia, pero no en el sentido de modificar el futuro, sino literalmente debía cambiar todo lo que pasaba contando fantasiosa y exageradamente lo que sucedía en la Colonia. Tenían la posibilidad de escribir una nueva historia. ¿Real o no? ¡Qué importa! Y como decía La Yudi: ― “Quien esté libre de haber dicho una mentira que tire la primera tosca”.

Algún condescendiente opinólogo dirá que fue una “picardía”, una buena idea, ¡qué se yo! En el otro rincón se encuentran: los abogados, los refutadores de leyendas y los que buchonean a los que se copian en los exámenes. Éstos piensan que lo que sucedió fue una estafa a gran escala.

Algunos pueblos desarrollaron: la cacería, la agricultura, la industria, la maquinaria de la guerra. Colonia Laguna Seca se propuso desarrollar la mentira como método de supervivencia.

Quizás era la última oportunidad y no debían dejarla escapar.

Juan “El Charito” Campos no paraba de tirar ideas para esta nueva etapa, decía que: ― “había que dejar de cuidar el empate y salir a buscar el partido”. A los demás a veces les costaba entenderlo porque sus metáforas eran siempre futboleras. El Charito había heredado la pasión y el puesto en la radio de su padre Fortunato Campos, una leyenda dentro de la emisora. Lo primero que hizo fue agregar datos en Wikipedia, en la virtualidad pasaron a ser una población potente, desarrollada y productiva. Crearon sitios webs de distintas asociaciones inexistentes (Clubes, Centros Culturales, Museos y otros) y, además, mostraron la prolífica actividad de un falso centro de convenciones. La Radio Popular comenzó a tener una página en la que cientos de personas de la región destacaron su necesaria y precisa información. Harían lo que fuera por conservar la fuente laboral más importante del pueblo. Porque no era solo una radio, era una cuestión de orgullo, de dignidad; por lo menos esas fueron las palabras de La Yudi al reinaugurar la emisora.

 Ese fin de semana se realizó la Fiesta Nacional del Puchero de Rabo, con la respectiva comisión evaluadora de la mejor cocción y el paso de mando de la reina saliente a la entrante. Pero como imaginarán ustedes, lo que importaba no era lo que sucedía, sino cómo se vendía todo aquello. A los pobladores no les importaba, entendían las razones de aquel engaño. Pero había que rellenar horas y horas de emisiones radiales, así que toda idea era bienvenida. De este modo, la programación era de lo más variada. Los locutores buscaban el asombro constante, todo se había vuelto absurdo, disparatado. Pero de algún modo quienes hacían la Radio Popular y el pueblo habían entrado en una comunión. Las libres interpretaciones de los hechos de algún modo liberaban las mentes laguneras o luganenses, quitándole racionalidad a la relación causa-efecto. Hablaban de los temas que les interesaban a los pobladores y en esa relación emisor-oyente una credulidad controlada era necesaria porque agregaba un poco de fantasía a los habitantes hartos de tristes realidades. Como decía Ruperto Cuore: ― ¿No es preferible pensar que realmente alguien colgó esta noche la luna, para dedicársela a su amada? ―. Ruperto tenía su programa romántico todas las noches y pasaba música melosa, muy melosa. Y las noches de luna afirmaba que el fenómeno había ocurrido a pedido de un hombre fuertemente enamorado. Ruperto Cuore era un dandy pasado de moda, con una sonrisa que ya dejaba ver espacios, un peinado que nacía todo del lado derecho acobijando la cabeza hasta su lado izquierdo y un caminar en cámara lenta. Aunque cada movimiento parecía salido de una publicidad de cigarrillos. Nadie sabía cómo este Don Juan de cotillón había terminado sus días en Laguna Seca. Tenía más de setenta años y había sido un galán de novelas porteñas, actor de cine, televisión, pero un día se tuvo que escapar. Nunca había contado el por qué, solo hacía hincapié en sus variadas y poco probables historias amorosas. En el pueblo imaginaban historias: que fue por la dictadura, que Monzón se la tenía jurada, que vio venir la televisión a color y huyó para no exponer sus años. Pero él no confirmaba nada, solo contaba historias por parte, como para que la gente invente su propio final. A veces dejaba picando que era el verdadero Rolando Rivas, pero lo habían cagado y tuvo que trompear a Migré, ¡qué se yo!  

Otro personaje del pueblo era Don Fulgencio Díaz, quien todas las tardes tenía su programa de chistes y chimentos de la zona, con sorprendentes anécdotas del campo, increíbles y poco probables. Los oyentes las escuchaban del mismo modo que se lo hace con un abuelo: sin chistar, ni poner en duda y con la fe del converso. Y era ley que cuando Don Fulgencio se despedía con su infaltable ¡Chaito!, los radioescuchas contestaban de igual manera. Además del noticiero, por la mañana también estaban los secretos de la cocina de Doña Coliqueo, quien explicaba como preparaba: ñachi de chivo, panes, chivos al asador, verduras en el horno de barro, el pavo en fiambre y en cazuela. Además de su receta especial de Chupilca “levanta muertos”, ideal para despabilar trasnochados. La Doña también daba instrucciones de cómo debía utilizarse el ñaco y el michay en la cocina. Si bien era el único programa “serio”, hubiera sido imposible sin la idea de la emisora de salir a jugársela toda. Así como de refilón podríamos contar que se relataba todo, desde una esquila de ovejas, asimismo también el encuentro mensual de tejedoras, y hasta la difícil tarea de contarle a la audiencia los movimientos y la expresión de los bailarines dentro de los estudios de la Radio Popular. Todo contenido debía tener un porcentaje de mentiras y exageración ya estipulado, así cuando escucharan las emisiones en la central de Buenos Aires, estarían convencidos de estar contando con una radio influyente en la zona que tenía en cuenta las características locales y que llevaba la voz de lo que sucedía.

Aquella “magia” incorporada para hacer más llamativa la transmisión, iba desde la exageración sin límites, a los más inverosímiles encuentros. En los mismos, aparentemente, venía gente de toda la provincia y también de las provincias limítrofes, incluyendo a chilenos que cruzaban la frontera para acudir a Colonia Laguna Seca. También se empoderaba la influencia política y económica de la localidad en las decisiones del gobierno provincial. Estaban convencidos que aquella mentira revalorizaría la radio y, por lo tanto, al pueblo. 

Pero si vamos a lo extraordinario, a aquel suceso que realmente nos conmovió, fue la sección deportiva de la radio. El evento estrella de la transmisión radial era “La pelota no se escarcha” de “Charito” Campos. El programa enaltece la apoteosis de la ficción atravesando lo real.

Capítulo 3: La pelota no se escarcha

                Comenzaré contándoles que la gente se juntaba alrededor del artefacto radial para escuchar esos partidos en los que era protagonista el equipo del Laguna Seca Deportes. En el bar, en la iglesia y en cada casa se frenaba el tiempo. Todo el mundo dejaba sus quehaceres y ponía el oído atento a cada detalle que el “Charito” Campos les contaba. Insultando y pateando al aire ante cada gol errado, comentando como debería haber acomodado el pie para un remate correcto, cantando las canciones del club y protestando por los fallos del árbitro. Nada distinto a lo que sucede en cualquier rincón del país ante un partido, salvo por el hecho especial de que todo era invención del relator. ¡Sí, sí! Y les cuento más: todo el pueblo sabía de aquella treta, pero preferían eso porque salían mejores partidos que los reales. Los escasos jóvenes que quedaban en el pueblo, no derrochaban habilidad así que lentamente la gente se había ido alejando de las canchas y de las transmisiones.

Todo Laguna Seca vibraba con su club. Lo mágico reside en engañar a alguien que sabe que está siendo engañado porque más allá de lo irreal elige creer. Todo acto de magia necesita de la credulidad y complicidad del espectador; si ello sucede, todos ganan. Podríamos decir que ocurre lo mismo con el cine o el teatro, hasta con las ofertas; pero ese es otro tema.

Como olvidar aquella tarde de domingo, que la gente salió a festejar por las calles arcillosas el campeonato del Laguna Seca Deportes. Niños y ancianos llevando sus trapos blancos y verdes con las siglas LSD. Para sus celebraciones tenían algunas banderas que costaba hacerlas flamear porque eran de pesada lana de oveja. Habían llegado a la final contra el potente Sportivo Sauzal Bonito; después de empatar en dos goles fueron al alargue y luego a la definición por penales. Ese soleado domingo de primavera, luego de tres horas de trasmisión, se volvió una helada tarde noche. Así que el último lanzamiento del “Guatón” Tapia fue casi a oscuras y el grito desaforado del relator desató la emoción, la alegría era toda verdiblanca. La Yudi dio asueto por dos días, dado los festejos en el pueblo; nada como la felicidad compartida.

Cada domingo, la delgada línea de lo real y lo ilusorio se borraba al encender la radio. No hacía falta sintonizarla, era la única que se escuchaba. A las quince horas comenzaba “La pelota no se escarcha”, sonaba la introducción con el tango Triunfal de Astor Piazzolla de fondo y se escuchaba la impostada voz del Charito Campos. Primero agradecía a los inexistentes auspiciantes, luego saludaba a las poblaciones desde Picún Leufú hasta Barrancas, desde Octavio Pico hasta las localidades chilenas de Melipeuco y Curacautín. Prontamente se dirigía al vestuario para transmitir. Desde allí, narraba aquel íntimo momento previo; y los oyentes podían sentir el olor a los aceites verdes para frotar los cuerpos en el calentamiento y del átomo desinflamante que aliviaba los achaques de contiendas anteriores. Por cábala les contaba como vendaba sus tobillos el pibe mágico, el “Chelo” Doria, un wing izquierdo de esos que ya no se ven en primera división. Después se retiraba, ubicándose en la cabina de transmisión para poder tener el correcto ángulo de visión. En verdad subía a los techos de los que habían sido los vestuarios de la cancha local, daba vuelta un cajón azul de cerveza Quilmes y se sentaba allí durante dos horas; cerraba sus ojos y comunicaba todo lo que su mente veía. Cada tanto los abría, cebaba un mate amargo observando ese potrero lleno de yuyos, ahora convertido en basurero. Tras unos breves instantes: negaba con la cabeza y, a veces, hasta soltaba alguna lágrima. Volvía en sí, cerraba los ojos y allí aparecía el Chelito Doria haciendo pasar de largo defensores rivales. El pibe con la casaca número once se hamacaba de un lado a otro, provocando las más bochornosas caídas de sus contrincantes. Una vez el cuatro del Real Quili Malal se comió el amague y fue a parar contra el alambrado, tuvieron que pedir el cambio porque no lo pudieron desenredar. En los partidos contra Forrajeros de Bajada del Agrio lo marcaban de a tres, le empezaban a pegar desde antes que el juez toque el silbato para dar inicio a la contienda. Los laguneros protestaban, los oyentes gritaban y maldecían a sus vecinos competidores. El relator contaba que el secreto de Doria era que su abuela lo mandaba a atrapar pollos, había desarrollado una cintura prodigiosa. Por ello, su postura pendulante, con brazos y manos como atajando gallinas, era imposible, indescifrable. Los oponentes no adivinaban para dónde saldría. ¡Pero no se quedaba allí! ¡Nó, nó, señoras y señores! el Chelito hacía de dos o tres goles por partido. Una vez le hizo seis a Club y Biblioteca Coihueco, y al día siguiente apareció un mural en las paredes en la que fue su primera canchita; era un baldío detrás de la Iglesia. En el mural aparecía un muchachito con la camiseta número once del Laguna Seca Deportes, gambeteando planetas, con un sol que hacía las veces de pelota y lo llevaba pegadito a la zurda del pibe.

Hace tiempo que el pueblo era otro, la gente caminaba con el cuello estirado, inclusive hasta cuando tenían viento de frente. Cuando iban hasta Zapala notaban la envidia de los hinchas del Club Unión y el Don Bosco que decían no saber quién era ese tal Chelito Doria. Los laguneros enloquecían por el pibe. Ni hablar de la vez que lo mandaron al banco contra Defensores de Chorriaca, la gente fue a protestar a las puertas de la Radio Popular, pidiendo explicaciones. El técnico tuvo que sacar un comunicado informando que fue para cuidarlo, porque había escuchado que lo querían romper.    

  Al año siguiente empezaron a venir ojeadores de jugadores desde Mendoza y Córdoba, algunos se perdían y ni siquiera llegaban a Laguna Seca porque en la terminal de Neuquén no sabían dar las indicaciones correctas de cómo llegar al pueblo. Pero era tal la leyenda de esta joven promesa que desde Gimnasia y Esgrima de La Plata llegó un tal Rogiani con plata y un contrato. Lo buscó por todos lados, pero llamó a su club diciendo:

― ¡Esto no tiene goyete, es un fantasma, desapareció!

Luego de ser nuevamente campeón, hacer treinta goles, veintidós asistencias y descaderar a ocho defensores, la voz llegó a Inglaterra. Al parecer habían aterrizado en Buenos Aires emisarios del Coventry City Football Club, dispuestos a todo para volver con el hijo pródigo de Laguna Seca y su zurda tallada por los mismos dioses.

En las oficinas de la Comisión de Fomento hubo una reunión de carácter urgente. La Yudi y el Quique comandaban la misma, pero había que oír también al pueblo y, sobre todo, a Charito Campos por ser el padre de la criatura. Se escucharon gritos, argumentos disparatados y balbuceos certeros. La noticia de la posible venta del desconocido jugador estaba en todos los medios del país. Si saltaba la ficha, la mentira de la radio iba ser descubierta. El problema no era solo vender algo que no tenían, sino que, si aceptaban que aquello intangible tenía precio, nada quedaría. No era perder la radio o un jugador, era perder la dignidad, el sentido de pertenencia, la fantasía, la magia. Serían un emisor y un receptor sin mensaje, como vociferó Don Fulgencio. La medida que más votos tuvo fue mudar el pueblo, una especie de éxodo comunal; pero la realidad a veces es despiadada. Fue allí que el relator dijo que él se haría cargo de apagar la leyenda para salvar a su pueblo.

El domingo comenzó con los habituales rituales previo al partido, nada distinto a la usual emisión. Desde las oficinas de la Radio Popular le avisaron que los ingleses estaban viajando rumbo al pueblo y que tratarían de llegar para ver el segundo tiempo. El relator, el gran Charito Campos impostaba su voz como siempre, pero se lo escuchaba más dubitativo, inquieto en su improvisado banquito. Los oyentes esperaban que la pelota llegara al once, pero no se la pasaban. El partido se detenía, estaba lento, muy charlado. Hasta que a los veinte minutos de juego un defensor contrario reboleó la pelota que parecía ir a parar afuera del estadio, pero un viento cruzado la hizo girar en el aire y así como quien no quiere la cosa cayó en los pies del Chelo Doria. La gente respiró aliviada, sonreía expectante por saber cuál sería la próxima genialidad. El pibe levantó la cabeza, cuando le salió el lateral derecho se la tiró por un lado y la fue a buscar por el otro. Pero cuando estaba cerca de la línea final sintió el resoplar de un caballo. Era el número cinco del equipo del Covunco Abajo, quien lo cruzó con ambas piernas levantando por el aire al pibe y también el banderín del córner. La gravedad terrestre dejó de funcionar por un momento porque el jugador tardó varios segundos en caer. El relator, quien parecía estar atravesando un ataque de asma, entre lágrimas trasmitía lo sucedido. Dejó de hablar, tapó su micrófono y agachó la cabeza, pero sabía que todo el pueblo y también los ingleses que lo oían por el camino, estarían esperando saber que pasó. Continúo diciendo que el pibe se quiso parar, pero parecía un potrillo recién nacido. Minutos más tarde daba la terrible noticia: el Chelito tenía rotura de ligamentos cruzados en ambas rodillas, fractura de una costilla y desprendimiento de retina.

Ya no había nada que ver, era preferible pasar desapercibidos por un tiempo. Calculó que los del Coventry City Football Club pegaron la vuelta antes ¿Y qué decir del pueblo? Estuvo por días en absoluto silencio.

La semana siguiente Ruperto Cuore encontró al relator en el depósito de la Radio Popular, estaba revolcado entre algunas viejas cajas y todavía tenía las marcas de las lágrimas en su piel.

― ¿Pibe, por qué terminaste así la cosa?

― Tenía que dejarles algo y la esperanza del retorno es preferible a la pérdida total. ¿Te puedo preguntar algo Ruperto? ¿Por qué estas acá en Colonia Laguna Seca?

― Mirá pichón, en las ciudades todos parecen estar detrás de algo, puede ser material o sentimental, son como cazadores detrás de una presa, se llama ambición. Aquí pareciera que nos estamos escondiendo de todo, y de todos. Quizá nos refugiamos del futuro, del que sospecho no tendremos lugar. Hice lo mismo que el pueblo, me escondí del futuro.

ATE
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