En ese instante final a punto de enfrentar la muerte, Luis Maldonado el cabecilla de la fuga de la Prisión del Diablo, supo que nada de lo que hizo tuvo sentido.
Tras meses de vagar hambrientos y en harapos, después de soñar con la libertad, llegaba la hora del final a manos de tres compañeros del presidio de Puerto Cook, en la Isla de los Estados. Era un 16 de marzo de 1903.
La fuga había comenzado a gestarse a principios de 1902, cuando se confirmó la decisión de mudar la prisión del Diablo desde la Isla de los Estados a Ushuaia.
Sabiendo que la guardia era débil y en vísperas del traslado hacia Ushuaia medio centenar de reclusos toma la decisión de evadirse de la que era la prisión más inhumana del país. Luis Maldonado era un marinero de la Armada Argentina juzgado y encarcelado como tantos otros que habían cometido diversos delitos.
En este escalón hay que diferenciar los penados por homicidio, a los que se juzgó con penas de hasta doce años por insubordinación. Muchos enganchados en las fuerzas armadas debían pasar un tiempo arbitrario de servicio sin poder abandonarlo, cometiendo – si lo hacían – el delito de deserción.
El 6 de diciembre de 1902 a las 3 de la madrugada se dá inicio al motín y posterior fuga seguida de muerte del soldado Bonifacio Díaz y el marinero José Lagos. Los penados partieron a bordo de dos balleneras y un bote salvavidas, tratando de alcanzar la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Sin embargo, sólo algunos lo lograron con un final trágico de muerte o resultando nuevamente apresados. Resultaba sumamente difícil atravesar el Estrecho de Le Maire que separa la Isla de los Estados de Tierra del Fuego por sus corrientes embravecidas y vientos huracanados.
Los que no llegaron a la Isla de Tierra del Fuego se quedaron en Isla de los Estados donde virtualmente fueron dueños de ese territorio, hasta el apresamiento o muerte por parte de sus compañeros.
Los penados se habían divididos en distintos grupos y tres meses después de la fuga se encontraban enemistados con Maldonado, el líder de la fuga, que andaba por San Juan de Salvamento, antiguo presidio, con otros siete hombres.
El 16 de marzo, al regresar al campamento de la laguna de Vancouver, Maldonado venía armado de machete y se sentó a tomar mates alrededor del fogón. Ese descuido resultó fatal ya que Juan Peralta lo agarró por detrás trabándole los brazos y José Roldan lo tomó de las piernas y en esa posición fue degollado por José Cenzano.
Tampoco tuvo sentido que por ejecutar sus arbitrariedades fuera degollado su lugarteniente, Antonio Villanueva. Juntos habían matado al penado Teófilo Martinez por tener la idea de entregarse al ver ir y venir a los barcos de la de Armada que los bususcaban.
El Indio Juan
Juan taloneó al caballo apurando la marcha por los senderos que sólo los de su raza conocían en Tierra del Fuego. Una sensación ambivalente lo envolvió: detrás suyo cabalgaban los efectivos militares enviados a la captura de los evadidos.
El era un indio ona de la toldería de Punta María y tenía presente las permanentes matanzas de sus hermanos por parte de los blancos. Había crecido escuchando la historia de Ramón Lista, futuro gobernador de Santa Cruz y la masacre de San Sebastián, un 25 de Noviembre de 1886.
La última había sido en Cabo Domingo, cuando los cazadores de indios, encabezados por Alejandro McLennan, abrieron fuego sobre los más de 300 onas que habían participado de un banquete con comida y abundante bebida que había embriagado a los hombres de la tribu.
Era una de las tantas matanzas que por su cantidad escandaliza, pero hubo otras antes como la de playa Spinghill, en la que gran cantidad de onas se abalanza sobre una ballena que previamente había sido envenada con estricnina. Se estima que unos 500 onas murieron en ese episodio, iniciándose de ese modo el camino de la extinción de la raza.
Corridos por los alambrados de los ganaderos a los que el gobierno les otorgaba las tierras, los onas iniciaron un proceso de subsistencia y hambruna. Ya no estaba presente el guanaco, cazado de modo indiscriminado por los blancos. El sistema de reparto y parcelamiento de la tierra obligó a los originarios a cazar el “guanaco blanco”, como denominaron a la oveja.
Esto encendió la reacción de los latifundistas, en especial José Menendez, que contrata a cazadores de indios como triste y célebremente se los recuerda.
Los nuevos ‘dueños’ del país selk’nam contrataban ‘cazadores de indios’ profesionales, como Mc Lennan, Mr. Bond, John Mc. Rae, Kovasich, Albert Niword, Sam Islop, Stewart, Peduzzi, Julius Popper, José Dias».
La partida está en marcha y el indio Juan conversa con un soldado del Regimiento que mandaron a iniciar la cacería de los evadidos. El teniente Suarez, a cargo del operativo, pasa revista a los efectivos y redacta el informe de la búsqueda.
La misión salesiana de Cabo Domingo, las estancias de José Menéndez y la policía de Río Grande nos han suministraron recados, cueros lanares secos y otros frescos para poder montar.
La expedición quedó formada por 15 hombres de tropa, tres caballos cargueros, otros dos de repuesto. El 28 estaba a tres leguas al sur del Cabo San Pablo, habiendo sido lenta la marcha por los pantanos y bosques, debiendo avanzarse al paso y a veces con los caballos de las bridas.
Allí descansaron dos días y el 31 se emprendió viaje hacia el lago Fagnano,suponiendo que los presos se dirigirían, por allí, hacia Chile. El 3 de enero estaban en el lago.
Las pesquisas «además de penosas, resultaron inútiles», por lo que dispuso seguir hacia la estancia de los Bridges, en Haberton, que «podía haber sido asaltada», rumbiando para ello al sudeste. «El terreno se presentó sumamente accidentado y fue preciso marchar a pie la mayor parte».
El indio Kwan – Juan para los blancos –respiró casi con alivio cuando dieron por fracasada la primera etapa de la búsqueda de los fugados. En secreto compartía una rara simpatía con los evadidos. A los que habían masacrado a su raza nadie los buscaba ni perseguía.
Un tal Funes
“Sepan ustedes Cabrera y Maldonado que no me voy a plegar al motín”, dijo infundiendo respeto el sargento Distinguido Pablo Funes, preso por el asesinato del comandante del Batallón de Artillería de Costas, teniente coronel Carlos Mallo.
El suceso se desencadenó, un 10 de mayo de 1900, cuando Funes fue increpado por haber hablado a sus compañeros respecto de lo injusta que fue su degradación aplicada por Mallo unos días atrás. En la discusión Mallo reprendió severamente e incluso abofeteó a Funes, quien, enfurecido por la afrenta, le asestó dieciocho cortes con el sable bayoneta de su fusil Mauser.
Cuando los oficiales del Cuerpo advirtieron lo que sucedía y fueron al lugar encontraron a su jefe agonizante y tendido en un charco de sangre. Se soltó una paloma mensajera en procura del auxilio de los doctores Vigo y Lucero pero la tormenta de aquella noche desorientó al animal, que llegó recién a la mañana siguiente, cuando ya no había nada por hacer.
Cinco días después el sargento Funes fue trasladado a Buenos Aires para ser juzgado, en medio de opiniones contradictorias, pues había quienes lo consideraban “un pobre enfermo”, tal como fueron las últimas palabras de Mallo mientras otros lo defendían asegurando que había sido insultado y ultrajado. De hecho, ciento veintiocho firmantes elevaron una nota al ministro de Marina comodoro Martín Rivadavia en franca defensa del sargento, quien había sido puesto por su propio jefe en la situación de violencia que desencadenó el sangriento episodio.
El Consejo de Guerra y Marina en primera instancia absolvió de culpa y cargo a Funes, dado que se comprobó el abuso de autoridad por parte de Mallo y, sobre todo, se tuvieron en cuenta los argumentos de los médicos que determinaron que el acusado era epiléptico y que en el acto de cometer el crimen se encontraba bajo la acción de un paroxismo epiléptico que lo impulsó irresistiblemente a cometerlo. La sentencia fue apelada y el 1° de agosto de 1900 se condenó a Funes a presidio por tiempo indeterminado. Diez días después era embarcado al transporte Guardia Nacional rumbo a la isla de los Estados, punto elegido para que cumpliera su condena.
En 1910 conmemorando el primer centenario de la Revolución de Mayo, el presidente Figueroa Alcorta le conmutó la pena por la de presidio por once años: el 1° de agosto de 1911 Funes obtuvo su libertad.
La crónica histórica dirá que fueron apresados y juzgados los penados que evadieron la prisión del Diablo. Solo hemos querido destacar estas historias dentro de este episodio.