Este siete de julio se cumplieron 102 años del nacimiento de Guillermo Yriarte, un rionegrino que transitó una vida de experiencias singulares en lo laboral y vocacional. Su primer oficio, en cercanías de su pago natal de Pomona –en 1922 llamado Paso Peñalva– fue el de peón de campo para todo servicio, ya de adolescente se convirtió en agarrador y esquilador de ovejas; cuando le tocó la colimba estuvo de escribiente en una compañía del Instituto Geográfico Militar relevando planchetas de altitud en campos de Santa Cruz. Después volvió a las comparsas de esquila y pudo esquivarle la guadaña a la parca cuando lo afectó una apendicitis grave; ya recuperado y a punto de formar familia consiguió el único empleo posible para un muchacho pobre y con apenas sexto grado: agente raso de la Policía del Territorio Nacional de Río Negro. El destino fue el destacamento de Clemente Onelli, donde empezó una trayectoria de crecimiento personal que quizás nunca se hubiese imaginado.
En aquel rincón de la estepa patagónica trabó amistad con la comunidad mapuche de Anecón Grande, y comenzó a estudiar sus tradiciones culturales, allá por 1945 cuando esos temas todavía eran menospreciados y era frecuente leer y escuchar que “los indios ya no existían”.
Pero allí mismo, en Onelli, descubrió la necesidad de ser correcto y justo en las intervenciones policiales sobre hechos delictivos, accidentes de distinto tipo y otras situaciones sociales por las cuales los pobladores rurales acudían al modesto destacamento. Para capacitarse en esos asuntos se suscribió a un curso, por correspondencia, de reglamento procesal forense y, a los efectos de ser prolijo en sus actuaciones, compró de su propio bolsillo flaco de agente una máquina de escribir portátil, encargada a Buenos Aires por un comerciante local que le facilitó el pago en cuotas.
Ese aparato de escritura fue el primero de su tipo en Clemente Onelli y su propietario –ya entrenado en el lenguaje administrativo- redactaba sin faltas de ortografía ni de gramática. Muy pronto corrió la voz en toda la zona: “en la comisería (sic) de Onelli hay un milico joven y atento que hace cartas” y de esa forma Guillermo Yriarte se convirtió en el escribidor de todo tipo de reclamos y trámites. Eran los buenos tiempos del Estado Peronista Benefactor (las mayúsculas las pone este cronista) y por el teclado de aquella Hermes Baby pasaron numerosos pedidos de adjudicación de tierras fiscales, de ayuda familiar, de las Singer para costura, de becas para estudio y tantas otras cuestiones.
En 1947 el protagonista de esta historia consiguió traslado, ya como agente escribiente, a la sede policial de Ingeniero Jacobacci. En ese pueblo comenzó a concurrir a peñas y encuentros folklóricos, iniciando el camino en una pasión que continuaría toda su vida, hasta ser reconocido nacional e internacionalmente como autoridad en esa materia.
En 1949 un nuevo traslado lo llevó a la comisaría de Cipolletti. En 1952, cuando murió Eva Perón, se negó a usar el brazalete negro de duelo, que se impuso como obligación para todo el personal estatal de punta a punta del país. No lo hizo por “contrera”, sino porque le parecía una orden excesiva que invadía sus sentimientos personales. Lo dejaron cesante, con 30 años, casado y con hijos.
Nuevamente se anotó en un curso por correspondencia, esta vez para ejercer como Martillero Público, actividad en la que se matriculó y de inmediato logró relacionarse . En tanto iba reuniendo todo los libros y revistas que llegaban a sus manos con los temas de culturas indígenas, danzas folcklóricas y tradiciones patagónicas. Dedicaba muchas horas a la lectura, y conversaba largo y tendido con la gente de campo, preguntando y tomando notas.
En 1955 estaba vacante el cargo de Juez de Paz de Cipolletti, un grupo de vecinos lo propuso en el cargo y fue nombrado por el Gobierno provincial. Asumió la tarea de ser árbitro y componedor de las relaciones entre vecinos con el mismo compromiso responsable que ya lo acompañaba desde los tiempos de uniforme policial. Al principio de la década de los años 60 se vinculó al Club Hípico y Tradicionalista Martín Fierro, de la misma ciudad de Cipolletti y se integró a la escuela de danzas folklóricas de la entidad. Comenzaron sus viajes como delegado y acompañante de grupos de bailarines que participaban en distintos encuentros de la región y el país.
En 1964 la Dirección Provincial de Cultura de Río Negro le encargó la organización del primer festival de folclore rionegrino, inició también sus viajes anuales al Festival de Cosquín y en ese mismo año 1964 realizó su primera publicación sobre temas de la tradición argentina, referido al origen árabe del popular calzado llamado alpargata.
En 1973 se jubila del cargo de Juez de Paz y a partir de ese momento se dedica exclusivamente a los viajes por el mundo, como miembro del Comité Internacional Organizador de Festivales Folklóricos y Artes Tradicionales (CIOFF) con auspicio de la Unesco.
En 1975 fue presidente del jurado de selección de admisión para concursantes en el Festival de Cosquín. Su conocimiento lograba respeto por parte de los más importantes estudiosos del folklore argentino.
Desde su juventud, que transcurrió en gran parte en Río Colorado, Guillermo Yriarte era adherente a las filas de la Unión Cívica Radical, pero no había tenido cargos ni aspiraba a tenerlos. A mediados de 1983, cuando se preparaban las listas de candidatos para las elecciones que –el 30 de octubre- señalaban el final de la dictadura cívico militar, un numeroso grupo de ciudadanos impulsó su nombre para integrar la Legislatura de Río Negro.
De esa manera, entre diciembre de 1983 y el mismo mes de 1987, ocupó una banca en la Legislatura de Río Negro aquel joven que fuera peón de campo, después esquilador, agente de policía; y ya maduro juez de Paz y martillero público, el respetuoso y respetado estudioso de las tradiciones rionegrinas, hombre fogueado en adversidades y capaz de afrontarlas en todo terreno.
De su paso por el ámbito legislativo quedó una anécdota que describe cabalmente el rigor de su conducta. Ocupaba la vicepresidencia primera del cuerpo y, debido a la ausencia por enfermedad del titular, le tocaba presidir una sesión ya convocada con anterioridad. A la hora exacta prefijada Yriarte se ubicó en el estrado de la presidencia y ordenó que sonara el timbre que llama a los legisladores a sus bancas, sólo unos pocos estaban en sus sitios, casi todos deambulaban por pasillos o permanecían en sus oficinas. Hizo repetir el llamado varias veces, transcurridos los 15 minutos que establece el reglamento pidió al secretario que pasara lista, y al comprobarse que no se reunía quórum levantó de inmediato la sesión. Un par de minutos después empezaron a llegar los diputados remolones, pero era inútil: el presidente a cargo ya se había retirado. Una semana después de nuevo Yriarte tenía que presidir el plenario: todos llegaron a horario, y el vicepresidente primero no podía ocultar su beneplácito.
De la actividad específicamente parlamentaria de Guillermo Yriarte se deben destacar la creación del Fondo Editorial Rionegrino (FER), del Programa de Recuperación y Estímulo Artesanal, del Instituto Autárquico Provincial del Seguro, la expropiación de la estancia María Sofía, otorgamiento de títulos de propiedad a familias originarias, y la declaración de Monumento Histórico Provincial a la Casa Peuser de Cipolletti actual sede de la Universidad Nacional del Comahue.
Una vez concluida su misión en la Legislatura se dedicó de pleno a la investigación y publicación de material sobre los temas que fueron su pasión. Sin requerir ayuda estatal, costeándolos de su propio bolsillo, editó dos libros muy interesantes: “Tradiciones del Río Negro” (1995) y “Hablemos de indios” (1997). Los dos están agotados, lamentablemente.
Durante los últimos 20 años de su vida Guillermo Yriarte asistió, con generosa disposición, a encuentros y talleres que se realizaban en distintas ciudades y pueblos de todo el país. Disfrutaba mucho el contacto con las jóvenes generaciones y brindaba oportuno asesoramiento sobre danzas, vestimentas e historia del folklore. “Del folckore con K” aclaraba cada vez que lo consultaban sobre la forma de escribir esa palabra rectora. Tenía 90 años cuando falleció, en Cipolletti, el 17 de noviembre de 2012.
El material que permitió la elaboración de eta nota fue tomado del libro “Los oficios de Don Guillermo” por Carlos Espinosa, prólogo de Elías Chucair, Fondo Editorial Rionegrino (FER), 2016.
En el año 2006 el escritor y periodista Juan Raúl Rithner, que ocupaba la dirección del FER, le encomendó a este cronista la compilación de la vida de Yriarte a los efectos de una publicación en homenaje a impulsor de la creación del ente editorial de la provincia. Después de una serie de entrevistas y recuperación de archivos el original de “Los oficios de Don Guillermo” estuvo listo a fines de 2007. Rithner ya no estaba en el cargo. Hubo largas demoras administrativas, el FER estuvo clausurado casi una década y finalmente la obra impresa apareció en el 2016; pero el protagonista ya había muerto.
Algunos escritos de Guillermo Yriarte
Nombres de perro
En todos los lugares y desde los tiempos remotos a los perros se les ha puesto un nombre que permite llamarlo u ordenarle determinadas cosas, por lo que no sería motivo especial tratar un tema tan trillado, si no fuera porque nuestro criollo ha tenido características muy especiales en varios aspectos. Uno de ellos es su carácter festivo, que lo ha llevado a poner a su perro nombres que podían mover a risas o que daban lugar a chanzas, aunque por cierto nunca hemos encontrado un perro con nombre que pueda considerárselo lesivo a la moral o a las buenas costumbres, lo que no implica que algunos no sean picarescos.
Es más, al preguntar el nombre de un determinado perro, en la campaña se puede determinar si el animal es pueblero, de mujeres o de trabajo de campo. En los primeros abundan los Lobos, Nerón, Capitán, Black, etc.; mientras que en los segundos habrá Manchita, Negrito, Bobby, Canela, Muñeca y otros casi siempre con diminutivos; mientras que para los del campo Cuantopise, Pregunte, Cusí, Cuatro, Quiensabe, Cáchelo, Corbata, Tigre, etc.
En las averiguaciones que hicimos con relación a estos nombres y la razón de su imposición, el primero, Cuantopise, llevaba ese nombre porque su dueño decía que todo cuanto pise la tierra era presa segura de su galgo.
Supongamos que preguntemos a alguien: ¿Cómo se llama su perro? Y nos responda: ¡Pregunte! Por supuesto que replicaríamos que es eso lo que estamos haciendo para recibir la misma respuesta, lo que provocará la consiguiente confusión hasta determinar que en realidad Pregunte es el nombre del animal y por lo tanto nos estaban respondiendo correctamente. Este tipo de chanza ocurre también cuando el nombre del can es Cual o Piense, pero no ocurre lo mismo cuando al llegar a una casa nos vemos asediados por un perro y su dueño le grita: ¡Cáchelo, Cáchelo!; que es una forma de azuzar por agárrelo, con lo que se indica al animal que muerda al intruso, mientras que con este raro nombre al decir Cáchelo lo está llamando, creando la consiguiente confusión que será festejada cuando el visitante conozca esa circunstancia.
Con relación al nombre Cuatro, nos pareció carente de sentido hasta que el dueño nos explicó que ese perrito blanco, con dos manchas negras sobre los ojos, al mirarlo parecía tener cuatro ojos y así lo bautizó pero luego, para abreviar, sólo le quedó el nombre de cuatro que en esta explicación sí tenía razón de ser.
En otra ocasión conocimos un perro de nombre Faquir. Su dueño nos explicó que había leído sobre el faquir de Suniaci y como su galgo era negro y delgadito le pareció oportuno comparar la figura del faquir con su perro y de allí el nombre.
El sargento Pacheco (hecho real)
En la región subandina de Río Negro, en un área comprendida entre El Caín, Maquinchao hasta Onelli, vivió un hombre llamado Jacinto Rodríguez, tenía gran fama de “malo”; se cuentan de él infinidad de sucedidos destacándose que había formado parte de la banda de la Inglesa Bandolera, de la que se había separado porque no le gustaba matar ni tampoco le seducía robar. Era sí muy afecto al juego de naipes, carreras, taba y dados. Fue en esas jugadas donde nacieron muchas de las hazañas contadas, porque no permitía trampas y siempre salía en defensa de los más débiles, lo que le ganaba el respeto de sus defendidos, que sabían que a su lado estaban protegidos de bravucones o pendencieros comunes que tenían muy especial cuidado de no enfrentarse a Rodríguez.
En el destacamento de policía de Onelli había sido designado el sargento Gregorio Víctor Pacheco, cuya historia por sí sola sería suficiente para un sabroso libro de aventuras en las que ganó fama de guapo y ser hombre de armas tomar. En la oportunidad a la que nos referimos estaba a cargo del destacamento de Onelli pero su fama de guapo o pesado había trascendido más allá del pueblo de su destino llegando hasta el paraje El Caín, donde a la sazón estaba viviendo Jacinto Rodríguez.
Escuchar las hazañas, seguramente aumentadas, atribuidas al sargento Pacheco y pensar Rodríguez en la necesidad de comprobar personalmente cuánto había de cierto y hasta dónde llegaba la capacidad del famoso, fue todo uno. Así que se propuso salir de dudas y viajar hacia Onelli para buscarle las cosquillas al sargento y comprobar si era merecida o no la fama de guapo que le asignaban sus informantes.
Poco tiempo después de tomada esta resolución Rodríguez llegó a media mañana a Onelli y se dirigió al boliche de don Elías Chaina. Como casi todos los boliches de campaña era de ramos generales, acopio de frutos del país, casa de comidas, peluquería, alojamiento, etc. Allí en la conversación, como al descuido, averiguó que Pacheco había salido muy temprano a hacer una diligencia. Lo esperaban para la hora del almuerzo, lo que hacía en ese lugar pues tenía pensión allí, ya que su familia vivía en Bariloche por problemas de escolaridad de sus hijos.
Rodríguez se demoró en el negocio y cuando llegó el mediodía Chaina, que conocía los antecedentes de éste, se encontró con el dilema de invitarlo a almorzar y correr el riesgo de que regresara Pacheco y entre ambos pudiera ocurrir algún incidente. Su intuición le indicaba que la visita de Rodríguez no era casual y su sagacidad había captado perfectamente que éste, muy discretamente había llevado la conversación para averiguar dónde estaba el policía y cuándo regresaría. Mientras tanto al salón del negocio llegaba el aroma del asado por lo que invitó a su cliente a pasar a la cocina comedor, donde almorzarían.
La cocina aquella, como la mayoría de las de la línea sur, era amplia, con una cocina de hierro Istilart en el centro, la que permitía en los días fríos rodearse a ella. Junto a las paredes había bancos de madera con almohadones y sobre un costado una pileta de cemento y mesada del mismo material. Entre la cocina y los bancos había un caño chico, achatado y enterrado hasta la altura del piso, donde se colocaba el asador para que de allí cada uno cortara la porción de asado a ingerir.
Tal como había sido previsto, poco antes que el asado estuviera a punto, arribó Pacheco el que luego de quitar los aperos a su caballo, llevarlo al corral y darle pasto, pasó a la cocina donde se hallaba Rodríguez, el que le fue presentado. Luego de los saludos de práctica Pacheco se sentó a la izquierda del recién llegado al pago y se inició una conversación de circunstancias, refiriéndose al estado del tiempo, posibilidad de que empeore o mejore y cualquier otra nimiedad.
La vida del policía en campaña le imponía a Pacheco la necesidad, además de portar las armas de reglamento, de llevar un cuchillo para utilizar en las comidas y demás menesteres que se pudieran presentar en los viajes. Pacheco lo usaba y como era molesto llevarlo en la cintura, y además hubiera sido ostentación de armas, lo ponía en la bota derecha, donde le quedaba más mano para cualquier emergencia. Este detalle no pasó desapercibido por Rodríguez, máxime teniendo en cuenta que por la proximidad de ambos el arma quedaba al alcance de su mano.
Listo el asado, Chaina invitó a ambos para que se sirvieran y allí también, como es de costumbre, se ofrecían mutuamente hacer el primer corte con un “sírvase”, “gracias, usted primero”, lo que se repitió dos o tres veces hasta que Rodríguez con un movimiento rápido sacó el cuchillo de la bota de Pacheco y como si hubiera sido suyo se adelantó a cortar el asado, diciendo “bueno, ante la insistencia”. No había cortado todavía cuando el sargento Pacheco con el revólver en la mano y en posición de tiro le dice al atrevido “permítame, primero yo”, haciendo ademán como de cortar pero con los cinco sentidos puestos en los movimientos que pudiera hacer Rodríguez.
Éste, viendo que las posibilidades estaban en su contra, con absoluta sangre fría le dice al policía, entregándole el cuchillo… “Sírvase, con esto le va a ser más fácil”, al tiempo que retrocedió a su asiento y a su turno, con su cuchillo, cortó y comieron sin más comentarios el rico asado”.
Así era la prosa de Don Guillermo Yriarte, los dos textos anteriores fueron tomados de “Tradiciones del Río Negro”.
Faltó nombrar a la señora Inés Frantz de Luna (más conocida como Inés Luna) quien aportó la mayor cantidad del material con el que se editó y publicó este libro. Inés fue muy amiga de don Guillermo y posee en su archivo, un valioso material audiovisual de entrevistas y escritos con Yriarte.