El 4 de junio de 2011 las históricas postales de la cordillera rionegrina y del sur neuquino se cubrían de un lúgubre gris, con una desolación y crisis de la que no se tenían registros.
Las cenizas de la erupción del volcán chileno Puyehue comenzaron a cruzar la cordillera hacia la zona sur de Neuquén y la norte de Río Negro, con una seria afectación a poblaciones como Villa La Angostura, Villa Traful, Bariloche y en menor medida la Comarca Andina. Ese sábado, con una mañana soleada y con algunos temblores casi imperceptibles de este lado de Los Andes, comenzó el drama cuando faltaban 15 minutos para la tres de la tarde. En Chile, a unos 40 kilómetros en línea recta de Villa La Angostura, con viento oeste, el volcán Puyehue culminó unos 200 temblores menores con una gran erupción que rápidamente alzó sobre el aire una columna de piedras y ceniza de unos 10 kilómetros de altura.
A partir de allí, el drama de una lluvia densa, gris, irrespirable que todo lo cubrió.
Una de las crónicas más detalladas de lo sucedido la escribió la periodista Melisa Reinhold, que publicó el 4 de junio de 2020, en el diario La Mañana de Neuquén, que aquí reproducimos:
“Hacía meses que se registraba un aumento de la actividad sísmica en el Cordón Caulle y en Villa La Angostura estaban en guardia. El 2 de junio de 2011, el diario chileno La Tercera anunció en su página web que el volcán Puyehue había escalado a la alerta naranja. La explosión era inminente. El titular de la Secretaría, David Tressens Ripoll, leyó el artículo, y automáticamente llamó a vulcanólogos y se contactó con las autoridades chilenas para confirmar si era cierto lo que se había publicado. Efectivamente, lo era.
Inmediatamente convocó a una reunión de gabinete de emergencia en la Municipalidad para ponerlos a los funcionarios al tanto de la situación y comenzar a prepararse para una eventual catástrofe. “Uno de los secretarios se cayó sobre la mesa doblado de la risa. Se me rieron en la cara como si hubiese dicho una ridiculez. Nunca vi tanta gente riéndose como esa vez”, recuerda Tressens.
En 2008, cuando los volcanes Llaima y Chaitén erupcionaron, la Municipalidad de Villa La Angostura realizó una campaña de prevención informándole a la población sobre cómo actuar si las cenizas sobrevolaban el cielo. La tarea fue en vano: ese año no hubo indicios de actividad volcánica en el pueblo.
“Fue como la fábula del lobo y las ovejas, porque no pasó nada aquella vez. Cuando David dijo que era una reunión importantísima, que estaba por explotar el volcán, fue como ‘otra vez‘. Sentíamos que era muy extremista, alarmista y se lo subestimó”, explica Ariel Domínguez, quien entonces se desempeñaba como Secretario de Gobierno.
Pese a las burlas y lo que parecía una situación ficticia, lejana, de esas que solo ocurren en las películas, las autoridades angosturenses pusieron manos a la obra y siguieron con el protocolo de seguridad, reunieron agua y juntaron barbijos.
Lo que no sabían los habitantes del Jardín Patagónico es que, según estudios científicos constataron más tarde, en las siguientes horas los sorprendería la erupción más grande de la historia del volcán, solo “comparable con los registros geológicos de erupciones acaecidas durante los últimos 10.000 años”.
4 de junio: el día que llovieron piedras
Era sábado y el día se encontraba despejado. Durante toda la mañana, casi de forma imperceptible, el suelo de Villa La Angostura tambaleó. Algunos habitantes notaban que se movían las copas de vino que colgaban en su cocina, la cama mientras dormitaban, las gradas en un evento deportivo. Pero como los temblores duraban unos pocos segundos y se sentía como una mera vibración, muchos otros ni siquiera se dieron cuenta.
Sin embargo, según la Oficina Nacional de Emergencias de Chile, ese día se registraron “un promedio de 230 sismos por hora, de los cuales 12 eventos presentaron magnitudes mayores a 4 grados Richter y 50 eventos, mayores a 3 grados”.
Finalmente, a las 14:45, el volcán Puyehue explotó. Con vientos hacia Villa La Angostura, la columna de residuos tóxicos de 10 kilómetros de altura al poco tiempo llegó al pueblo, que se encuentra a 40 kilómetros de distancia.
El cielo, hasta ese momento despejado, se encapotó por una nube extraña, rarísima. Era negra, gris, tenía un poco de violeta también. De repente, comenzaron a llover piedras. Eran livianas, porosas, y, si se las agarraba, todavía se sentía el calor que emanaban.
“Fue una locura. Nosotros no habíamos escuchado nada sobre el volcán. Esa tarde se empezó a cubrir el cielo y al rato caían unas piedras pómez que no sabíamos qué eran. Las tocábamos y eran como unas piedras muy extrañas. Ahí se empezó a correr la bola de que había erupcionado un volcán cerca, que estaba acá no más”, recuerda Joaquín Solá, un angosturense que por aquel entonces tenía 16 años.
Esa mañana, gendarmería le avisó a David Tressens Ripoll que el volcán había escalado a alerta roja y estaba a punto de erupcionar. A partir de ese momento, se creó el Comando de Operaciones de Emergencia (COE) del cual quedó a cargo.
La sede se instaló en la Casa de la Cultura y se organizó la sala de situaciones y la de comunicaciones. Con una mezcla entre miedo y asombro ante lo desconocido, el COE se puso en marcha y, hasta diciembre de ese año, no paró ni un segundo.
“Lo más difícil fue el 4 y el 5 de junio, porque había que organizar todo. La Municipalidad no existía más, la gente tenía que tomar agua, no sabíamos si era potable, entonces empezamos a abastecernos de agua para la población y le pedimos a los supermercados que entreguen todo lo que tenían”, cuenta Tressens.
El intendente, Ricardo Alonso, había asistido a una convención en Mendoza dos meses antes del volcán, en donde la conclusión había sido que las distintas poblaciones de la Argentina debían de enfocarse en la seguridad de sus municipios. Luego del seminario, el mandatario local creó la Secretaría de Seguridad, que hasta entonces no existía.
“Y así fue como nos enganchó con barbijos, con agua y con más o menos las cosas armadas, pero solamente por prevención. Cuando verdaderamente explotó el volcán, ahí nos asustamos todos. Pero el susto sirve para despabilarse y para tener un poco de valentía. La valentía está fundamentada en el miedo, entonces, cuando erupcionó, y hasta cuando la cosa se puso fea, empezamos a organizarnos nosotros solitos”, resalta el ex intendente.
En pocos días, Villa La Angostura quedaría completamente aislada. La asistencia no llegaría hasta cuatro días después.
5 de junio: Angostura sepultada
Toda la madrugada del 5 de junio se escuchó al cielo rugir por los rayos y centellas. Con el correr de las horas, las piedras pómez fueron reemplazadas por una nevisca de ceniza, que sepultó al pueblo en 40 centímetros de desechos volcánicos.
Unos 5 millones de metros cúbicos de arena cayó sobre el poblado, por lo que un estudio estimó que la energía necesaria para arrojar semejante cantidad de materia “es comparable a la energía liberada por 70 bombas atómicas como la de Hiroshima”.
Esa mañana, lo que alguna vez había sido denominado “el Jardín de la Patagonia”, se había convertido en un paisaje completamente gris y desolador. Incluso los lagos, siempre tan azules, estaban cubiertos por el manto de ceniza.
Se reunieron el intendente, Ricardo Alonso, y el encargado del Comité de Emergencia, David Tressens Ripoll, para tomar una de las decisiones más difíciles de toda su carrera: si se tenía que evacuar Villa La Angostura.
“La teoría te dice que hasta los 10 kilómetros caen todos los elementos venenosos, lo tóxico. Dióxido de titanio, amoníaco, dióxido de sulfuro, todo lo que te puede matar queda ahí. Cerca del volcán estaba lloviendo y había sulfuro, entonces hubo una lluvia de ácido sulfúrico en esa zona, que fue lo que quemó el bosque”, explica Tressens.
Y agrega: “¿Pero quién sabía si a los 39 kilómetros no era tóxico y el agua estaba bien, o si el azufre había envenenado el agua? Nadie lo sabía. La ruta era intransitable, el riesgo de muerte de una caravana era con un altísimo costo en vida. Y si nos quedábamos, no sabíamos qué estábamos respirando”.
Con los nervios de acero, ganado gracias a sus años como médico de terapia intensiva, el intendente decidió que evacuar sería un suicidio colectivo. Tanto el camino a Bariloche como a San Martín de los Andes, caracterizado por sus acantilados y curvas serpenteantes, eran intransitables. La visibilidad era nula: a más de un metro solo se lograba ver negrura.
“Hacer un éxodo de 11.000 personas implicaba un riesgo altísimo, el camino a Bariloche tenía medio metro de ceniza. Las máquinas viales que teníamos quisieron abrir camino y tiraron las cenizas para los costados de la ruta, pero eso taponó los drenajes de agua que bajaban de la montaña y se rompió la ruta”, señala Alonso.
Ya ningún servicio básico funcionaba, tampoco lo hacían las comunicaciones. Solo se logró entablar contacto con la ciudad de Neuquén cuando el radioclub del pueblo creó un sistema con una antena atada con alambres y se pudo explicar al gobernador la situación que se estaba viviendo en la comarca patagónica.
“La única comunicación era a través del radioclub. Los teléfonos no funcionaban, salvo los Blackberry, así que confiscamos todos los que había en la Municipalidad, aunque tampoco funcionaba mucho por el efecto de la ceniza y de las partículas electromagnéticas que estaban flotando en el aire. Eso era toda la energía estática que teníamos en el ambiente”, comenta Tressens.
Desde la Municipalidad se compartía información con los habitantes del pueblo a través de la radio y, además de intentar transmitir tranquilidad, se les pedía seguir con las instrucciones de seguridad, como usar barbijos y protectores visuales y sellar herméticamente todas las aberturas de las casas.
“Date cuenta lo que era contener a la gente sin luz, sin agua, sin gas, con hijos y escuchando el ‘Tun Tun‘ de las piedras pómez chocar contra los techos de chapa. Era una situación de temor bastante importante y cuando la naturaleza se despierta uno no sabe para dónde arranca”, explica Alonso.
Si bien resalta que por sus años de profesión como médico cuando se pone nervioso está “más tranquilo”, quien fue intendente de Villa La Angostura durante la erupción del volcán agrega: “Que yo esté más tranquilo no quiere decir que no haya perdido tres muelas salar por bruxismo. Yo puedo estar tranquilo, pero era difícil, tenía la responsabilidad de 11.000 personas, no era chiste. Y estábamos solos”.
La noche que fue eterna
Al cuarto día de la erupción del volcán, al pueblo lo devoró la noche. Se formó una tormenta que obligó a los habitantes a prender las velas en pleno mediodía porque no se veía nada, solo oscuridad.
“El peor día del volcán fue el que se hizo de noche a las 2, 3 de la tarde. Era pura incertidumbre. Se puso de noche, era una nube constante. Era cagazo, era miedo, no sabíamos qué pasaba”, rememora Joaquín Solá.
Sin embargo, aunque ese día quedó en el recuerdo colectivo como el día más negro de todos, la verdadera noche eterna fue una madrugada en la que gran parte del pueblo no durmió a causa del terror que se plantó por un mensaje de texto que se viralizó.
El Cordón Caulle había explotado también en 1960. Si bien no expulsó tanta ceniza como en el 2011, ese acontecimiento quedó marcado en la historia por haber generado el terremoto más grande del mundo del que se tiene registro: fue de 9,6 en la escala de Richter y duró aproximadamente diez minutos.
Ese 22 de mayo de 1960 fue una tragedia, se generaron tsunamis en todo el mundo. En Chile dejó más de 5700 muertos y, quince horas más tarde, las olas gigantescas llegaron al Pacífico y mataron a más de 130 personas en Japón y a unas cuantas más tras su paso por Finlandia, Hawaii, California y Nueva Zelanda.
Bariloche no fue la excepción. El movimiento del piso generó un lagomoto en el Nahuel Huapi con olas de entre cinco y seis metros de altura, arrasó con el puerto de la ciudad y se cobró la vida de dos personas que se encontraban en esos momentos en el muelle.
Teniendo en cuenta ese registro histórico, en la erupción del 2011 una persona salió a las 12 de la noche a alertarle a toda la población de Villa La Angostura que se estaba por generar una catástrofe similar. Mucha gente, desesperada, pretendía abandonar el pueblo a toda costa, aunque las autoridades intentaban detenerlas en los retenes policiales.
Hay distintas versiones. Se dice que el individuo era un borracho o un fanático religioso llamando a los habitantes a que “se arrepientan de sus pecados”. También se lo recuerda con un megáfono, otros afirman que solo salió a gritarlo en el medio de la calle. Sin embargo, el mensaje que se viralizó era el mismo: a las 5 de la madrugada se produciría un súper terremoto.
Ariel Domínguez acababa de llegar a su casa luego de un intenso día que había comenzado a las 7 de la mañana. Apenas logró darle un primer mordisco al sándwich que le había preparado su mujer, le sonó uno de sus tres teléfonos: el de las emergencias.
Medio en clave, ya que en esos momentos el Comité de Emergencia trabajaba de forma militarizada, le avisaron que tenía que ir de manera urgente al Municipio, que recién cuando estuviese allí le explicarían qué era lo que estaba ocurriendo.
“Cuando llegué me dijeron que tenía que salir en la radio a desmentir lo que estaba diciendo esa persona en la calle. Así que empecé con la transmisión y le dije a la gente que por ahí habían recibido ese mensaje, lo cual era mentira ya que es imposible de anticipar que vaya a haber un sismo de determinadas características”, comenta Domínguez.
Pese a todo, se sincera y admite que en aquel momento se sentía “un actor más que un comunicador” ya que “tenía que salir aunque no estaba convencido de lo que decía”. “Mi voz tenía que sonar firme, convincente, segura, confiable, y todo eso no lo tenía adentro. Era una apuesta contra mí mismo. Tenía la certeza de que no podía existir una máquina que predijera eso, pero esos últimos días me había tocado vivir cosas que jamás me había imaginado”, sentencia.
“Bueno gente, esto va a ser largo. Vayámonos a dormir porque necesitamos estar fuertes. Nosotros vamos a estar acompañándolos durante toda la madrugada con la música”, sonaba a través de la emisora.
Luego de una larga noche, repitiendo el mismo mensaje cada tres o cuatro canciones, se hicieron las cinco de la mañana y el terremoto no ocurrió. A las 5:30, Domínguez apagó la comunicación y se pudo ir a dormir un poco más tranquilo.
Resurgir de las cenizas
“El Gobierno nacional no hizo nada. Cuando se replicó por qué no hacía nada por nosotros la respuesta del Gobierno fue que Parques Nacionales, Gendarmería y Prefectura estaban en la Villa. Esa fue toda la ayuda que se recibió del Gobierno nacional”, sentencia el ex intendente, además de recordar que Fernández de Kirchner había dicho que lo que ocurría “es más que nada psicológico”.
Sí destacó la ayuda que brindó el gobernador de la Provincia del Neuquén, Jorge Sapag, ya que se convirtió en ritual que todos los viernes viajara hasta el pueblo para examinar la situación más de cerca. Incluso, para las celebraciones del 9 de julio, “por primera vez en la historia el Gobierno provincial trasladó a todos sus ministros y secretarios” para el acto que se realizó en la localidad.
Todos los entrevistados coincidieron que lo que salvó a Villa La Angostura de las cenizas y le permitió su pronta recuperación contra todo pronóstico fue la solidaridad del pueblo entero.
“Al principio, cuando me entero del trabajo que estaba realizando el COE, se lo planteo a mi mamá y no quería que yo vaya porque no sabíamos qué estaba volando y si las partículas iban a los pulmones. Pero con un par de amigos salimos igual, en ese momento la Villa se había comenzado a activar”, señala Joaquín, uno de los jóvenes de 16 años que iba todos los días al COE para ayudar ante la emergencia.
Sin la posibilidad de trabajar, pero con el objetivo de salir adelante todos juntos, cada día se acercaba más gente al COE para colaborar a cambio de un plato caliente que servían todos los mediodías.
Los voluntarios bajaban los bidones de agua y el forraje para los animales de los camiones que traían provisiones y, sobre todo, se encargaban de palear la ceniza de los techos de las casas, ya que las viviendas corrían el peligro de derrumbarse por el peso. Peor era si llovía, ya que el polvo se convertía en algo similar al cemento.
“Lo que nos salvó fue la solidaridad. Vi cómo un hotelero traía a los empleados con su camioneta, agarraban la pala y salían a laburar juntos. Si había 100 botellas de agua, la gente agarraba una sola, nadie manoteaba dos. Eso nos salvó”, reflexiona Tressens.
De a poquito, Villa La Angostura comenzó a tomar color y a aflorar la vida. Los lagos comenzaron a tornarse turquesas, nunca antes visto, y cada vez que un poblador lograba cavar hasta dejar un pedazo de pasto en el suelo, enseguida aparecían los pájaros para posarse sobre el verde. El 21 de junio, por primera vez, el cielo se despejó y dejó entrever a la distancia el hongo del volcán.
Un año después, Ariel Domínguez propuso que el 4 de junio se convierta en el Día del Voluntario y la Solidaridad. El 7 de mayo de 2012, el Concejo Deliberante aprobó la ordenanza por unanimidad.
“Quería reconocer la actitud de los voluntarios y que no quede solo en una palabra. Se me ocurrió lo del proyecto para darle un concepto y que el 4 de junio se reconozcan las virtudes del voluntariado. Después del volcán hubo mayor cantidad de inscriptos en bomberos y del grupo de rescate”, resalta Ariel Domínguez, quien también escribió el libro “La Gran Erupción” para documentar el esfuerzo que realizó cada ciudadano desde el lugar que pudo.
Días después, el 25 de julio de 2012, la Honorable Legislatura de la Provincia decidió copiar la ordenanza municipal y convirtió al 4 de junio como el Día Provincial del Voluntariado y la Solidaridad, “en homenaje a los vecinos de Villa La Angostura y las tareas de remediación, realizadas tras la erupción de volcán Puyehue – Cordón Caulle”.
Fuente: nota publicada por la periodista Melisa Reinhold, en el diario La Mañana de Neuquén, el 4 de junio de 2020.