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La intemperie filosa de la estepa patagónica

Sergio Sarachu
Por Sergio Sarachu
En el Día Mundial del Ambiente, la estepa patagónica tiene que ocupar su lugar.

Nuestra estepa tiene más de 54 millones de hectáreas, entre el mar, la cordillera, Neuquén y Tierra del Fuego. Es la habitación más desafiante que tiene el sur argentino, donde la vida humana, la flora y la fauna no tienen comparación con otras de la Argentina.

La vida se amasa entre el viento fuerte que viene del oeste cordillerano, la vegetación achaparrada, la arena o la nieve y las temperaturas que ponen a prueba la piel y la sangre. La mirada desprevenida o extranjera llamó a ese territorio como desierto y sin embargo es el más originario sabor agridulce que la vida silvestre entrega en la Patagonia.

La estepa es el contraste del paraíso que hemos legado como visión óptima de la vida. Es la cara fea de esas postales. Es lo inhóspito de lo florido. Lo bello de la soledad, del páramo inquieto y del médano con cardos secos que ruedan como los años.

El músculo de la sonrisa se contrae en medio de la estepa en buena parte del año y sin llegar al enojo, el reloj de la naturaleza marca las horas del desamparo o del silencio. Es la habitación despintada de la Patagonia, ese cuarto inmensamente poblado por historias, animales y plantas, originarias o introducidas.

Este territorio desafiante se inicia en Zapala o más arriba del centro neuquino y termina en el sur santacruceño, si hacemos un recorrido de norte a sur. En su ancho pasillo de las zonas centrales de Río Negro, Chubut y Santa Cruz, aparecen también las industrias extractivas como la minería y la hidrocarburífera, algunos desafíos del ser humano por producir a la vera de cursos de agua o en lagos que enflaquecen como el Musters o desaparecen como el Colhué Huapi, las represas hidroeléctricas o flamantes parques eólicos.

La estepa patagónica tiene mala prensa en los paquetes turísticos nacionales o internacionales. Pero qué mal recuerdo puede traer a quien vivió su infancia en la Línea Sur rionegrina, en las poblaciones petroleras del Neuquén, en el hilo central de pueblos galeses en Chubut, en Las Heras o Pico Truncado, Santa Cruz.

Allí, hombres y mujeres se asimilaron a esa belleza única y extravagante de la estepa.

La intemperie es cómplice de esos recuerdos, de la historia, de las vivencias que los pueblos originarios trenzaron en su nomadismo y también de las personas que llegaron aquí buscando nuevos horizontes, como los boer en Chubut, los galeses, italianos, españoles, salteños, jujeños, bolivianos, venezolanos, santiagueños, bonaerenses, etc.

Hay que salir en defensa de la estepa patagónica cuando se celebra, como hoy, el día Mundial del Ambiente y las imágenes que colorean a la Patagonia son las de la cordillera o el mar. En esa paleta de colores, en ese álbum tiene que estar nuestra intemperie desafiante, inhóspita y tensa.

Y filosa.

ATE
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Periodista y escritor (autor de las novelas "Arde La Colmena" y "Un hijo de tres madres", además de varios libros de poesía. Neuquén. Editor.
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