El hallazgo de un cementerio prehistórico en Lihuel Calel, La Pampa, significó un gran aporte para el estudio científico de los pobladores de la región, pero especialmente para conocer desde qué fecha aproximada hay registros de canes en la Patagonia.
Con el descubrimiento del sitio arqueológico Chenque 1 en el Parque Nacional Lihuel Calel en La Pampa, y otros similares cayó la teoría de que los perros llegaron con los conquistadores a nuestro país. Es más, en el sitio pampeano –entre varias tumbas de niños yadolescentes-, los restos de un pequeño junto a su perro aportaron información valiosísima sobre la relación afectiva entre ellos, además de la posible jerarquía social y el ajuar funerario.
“El niño posiblemente ocupaba una posición de jerarquía social, porque es el único infante de ese cementerio que fue sepultado con un valioso ajuar funerario, que incluye moluscos marinos y diversos adornos corporales. Por otro lado, la posición del niño y del perro, cuidadosamente colocados uno frente a otro, el segundo con sus cuatro patas sobre el primero, hace pensar en un ritual mortuorio que buscó perpetuar el vínculo entre ambos”, indica el estudio realizado por un equipo científico de las universidades de Buenos Aires y La Plata, miembros del Conicet.
“Es posible que los perros se hayan incorporado a los grupos de cazadores-recolectores pampeanos y patagónicos a partir de unos 1500 años antes del presente, cuando se intensificó la circulación de personas, bienes e ideas por largas distancias. Queda aún por responder por qué los perros aparecieron tan poco en el registro arqueológico del sur del continente, y si desempeñaron algún papel importante fuera de la esfera simbólica, por ejemplo, como perros de caza, defensa o ataque”, sostienen la Doctora en ciencias antropológicas, UBA, Mónica Berón; el Doctor en ciencias naturales de la Universidad de La Plata y UNLP, Luciano Prates y el Doctor en ciencias naturales también de esa universidad, Francisco Prevosti.
Los perros en América
Se indica en el estudio que “tradicionalmente se pensaba que los indígenas pampeanos y patagónicos solo conocieron a los perros con la llegada de los europeos. Pero entre principios del siglo XX y la década de 1980 pareció irse acumulando evidencia en favor de la hipótesis de que los primeros pobladores del extremo sur de América habían arribado –hace algo más de 10.000 años– acompañados por perros. Entre esas evidencias se puede mencionar los restos hallados en las cuevas Fell (de entre 10.700 y 8400 años atrás) y Eberhardt, en el sur de Chile; y los encontrados en los sitios Los Toldos (Santa Cruz) y Río Luján (provincia de Buenos Aires). Pero los que parecían ser restos de perros terminaron correspondiendo a cánidos silvestres, principalmente a Dusicyon avus, un zorro autóctono extinguido en la región hace menos de quinientos años. Algunos de sus rasgos anatómicos (gran tamaño, mandíbula robusta con grandes molares) eran similares a los del perro y explican la confusión.”
De allí que revista gran importancia el hallazgo en el sitio pampeano, hace unos quince años, ya que refuerza a otros realizados en Río Negro (algunas piezas dentarias presuntamente de canes) y en el Delta inferior del río Paraná y además agrega información sobre aspectos sociales y funerarios.
Hay varios registros de la presencia de perros en el actual noroeste argentino tras hallazgos producidos en sitios arqueológicos de Jujuy, Salta y Catamarca (entre otros, Casabindo, Tilcara, Humahuaca, Tastil, Hualfín y Andalgalá), y corresponden principalmente a esqueletos y momias. Los perros fueron enterrados intencionalmente de un modo similar a los humanos y sus restos fueron datados en los siglos XV y XVI de nuestra era, en tiempos de la dominación inca; es decir, son más tardíos que los primeros registros similares en los Andes centrales y avalan la hipótesis de la dispersión de los animales de norte a sur entre las sociedades andinas.
En la síntesis del trabajo de investigación se sostiene que los primeros perros en el mundo “aparecieron hace más de unos 18.000 años, posiblemente en Europa central, luego de un proceso complejo de interacción entre seres humanos y jaurías de lobos. No solo fueron el primer animal doméstico: resultaron el único capaz de acompañar a los humanos a cada rincón habitable de la Tierra. Entraron en América con los seres humanos y adquirieron gran diversidad de características anatómicas y de conducta que les permitieron ejercer variadas funciones económicas, sociales y simbólicas, tanto entre grupos de cazadores-recolectores como en sociedades con organización más compleja.”
En Sudamérica, a pesar de que la información es escasa y fragmentaria, se puede por lo menos provisoriamente pensar que su proceso de dispersión acaeció algunos milenios después que en Norteamérica, por los contactos entre las sociedades aldeanas mesoamericanas y las andinas no antes de unos 5000 años atrás. Es posible que los perros se hayan incorporado a los grupos de cazadores-recolectores pampeanos y patagónicos a partir de unos 1500 años antes del presente, cuando se intensificó la circulación de personas, bienes e ideas por largas distancias.
El trabajo científico dado a conocer por el Conicet en diciembre de 2015 con el título “Una historia de perros. Mitos y certezas sobre su origen y dispersión en América”, sostiene como hipótesis que los primeros perros en el mundo aparecieron ante el “comportamiento oportunista de los cánidos más curiosos (que) habría facilitado una creciente familiarización con la gente, y favorecido la selección genética natural de los individuos más mansos y sociables.”
Al mismo tiempo –agrega-, se habría despertado el interés por esos animales en los humanos y llevado a que estos procuraran acentuar la selección reproductiva de los cánidos más sociables y, posiblemente, dotados de otros rasgos deseables, tanto físicos como de conducta. Independientemente de que dicha selección haya sido intencional o accidental, sus efectos se acumularon con el transcurso del tiempo y las generaciones, y se fueron acentuando las diferencias de esos cánidos crecientemente domésticos con sus congéneres silvestres.
Entre Mendoza y Neuquén
El historiador Isidro Belver -residente en Huinganco, norte del Neuquén– tras la lectura de la primera parte de esta nota, agregó un gran aporte: «la primera referencia histórica a un perro en tierras del Neuquén, es del Diario de Viaje de 1752, «Chilidugu» (el habla de Chile), del sacerdote Bernardo Havestadt que viene acompañado de un perro en su recorrido hasta Malargüe. Al observar a su perro con «las patas lastimadas y despellejadas por la aspereza del camino», aconseja a los futuros misioneros que sigan viniendo: «…. es peligroso y además inútil, llevar consigo perros en estos ásperos y largos caminos, pues las patas, así de los caballos como de los perros no acostumbrados a estos caminos, en pocos días se gastan de tal manera que, a pesar de sus esfuerzos, les es imposible proseguir». A pesar de esos problemas, da noticias que los pehuenches ya tenían perros en sus toldos y por eso, considera que: «…, en la primera expedición fue enteramente necesario llevar consigo un perro guardián, audaz e impávido, que ahuyentara los otros canes, pues faltando aquél, todos los demás, desaparecidos sus dueños, son atraídos por el olor de la comida, de tal suerte que cuentas más perros que onzas de carne en la olla o el asador».
En Malargüe, se consigue otro perro, pero como los pehuenches le impiden seguir para Mendoza, y la mala experiencia con el perro anterior, lo deja a cuidado de un indio conocido y regresa por donde vino, a Chile. Con una anécdota que el misionero atribuye a «la mano de la Divina Providencia que lleva razón de todas las cosas». Así lo relata Havestadt: «¡Cosa admirable!, sin embargo, que en el año mil setecientos sesenta y tres, cuando marché de Mendoza para Uco, lugar distante de Mendoza treinta leguas [155,88Km.] hacia mediodía, allí encontrara a mi perro, ya viejo y sin colmillos, el cual sin haber sido llamado volvió conmigo».
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