A lo largo de tantos viajes patagónicos, me fui interesando en visitar y fotografiar diferentes cosas, algunas veces me atrapan más los trenes, otras barcos, fauna, cementerios, en fin…varias temáticas, pero hay una que me interesa siempre: LOS FAROS.
Argentina solo tiene la RN3 para ir al sur desde mi Bahía Blanca. Este trazado, si bien se acerca bastante a la costa en varias zonas, en otras no, por lo cual es inevitablemente tomar desvíos para visitar sus costas y precisamente la costa argentina está plagada de faros. Si no entiendo mal son 62. A estos se le deben sumar las balizas y otras señales menores.
Si entro a una librería y encuentro un libro de fotos de Faros, como mínimo lo abro y lo ojeo un poco. Existen muy pocas cosas que sean más poéticas que un faro, sobre todo aquellos que están en una isla. Han inspirado innumerables obras literarias y artísticas en general y te llevan de alguna manera de regreso a tu infancia. A mí me pasa eso. A esas épocas de cuando éramos niños y soñadores que devorábamos libros de aventuras, esas colecciones que todos leímos alguna vez. Robinson Crusoe, La Isla del Tesoro, La Vuelta al Mundo en 80 días o por supuesto El Faro del Fin del Mundo y tantos otros. Hoy lamentablemente eso se ha perdido. Estamos en la era de lo visual, la pantalla muestra y facilita todo y antes era distinto, porque uno hacía el esfuerzo, uno imaginaba lo que leía y seguramente los personajes, los lugares, incluso olores o colores, que yo leí en esos libros son diferentes a los que imaginaron otros lectores. Cada uno dejaba volar su imaginación de forma diferente.
Los faros irradian algo así como un aura legendaria muy particular, es más, diría que son objetos de culto para los viajeros que amamos los lugares desolados. Todo lo que envuelve a un faro tiene una especie de magia, un maridaje perfecto de mística y romanticismo donde uno se reconoce como viajero y amante de la aventura. Incluso de las literarias. Siempre he sentido una gran atracción por ellos, a cualquier playa que voy, me gusta saber si hay uno cerca e ir a verlo. Si encuentro uno, ya me alegra el día. Porque viajar a un faro ya es toda una aventura en sí misma.
Y más allá de la función de orientar a los navegantes hoy también son valiosos como patrimonio histórico y cultural y representan un gran atractivo turístico.
En fin…los faros atraen…y enamoran… son misteriosos, intrigan, la silueta de un faro recortada en el cielo casi siempre es LA postal del lugar. De noche su figura es enigmática y atrapa más. Un faro en la noche incluso da miedo, ni hablar si hay tormenta, parece que cobra vida cuando uno ve que la sombra que proyecta, se estira y se acorta moviéndose sobre la playa como si fuera la aguja de un reloj de sol. Esa imagen…intimida y también cuando el silencio es total.
En definitiva…¿¿cómo no enamorarse de un faro??. ¡¡Hay que ser un extraterrestre…!!
No conozco personas a las que NO le gusten, casi no existen. Es más…habría que desconfiar de una persona a la que no le gustan los faros…tiene que ser…como mínimo…un tipo jodido. No queda otra.
En mis viajes patagónicos, viví innumerables historias relacionadas con los faros, los de la Patagonia los conozco casi todos, incluso algunos de los más inaccesibles, salvo los de la Antártida y algún otro.
Podría escribir varias notas respecto a los Faros argentinos, hoy les contaré sobre los de Tierra del Fuego, los faros del Fin del Mundo, un tema apasionante.
En Argentina, los Faros tiene una historia de casi 140 años ya. Son 62 los faros que existen a lo largo de 4000 kilómetros de costa argentina y solo 13 o 14 (cada vez menos) están habitados por hombres de la Marina.
No son iguales. Primero, se diferencian entre sí por las características de la luz que emiten, el número de luces, el color, la duración del destello, los períodos de encendidos y de oscuridad.
¿Querés más mística? la de torrero es la especialidad más antigua de la Armada. Se estudia en la Escuela de Suboficiales y es «una comunidad de 200 hombres muy especiales».
Los faros son un emblema de las civilizaciones de navegantes y la Patagonia, amada y también temida por hombres de mar conserva algunas de las reliquias mundiales de estos artefactos.
“Si conoces bien tu mar, mejor defenderás tu tierra»
Es el lema del Servicio de Hidrografía Naval
El primero es de 1884, y quizás sea el faro argentino más famoso a nivel mundial. En un principio llamado Faro de San Juan, luego se le agregó de Salvamento porque allí se construyó una estación de salvataje de náufragos o barcos en dificultades. Estaba ubicado al este de la Isla de los Estados, una zona de muchísimos naufragios, tanto que incluso hasta el Comandante Luis Piedrabuena naufragó en esa isla, aunque del otro lado, en la Bahía Franklin.
Construido por la dotación de la División Expedicionaria al Atlántico Sur que también levantó allí, una subprefectura marítima y un penal, luego trasladas a Pto Cook, también en esa isla, y más tarde a Ushuaia. Esta expedición estaba al mando del Cnel de Marina Augusto Laserre, un uruguayo que había reemplazado a Piedrabuena, fallecido poco tiempo antes. Incluso poco después fundó la ciudad de Ushuaia, donde hasta ese momento solamente existía la Misión Anglicana de Thomas Bridges, y las últimas generaciones de Yámanas y Haush puros habitando sus alrededores.
Por lo cual, podemos decir que nuestra soberanía en el sur comenzó en la Isla de los Estados y continuó por Ushuaia, como le escuché decir en una entrevista al Sr Carlos Vairo, director del Museo Marítimo de Ushuaia, quien es seguramente el máximo referente argentino en estos temas, con más de 70 viajes a Isla de los Estados.
Tuve la suerte de conocer esa mágica isla y el famoso Faro de San Juan de Salvamento, el Faro del Fin del Mundo, el de la novela de Julio Verne. Dicho sea de paso, la novela, que le dio fama y su apodo, fue publicada póstumamente en 1905 por el hijo de Julio Verne, quien al parecer le hizo algunas modificaciones finales.
Al Faro fui en 2019, como parte de la tripulación del velero Galileo en la 1ra etapa de la Expedición Antártica que realizaba la Fundación Malvinas Argentinas de Bahía Blanca. Si bien la expedición partió de Bahía Blanca, yo me sumé junto a mi amigo Héctor Mattos, en San Julián, provincia de Santa Cruz y desde allí navegamos hacia la Isla, con el objetivo de fundar una Biblioteca en el mismísimo faro.
Luego de 3 días de una navegación muy difícil, llegamos de mañana, fondeamos el velero en una pequeña bahía a 200 metros de la costa y desembarcamos en un gomón. Había estado 3 días vomitando, sin comer y casi sin beber, por el intenso oleaje y el movimiento de la embarcación. Surfeamos olas de 8 metros en una de las dos peores zonas marítimas del mundo con un velero de poco más de 11 metros y esto me dejaría huella. Me sentía pésimo pero feliz a la vez, había cumplido el sueño de pisar la mítica Isla de los Estados.
El faro original estaba ubicado sobre un promontorio rocoso, a 60 metros sobre el nivel del mar. Era una casa de madera de lenga de 16 lados por 9 metros de diámetro y de algo más de 6 metros de alto incluyendo en su punto más alto, la bola de metal tan característica. El tejado casi circular estaba recubierto de una lona impermeable. El Sistema de luz era a querosene. Vivían en él 6 fareros. No quisiera imaginar en qué condiciones. Por la mala ubicación, el faro, si bien tenía buena altura, no cumplía bien su objetivo que era el de ayudar a los barcos por lo cual se construye uno nuevo en una de las “Islas de Año Nuevo” en 1901, más precisamente en la isla Observatorio, un pequeño islote totalmente desolado y separado unos 6kms de la isla principal en el lado noreste de la Isla de los Estados. El faro original dejó el servicio en 1902, fue abandonado y las inclemencias del lugar lo fueron destruyendo poco a poco hasta quedar en ruinas en menos de un siglo.
Desde el 2000 existen 2 réplicas, que si bien no son iguales al que construyó Laserre, vienen a ser una especie de monumento conmemorativo. Uno está al lado de lo que fue el original. Construido en Francia, llegó al país desarmado en partes. Es más chico que el original, el actual es una casa octogonal de 6,50 m de altura total, es de cedro, con un techo de zinc rematado por una bola del mismo material. Tiene linterna, y la luz es proyectada a través de una ventana que da al mar. Unos paneles solares suministran la energía eléctrica necesaria. Hoy por hoy figura en las cartas náuticas.
El otro se encuentra en La Rochelle, Francia, cercano a la costa sobre una plataforma en medio del mar. La idea fue de un francés, André Bronner, director de la Asociación del Faro del Fin del Mundo. Para no ser grosero, podría decir que es un personaje “polémico”, que dejó esa réplica, pero se “llevó prestadas” algunas partes de lo que quedaba del original, o sea, nos robó parte de nuestro patrimonio cultural. Creo que fueron recuperadas gracias a gestiones realizadas por el Sr. Vairo y su equipo, o al menos parte del botín.
Pero no todos actúan con segundas y espurias intenciones, hay un tercero, en escala 1 a 1, y evidentemente más fiel y mucho mejor logrado que esos dos. Este se construyó en el patio del antiguo penal de Ushuaia. Y por supuesto también el Sr Carlos Vairo tuvo mucho que ver en ese tema. Lo visité en todos mis viajes a Ushuaia, y volveré, obvio. A propósito del Sr Vairo editó un libro increíble sobre los Faros del Fin del Mundo que por supuesto tengo en mi colección.
Luego de la visita al Faro del Fin del Mundo en el velero, y mientras navegábamos rumbo a Ushuaia, punto final de ese viaje, pude ver, lamentablemente solo desde el mar y de lejos, aunque igualmente emocionante, el hermoso Faro San Pio, ubicado en el Cabo San Pio. Este es el punto extremo sur argentino y entrada oficial al Canal de Beagle, frente a la isla Nueva de Chile, una de las del conflicto del 78. Aunque eso de ser el extremo sur está en discusión con Punta Falsa que está ahí cerca.
Es una zona de acantilados increíbles, con mucha fauna y sobre todo pingüinos, al este del cabo está la Bahía Sloggett, entrada a la mítica Península Mitre. Slogget es uno de los lugares donde el famoso explorador rumano Julio Popper a principios del siglo XX se dedicó a buscar oro.
No está habitado y es uno de los más pequeños del país. El Faro San Pio, es una torre cónica de mampostería un tanto extraña, realizada con unos ladrillones o bloques mucho más grandes que los que actualmente usamos en construcción, con rayas horizontales blancas y rojas (como nos gusta a los riverplatenses), y mide unos 8 metros de alto.
Cumplió 100 años en 2019 y fue restaurado por integrantes de una expedición fueguina que se denominó «Intemperie», que con aportes de la comunidad pudieron ir a pintarlo y ponerlo en condiciones. En mis fotos se ve antes de la restauración, las otras fotos que ilustran la nota …las tomé prestadas de una nota de internet.
Llegar a este faro, es complicado, por tierra el camino termina en un Puesto de la Prefectura llamado Moat, actual ingreso a la Península Mitre, desde allí, el camino se hace muy difícil, son unos 20kms atravesando turbales, cruzando arroyos y bosques impenetrables, con un clima generalmente hostil. Intenté llegar en 2020 pero las lluvias torrenciales de ese enero derrumbaron parte del camino y no logré seguir adelante. Así fue que lamentablemente tuve que abortar la travesía, pero no pierdo las esperanzas de volver a intentarlo.
Por supuesto que, si uno habla de faros en Tierra del Fuego, el más conocido por el turismo es el de las postales, el Faro de Les Eclaireurs que significa Los Exploradores, Los Conquistadores o Los Iluminadores, según quien lo traduzca, y es una de las más clásicas excursiones de Ushuaia.
Mucha gente lo llama el faro del fin del mundo confundiéndolo con el de la novela de Julio Verne. Cumplió 100 años en 2020, mide 11 metros y tiene paneles solares. Está ubicado sobre los islotes Les Eclaireurs, en el Canal Beagle.
A este faro, no se puede bajar cuando uno hace la excursión, solo se aprecia desde el barco rodeándolo.
La anécdota más conocida es la de 1930, cuando el buque alemán, «Monte Cervantes», pasó del lado equivocado y chocó contra un bajo fondo, pero antes que se hunda el piloto pudo maniobrarlo y lo encalló en uno de los islotes. Todos los pasajeros pudieron ser rescatados a salvo y alojados en diferentes casas de familia de Ushuaia y en distintos lugares, hasta en el patio del presidio, porque Ushuaia en ese momento tenía menos habitantes que pasajeros el barco. Incluso eran tantos que los presos donaron la mitad de su ración diaria. Estuvieron una semana hasta que regresaron en otro barco. No murió nadie, solo desapareció el capitán, que, si bien se salvó, al otro día regresó al barco y desde ese momento no se supo más nada de él. Hay distintas teorías, incluso gente que afirmaba haberlo visto en Chile. Nunca apareció. Cada Faro tiene sus historias y mitos también.
Pero no terminó ahí la desdicha de este barco, en la década del 50 una empresa intentó reflotarlo y lo logró, aunque a pocos cientos de metros se hundió a unos 80/100m, y ahí quedó para siempre.
Quizás estos sean los principales o más conocidos Faros del llamado Fin del Mundo, pero también hay otros que podrían tener ese título o uno parecido que quedarán para otra nota.
Jorge Luis Borges, escribió en el libro de visitas del de Punta Mogotes: «El faro es la mirada de la civilización sobre los hijos suyos esparcidos por el océano. Si el hombre mide en pequeñez por la altura de sus monumentos, es grandioso».
¡¡Hasta la próxima amigos…!!