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Los caciques aliados que avanzaron con el Ejército hacia el sur del país

Mario Novack
Por Mario Novack
En la foto el Cacique Manuel Pichi-huinca (el primero a la izquierda) junto con los sacerdotes Espinosa y Costamagna, y los militares Cnel. García, Coronel Maldonado, Tte. Cnel. Olascoaga, Cnel. Villegas, Cnel. Wintter, Cnel Pico y Tte. Cnel. Cerri en la Plaza y Comandancia de Puan. Fotografía tomada por Antonio Pozzo en abril de 1879. Argentina Archivo General de la Nación

La llamada “Conquista del Desierto” o el aniquilamiento de los pueblos originarios hacia el sur de la Argentina contó con ayuda de varios caciques. Aquí un análisis de ese avance.

El cacique Pichihuinca tuvo un instante fugaz para pensar en su lejano Indio Rico. Allí nació y creció, antes de enemistarse con los máximos caciques del sudoeste bonaerense, entre ellos sus primos los Catriel. Fue una figura controversial, detestado por sus hermanos de raza, al transformarse en baqueano de las tropas del Ejército Argentino, que avanzaron a sangre y fuego sobre Pampa y Patagonia.

Se despidió de esta tierra, en la localidad de General Acha, La Pampa, en los primeros días de septiembre del año mil novecientos. Su indumentaria fúnebre era una confirmación de su trayectoria: reposado en un catre fue velado vistiendo el uniforme del ejército, con el que le habían pagado sus patrióticos servicios con el grado de mayor y un nombre de blancos: Manuel Ferreyra.

Fue capitán de los batallones de “Indios Amigos”, aquellos que combatieron junto a las tropas de Conrado Villegas primero y Julio Argentino Roca después. Fue la fuerza degolladora que combatió con saña a las lanzas de Namuncurá, Pincén y los Catriel, cuando el ocaso de la Confederación India llegaba pintado en sangre.

Muchas veces recorrió la línea de fortines ahuyentado a la indiada, tal como indican los partes militares de la época. Precisamente del Fortin Marcos Paz, cercano a Indio Rico, se conocen las partidas que encabezó muchas veces, llegando a librar combates de renombre como aquel de “Las Horquetas del Sauce”, cercano a la actual Coronel Suárez.

Las fotos de su historia lo presentan vestido de blanco, rodeado de militares de alto rango y curas salesianos, en lo que constituyó una alianza letal para los pueblos originarios: lo que no logró el Remington del Ejercito, lo obtuvo la Cruz religiosa y la ayuda de la indiada aliada a los blancos, con las tropas de Manuel Grande, Tripailao y el mismo Pichihuinca.

Batalla de «Las Horquetas»

Uno de sus desempeños más destacados estuvo en la denominada “Batalla de las Horquetas del Sauce”, en lo que sería posteriormente la estación ferroviaria Piñeyro, partido de Coronel Suárez.

Fue una de las cinco batallas más importantes de la «invasión grande» como la calificaron los aborígenes.

Tuvo lugar el 10 de marzo de 1876 y fue evocado en una interesante nota por Luis M. Zavalia, propietario del establecimiento de Piñeyro en cuyas tierras tuvo lugar el enfrentamiento entre 550 soldados y 2.500 indígenas

La División Costa Sud que defendía la frontera en la zona que incluía en el año 1876, lo que en el futuro sería el distrito de Coronel Suárez, cuando del campo de don Jorge Keín, en el sur de Bahía Blanca, le llegó el aviso de que una invasión de importancia entraba por el arroyo Las Mostazas, mientras que conjuntamente otra importante como numerosa indiada acampaba en «Las Horquetas» del arroyo Sauce Corto, donde estratégicamente buscaba apoyar el desplazamiento del futuro combate.

Al momento el jefe de la fuerza mandó tocar generala, poniéndose en marcha en dirección al paraje indicado con los regimientos 1 y 2 de Caballería y con dos piecitas de campaña al mando del teniente Estanislao Maldones; en total 550 hombres, más 59 lanceros indígenas amigos, que comandaba el bravo cacique Pichi Huinca.

Es digno de mención el señor Enrique Blanch, inglés de nacimiento, que en un estupendo caballo trajo el aviso de una distancia de 20 leguas, actitud que sería agradecida por la guarnición, rechazando la escolta que se le ofrecía para su regreso y solicitando, en cambio, el permiso para combatir al lado de un jefe reputado como la primer lanza argentina: el coronel Salvador Maldonado.

El día estaba sereno y apacible y los soldados marchaban con decisión, descubriendo a poco al invasor que, a su vez, seguía el movimiento de la columna militar, organizándose en grupos y en orden abierto.

Tan luego, a medida que se acercaban a «Las Horquetas del Sauce», en lo que hoy es Piñeyro, se puso en movimiento el enemigo, coronando todas las alturas en un radio de veinte cuadras de distancia. La manera de combatir de los indígenas, era similar a la de los árabes, de acuerdo al informe militar, extendiéndose en orden abierto, formando grandes guerrillas separadas, en compactos grupos comandados por caciques subalternos, logrando de ese modo rodear las fuerzas de los regimientos.

De cuando en cuando, con actitud provocadora, los guerrilleros pampeanos, ricamente ataviados, blandiendo sus lanzas con hábiles molinetes, montados en briosos caballos, en su propia lengua gritaban a la tropa «que ni uno solo volvería al fuerte». El número de los invasores se calculaba en alrededor de 2.500 capitaneados por los caciques Namuncurá, Marcelino y Juan José Catriel, además de los sublevados hermanos Cándido y Ramón Leal, provenientes de Azul.

Maldonado, sin temor, con la serenidad que cientos de encuentros le daban, ordenó a sus fuerzas desplegarse en batalla, para tocar luego «a degüello», ordenando a las fuerzas cargar escalonadamente por escuadrones. La respuesta de la indiada fue ejecutar con astucia el mismo desplazamiento.

El combate se hizo general, cargando en sucesivas tandas el bravío salvaje chocó contra las tropas del Ejército y en el infernal griterío sobresalía el estrépito de las armas y el relinchar de los caballos.

Las dos piecitas de campaña, manejada con oportunidad, infligían temor y daño en las fuerzas indígenas, que tras tres o cuatro cargas, dejaron en el campo de batalla, 53 indios muertos y numerosos heridos, para luego, vencidos, huir el resto en completa derrota hacia sus tolderías, con la esperanza de rehacerse y volver más tarde a disputar a las tropas «sus campos», como altivamente los denominaban.

En este duro, violento y desgraciadamente olvidado combate, por su bizarro comportamiento, el jefe de escolta del coronel Maldonado fue condecorado al ser gravemente herido en el brazo derecho. Su nombre y grado fueron: Manuel de Álvarez, con jerarquía de teniente y que llegaría luego a general e igualmente recomendados por su brillante acción, el Tte. Estanislao Maldones y el capitán Victoriano Rodríguez.

Y como comenzó también terminó la batalla el Sr. Enrique Blanch, que con grave riesgo pudo alertar a tiempo a la tropa, después de la cual al tranco, lentamente, regresó a su establecimiento, acompañado por los elogios del famoso coronel Maldonado.

En ese momento don Enrique Blanch, dueño de la estancia Las Horquetas, invitó a las fuerzas nacionales a tomar un refrigerio y les dio descanso en su establecimiento, elogiando al coronel Maldonado y sus fuerzas por la valentía y heroicidad demostrada en la batalla.

Esta sucinta reseña solo intenta reflejar los hechos registrados en una época muy diferente a la actual y a la que hoy solo nos llegan vestigios.

Sin embargo, el entramado político que llevó al enfrentamiento de tribus originarias, aliándose a quienes finalmente terminaron cometiendo atrocidades con los pueblos nativos, es sumamente complejo.

Durante algún tiempo las tribus de los caciques Tripailao, Manuel Grande y Pichihuinca se instalaron en las serranías de Puán, donde inclusive se ha bautizado al lugar como “la senda del Pichihuinca”.

Puan nace como Comandancia de Frontera el 5 de junio de 1876 cuando arriba la División Costa Sur a cargo del Coronel Salvador Maldonado.

La fuerza estaba compuesta por 800 hombres integrantes del Regimiento 1 de Caballería, Batallón 8 de Infantería y Regimiento 11 de Caballería. El Capitán Manuel Pichihuinca estaba a cargo de 50 lanceros al servicio de la Guardia Nacional, cuyas tolderías estaban ubicadas camino al cerro, sobre una margen del arroyo Pichincay.

Curiosidades de Carnaval

 “Un Carnaval en Puan” es uno de los coloridos relatos escritos por el oficial Guillermo Petchmann quien participó de la Conquista al Desierto.

Según los relatos, el primer día de carnaval en el cuartel del Regimiento Nº 11 se tocó llamada y trote a la una p.m. Las tropas corrieron a formarse cuando sorpresivamente se les dio la orden de armarse, pero esta vez con baldes, jarros y toda clase de recipientes disponibles y, precedidos por el comandante Nadal y del trompa de órdenes se encaminaron en dirección al arroyo donde se proveyeron de agua. De allí partieron hacia los toldos de Pichihuinca.

El cacique, habiendo sido avisado, preparó su emboscada y dispuso la defensa con no menos de cien chinas, muy bien armadas y ocultas.

En la lucha cuerpo a cuerpo, hubo pellizcos maliciosos, loncoteos y otros excesos y los perros también garroneaban a los soldados. Hubo casos en que entre tres chinas echaban un sargento al arroyo, celebrado con alaridos propios de los pampas…

Sin lugar a duda ese día fue el primer festejo de carnavales en Puan.

La tierra para los indios amigos 

Varias de las tribus que participaron como aliadas del Estado Argentino en su avanzada a tierras pobladas por el indio, recibieron su fracción de tierras. En La Pampa, concretamente en General Acha, se les otorgó campos a las tribus de Manuel Grande, Trapailao y por supuesto Pichihuinca.

Un año antes de su muerte, en febrero de 1899, el agrimensor Pedro Pico fue comisionado por el gobierno de La Pampa para realizar la mensura de las tierras que habían sido otorgadas a Manuel Ferreyra y su gente.

Pichihuinca y Manuel Namuncurá fueron figuras señeras de los pueblos originarios, cada uno de ellos ubicados a un lado de la historia, de acuerdo al posicionamiento de entonces y de ahora.

Namuncurá, como digno representante de la dinastía de los Curá, seguirá presente en la historia a través de su descendencia, en su hijo Ceferino y el Pichihuinca, también lo hará a través de su hijo…el famoso “Indio Anarquista”. Pero eso será en el próximo capítulo de esta historia.

En sus últimas horas el mayor del Ejercito Manuel Ferreyra, volvió a ser el niño Pichihuinca, corriendo en los campos aledaños al arroyo Indio Rico, allá en el sudoeste bonaerense. Por lo menos es lo que soñó en sus últimas imágenes antes de morir, en setiembre del año 1.900, en General Acha, territorio de La Pampa.

Publicado por el autor en FM Aborigen Indio Rico, el 19/01/2019

ATE
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Periodista, investigador histórico y escritor con una larga trayectoria en los medios de comunicación de Río Gallegos, Santa Cruz. Actualmente conduce un programa de radio en FM UNPA, compartida con LU 14 Radio Provincia de Santa Cruz y AM 740 Radio Municipal de Puerto Deseado y publica sus investigaciones históricas en el diario Nuevo Día. Es de su autoría una Cantata de las Huelgas Patagónicas y letras de canciones. Vive en Río Gallegos
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