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Los padecimientos de Juana, la esclava que logró su libertad

Mario Novack
Por Mario Novack
Una historia increíble de una esclava africana en la naciente Carmen de Patagones.

Sometida por los “negreros” o cazadores de esclavos en el continente africano, la trajeron desde la lejanía del continente africano a Carmen de Patagones, en la naciente Argentina.

Su amo es José Guardiola, hijo de familia “acomodada”, según se cuenta en el Fuerte de la incipiente población. Triste destino de los esclavos que han sido arrojados a este continente llamado América. La mayoría de ellos se ilusionaron con la libertad, cuando eran rescatados por los buques argentinos después de derrotar a los barcos “esclavistas” que llevaban esa carga humana.

En Patagones, formado a partir de la inmigración de los denominados “maragatos” que llegaron el 2 de octubre 1779, procedentes de León, Galicia, Asturias y La Maragatería, de allí que a los nacidos en Patagones se los llama maragatos. Estas familias iniciaron una vida dura, y penosa, especialmente por la enorme distancia que los separa de todos los centros poblados.

La agricultura, la ganadería, la sal, la grasa, el pescado, la harina, la carne salada, los lobos marinos, el cuero, los jamones, fueron sus fuentes de recursos.

Los primeros años del Fuerte, fueron de mucho sacrificio y si bien en un primer momento las autoridades se mostraron interesadas en fomentar el desarrollo del mismo, pronto todo se transformó en promesas incumplidas y el aislamiento y la marginación marcaron un período de penurias y sufrimientos para los primeros colonos que pese a todo no claudicaron y con decidido espíritu continuaron su obra.

Francisco de Biedma, considerado su fundador, llegó a Carmen de Patagones en 1779 acompañado de 12 o 16 esclavos africanos, algunos de los cuales servían de lenguaraces, es decir que intermediaban entre los conquistadores y los indígenas, y que junto a otros esclavos que fueron solicitados después, levantaron los primeros edificios de la ciudad de Carmen de Patagones, el fuerte, la iglesia y las primeras habitaciones de los pobladores.

Y allí estaba la negra Juana a las órdenes de un joven José Guardiola, un verano de 1812, cuando su suegro Antonio García, uno de los primeros españoles llegados a estas tierras, se la llevó de regalo para que le sirviera a su hija Josefa.

En el caliente verano de 1824, los pobladores de Patagones no hacían otra cosa que hablar de la orden que había llegado del ministro y secretario de gobierno Don Bernardino Rivadavia. Dicha orden otorgaba carta de libertad a la negra Juana y su familia, propiedad hasta ese momento de doña Josefa Garcia, esposa del tal Guardiola.

En su obra “Mujeres en Tierra de Hombres”, la escritora Virginia Haurie recrea en forma novelada los padecimientos, pero también la valentía de la joven esclava.

“A usted le parece que le hayan hecho esto a la pobre doña Josefa”?, decía doña Ramona mientras le ponía un gajito de cedrón al mate. Doña Ramona y su prima Francisca charlaban en el patio mientras se refugiaban de los calores del verano. Una joven, nieta de Ramona, bordaba un vestido.

Eso no hubiera pasado con los españoles en el poder, es cosa de criollos, dijo doña Francisca y sorbió el mate. Pero si usted es criolla igual que yo. Doña Francisca se quedó en silencio arrepentida de lo dicho. Doña Ramona, sin darle importancia siguió: “imaginese lo que debe haber sido para un señor tan respetable como Don Guardiola haber sido careado con esa negra que anda por ahí cometiendo infundio..”

“Pero abuelita –dijo la muchacha del bordado– todos dicen que la Manuela es hija de Guardiola y de la negra.

“Usted se calla, no es cosa que deba hablar una niña y, si es cierto, no es lo importante, la reprendió doña Manuela y la mandó castigada a su habitación.

“Es que los hombres tienen sus necesidades, murmuró doña Francisca, dicen que Josefa –una vez que nacieron sus hijos- nunca más quiso recibirlo en su cama.

“Carne fresca”, pensó el amo Guardiola cuando la vio por primera vez y empezó a perseguirla todas las veces que la Patrona Josefa iba a la iglesia, que para su suerte eran muchas. Pero la joven le arisqueaba, pese a los regalos y las lisonjas.

Un día cansado de perseguirla, le propuso un trato: le daría su libertad a cambio de sus favores. La negra, que había oído esa palabra en boca de todos los que habían llegado del norte, aceptó.

Así fue como don Guardiola comenzó a disfrutar de ese cuerpo duro de olor fuerte. Y cuanto más lo hacía más quería. Y como siempre estaba sediento y pronto Juana quedó embarazada.

Desde entonces la madre de la negra, la negra Juana Perez, pidió dos veces la libertad de su hija a la comandancia, exponiendo su situación. La primera no fue atendida, la segunda ocurrió cuando nació Manuela, su nieta. En ese momento había un nuevo comandante que se avino a escucharla, seguramente consustanciado con la revolución criolla que recién comenzaba.

Lo que siguió para la pobre Juana fue un calvario, en la visita que las autoridades hicieron a la casa de Guardiola, la esclava aterrorizada por las amenazas de muerte previas de la esposa de su amo, declaró que la niña recién nacida era hija de un hombre ya difunto.

Los años que siguieron fueron de desprecio y maltrato para la negra Juana, hasta que pronto el amor llegó a su vida. Un día conoció al cabo Julián Guzmán del Cuerpo de Cazadores y algo cambió en ella aunque no se diera cuenta.

Una noche, la de San Andrés, los Guardiola se fueron al fandango, después de las oraciones. La negra aprovechó la ocasión para llevar a su amor a la casa donde vivía. Dos cuartuchos destartalados que quedaban pasando el patio principal de la casa de los Guardiola.

De pronto el ruido de los cascos alertó sobre el regreso del patrón. Apenas hubo tiempo para que el cabo Julián pudiera esconderse debajo de la cama. Con su prepotencia habitual Guardiola intentó llevarla a la cama, pero rápidamente la negra Juana se ubicó detrás de la mesa.

“Seguro tienes a alguien debajo de la cama”, gritó el patrón y se fue dando un portazo. Entonces el cabo Julián Guzmán la tomó del brazo y la llevó para formalizar la denuncia. Nadie la reconoció cuando con la cara erguida caminó hasta el edifico de la comandancia.

Allí hizo las denuncias y con testigos fue probando una a una las miserias que había vivido. Cuando llegó el momento el cabo Guzmán dijo lo suyo.

El juicio fue un escándalo en la pequeña población y los pobladores se dividieron entre los que apoyaban a Guardiola, hombre de buena familia y los que apoyaban a la “negra esa”. Ante el desconcierto y la indignación de los integrantes de aquella alta sociedad, se dio un careo entre la negra esclava y su amo, José Guardiola. Él negaba todo: según los registros, “contestó que es falso cuanto dice la negra”; pero ella insistía con el acuerdo que (supuestamente) le iba a dar su libertad y detallaba asaltos sexuales cuando la ama se iba a misa o cuando su patrón la llevaba a la isla con la excusa de cocinar.

Los testigos que dieron la cara por la valiente mujer fueron los que aportaron credibilidad a su relato: uno fue el de la llamada Tía Mariana, una esclava lavandera, quien aseguró haber visto al amo cargando y acariciando a Juana; el otro fue el que dio su hasta ese día desconocido amante, el cabo de cazadores Julián Guzmán.

Defendiendo a su amada, contó cómo Guardiola se había escapado de una fiesta y había regresado a su casa con la intención de (otra vez) violarla, justo cuando la pareja estaba en la habitación de la esclava. Él había conseguido esconderse debajo de la cama, pero había escuchado todo lo que había ocurrido.

En el momento del careo, Guardiola dijo que la negra había firmado una declaración donde reconocía que la niña era hija de un hombre fallecido. “Además ha firmado su declaración anterior, dijo el patrón. La respuesta fue demoledora para el abusador. El comandante José Gabriel de la Oyuela, encargado de instruir el juicio, le hizo notar que ella firmó con una cruz, ya que no sabía leer y escribir.

El comandante Oyuela reunió todas las actuaciones y las envió al por entonces ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, para que fuera él quien decidiera. No obstante, le aclaró por misiva que más allá de las pruebas, tenía la certeza moral de la existencia del crimen en cuestión, y pidió que Juana saliese de esa casa y quedase libre, “porque ello interesa a la tranquilidad de la familia del acusado y a la decencia pública”.

Finalmente y con una celeridad envidiable, la máxima autoridad de la provincia de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, dictaminó la libertad de la negra Juana, ordenando que permaneciera en las instalaciones de la comandancia, hasta encontrar lugar donde trabajar y vivir.

No se sabe si finalmente Juana y el cabo Julián formaron familia, aunque se cree que sí, porque aunque no consta acta matrimonial alguna en los archivos parroquiales, la denominada unión de hecho era sumamente habitual en esos tiempos.

Publicado por el autor en el diario Nuevo Día, el 24 de abril de 2022.-

ATE
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Periodista, investigador histórico y escritor con una larga trayectoria en los medios de comunicación de Río Gallegos, Santa Cruz. Actualmente conduce un programa de radio en FM UNPA, compartida con LU 14 Radio Provincia de Santa Cruz y AM 740 Radio Municipal de Puerto Deseado y publica sus investigaciones históricas en el diario Nuevo Día. Es de su autoría una Cantata de las Huelgas Patagónicas y letras de canciones. Vive en Río Gallegos
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