Conocí a Luis Cattenazzi a mediados de la década pasada, de la forma más canónica en la que uno suele conocer a un escritor: en ese clásico encuentro del todo asincrónico que es la lectura solitaria de una de sus obras. En aquella oportunidad, yo oficiaba de jurado en el Concurso de Narrativa de la Editora Municipal Bariloche, y lo que leí fue el manuscrito del que sería su segundo libro de cuentos, firmado con un vistoso seudónimo. Con mis colegas del jurado, Luisa Peluffo y Adrián Argento, decidimos unánimemente que ese libro, Circular con precaución, fuera uno de los premiados del concurso. Las coordenadas del acto de premiación: fines de octubre, la sala de la Biblioteca Sarmiento.
Allí, en un pasillo, conocí personalmente al Autor: estaba abandonando la sala cuando una figura surgió de la nada, me dejó un libro entre las manos con una frase somera y volvió a desaparecer en las penumbras. Una escena que parece arrancada de uno de sus propios cuentos. Ya en una espacio con más luz, pude admirar mi nueva adquisición y la primera información cierta del escritor: A ciencia incierta, Luis Cattenazzi, Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 2011. Sucesivos encuentros en eventos literarios en la región, demasiados reiterados para ser casuales, sumados a múltiples amistades comunes, me fueron persuadiendo de que tenía mucho en común con este escritor nacido en el Conurbano profundo, criado en Bariloche, de nuevo habitante de la Babilonia vernácula y otra vez residente en la ciudad cordillerana.
Hace unos días, reorganizando la biblioteca de mi estudio, me encontré con los últimos títulos publicados por el Fondo Editorial Rionegrino, entre los cuales figura No vienen a cuento, obra del mismísimo Cattenazzi. Todo este largo fárrago viene a justificar mi decisión casi instantánea de volver a leer, en estricto orden cronológico de publicación, la obra cuentística de Luis Cattenazzi, y ensayar algunas palabras sobre los temas, la estructura y el registro de sus cuentos.
Casi didácticamente, podría arriesgar (arriesgo, en realidad) que los cuentos de A ciencia incierta postulan dos claves de acceso: una, la intertextualidad con la literatura fantástica clásica; y dos, en cierta forma subsidiaria de la primera, la especulación de ese género y de la scientifiction como modelo narrativo.
Primero lo primero: A ciencia incierta fue premiado en 2011 por el Fondo Nacional de las Artes, por un jurado integrado por Samanta Schweblin, Romina Doval y Juan Sabia, y publicado un año más tarde por Interzona Editora. Daniel Gigena, en una atenta reseña en el diario Página/12 escribió: “La escritura de Cattenazzi, impresionista y atenta al habla popular, se apoya en formatos familiares para el lector del género fantástico (…) como el diario de un náufrago, el caso periodístico o la confesión, y a partir de esa certidumbre el autor organiza las tramas”. Rescato de esa lectura/interpretación este primer rasgo: la intertextualidad constante y furiosa, la cita directa o velada a casi todo el Parnaso de la literatura fantástica: Poe, Wells, Quiroga, Borges, Bioy, Cortázar, James, Kipling. La Biblia de referencias de este volumen sería, a mi juicio, la Antología de la literatura fantástica, compilada por el tridente curador Borges–Bioy–Ocampo en 1940.
Más allá de los logrados personajes que habitan y pululan las páginas de A ciencia incierta (un científico loco que clona caniches, fantasmas que habitan un edificio entero merced a un regulador ondas de frecuencia, un tipo que en una isla recrea los experimentos del doctor Moreau), creo que en el primer volumen de cuentos de Cattenazzi prima lo argumental: percibo o intuyo detrás de esos relatos originales los postulados cortazarianos acerca de la sustancia misma del cuento como género (contundencia, significación, intensidad, tensión, etcéteras).
La clave de acceso a estos cuentos es ese mismo modelo narrativo del relato fantástico: el lector debe saber con certeza que está leyendo cuentos fantásticos y que el Autor está dialogando, al mismo tiempo que con los lectores, con ese modelo. Para este Cattenazzi, como para Lukacs, en el relato, el contenido es la forma. Ricardo Piglia diría que el movimiento narrativo de los cuentos de Cattenazzi, su referencia constante al corpus de la literatura fantástica clásica, son en realidad, un procedimiento de construcción.
Lo primero que advierto al iniciar la lectura de este segundo volumen es el cambio drástico de los escenarios. Los cuentos de A ciencia incierta (salvo “El arte del doctor Moret”, que ocurre en una isla innominada) son relatos netamente urbanos: hay edificios, departamentos, oficinas, consultorios, respiran urbe, la gran urbe. Pero ya el primero de los cuentos de Circular con precaución, sonoramente titulado “Viento blanco”, ocurre en plena montaña, en el desaforado afuera patagónico, que termina difuminándose en la voracidad de los mismos elementos que la componen.
Y hay algo más en los siete relatos de este nuevo libro, un cambio sustancial, acaso profundamente imbricado con estos escenarios: hay una exploración profunda de los personajes, una búsqueda teleológica más allá de lo argumental, respuestas que paracen situarse en el pasado antes que en el futuro. Por ejemplo, las decisiones de Camila, la protagonista de “Viento blanco”, parecen signadas por la relación con su padre; el ladrón del segundo cuento, sella su destino porque el perro de la casa que está saqueando es “Igual a Bombón”, su mascota de la infancia; en “.357” asistimos a la última escena de una larga y aparentemente inútil búsqueda implacable”.
Como en las tragedias griegas, Cattenazzi ha decidido elidir de esa consabida estructura áurea del relato el principio y el nudo, para enseñarnos apenas el desenlace de historias cuyos orígenes no se nos muestran, sino que son el “iceberg” del texto, como predicaba Hemingway. Ejemplo paradigmático de este recurso es “,me dicen Pablo”, el cuento más extenso y acaso más ambicioso del libro: un texto hecho de puro presente, un presente continuo sin justificaciones a sus hechos inauditos, un narrador que es puro acto indicativo.
El sistema narrativo de Luis Cattenazzi ha virado del argumento hacia los personajes. Señal de ello es la actitud intuitivamente defensiva de pasar del abrumador predominio de la primera persona (nueve de los diez textos de A ciencia incierta están escritos con este narrador) a la más circunspecta tercera persona, en la cual están redactados seis de los siete relatos de Circular con precaución.
Ricardo Piglia, en sus célebres “Tesis sobre el cuento” (corolario de un librito maravilloso titulado discretamente Formas breves) nos recuerda que un cuento siempre cuenta dos historias: el cuento clásico narra en primer plano la historia uno, dice Piglia, y construye en secreto la historia dos; la historia secreta es la clave de la forma del cuento y de sus variantes, sentencia. Y agrega, luminoso: “El cuento clásico a la Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola”.
La aparición de No vienen a cuento dista casi un lustro de la de Circular con precaución y una década de la de A ciencia incierta. El jurado integrado por Beatriz Vignoli, Carlos Blasco y Federico Rodríguez recomendó ampliamente la edición de este libro, firmado por un tal Kamakura (que no era otro que nuestro Autor, Luis Cattenazzi).
Los textos que componen la obra señalan, desde el vamos, una diferencia fundamental con los anteriores dos: están precedidos por un opúsculo denominado “A modo de prólogo” y clausurados por el colofón “A modo de epílogo”. El volumen debería llevar una advertencia que desaconsejara absolutamente leer el libro sin abordar estos dos textos, en los cuales reside la exégesis (más bien, la auto–exégesis) de toda la obra.
Aclaro. En el primero, un sujeto que se presenta diciendo “Pueden llamarme el cronista” (guiño límpido a Ismael, narrador de Moby Dick) relata su relación con otro sujeto, interpelado como El Autor, para el cual el primero trabaja por encargo. Luego, vendrán los cuentos propiamente dichos. Finalmente, en el epifánico texto final, el cronista narra su encuentro ulterior con El Autor, donde los niveles de realidad y ficción se superponen, se rozan, se mezclan y navegan juntos.
Si en los cuentos de A ciencia incierta, el Autor modelaba (por así decir) estructuras de cuentos fantásticos clásicos; en Circular con precaución, el Autor recreaba escenarios trágicos griegos; y en No vienen a cuento, lo que se exhibe es la mismísima condición fantasmal del texto literario y sus personajes. Hay cuentos que citan a los propios cuentos del mismo libro, auto–intertextualidad: los narradores parecen adquirir conciencia de que habitan un territorio de ficción y lo declaran, en voz baja o a los cuatro vientos. Alguna filiación dolinesca creo percibir en esas declaraciones, sobre todo en la arquitectura del libro, que de alguna forma recuerda a El libro del fantasma o (como bien señala Miguel Sardegna en la contratapa) a la Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Es citado directamente Alejandro Dolina en “Certosa di Pavia” (el primer cuento cuento del libro) e indirectamente en “Añoranzas de potrero” (un cuento tremendamente dolinesco y a mi parecer el texto más logrado del volumen).
Borges (el insoslayable Borges) escribió, a mediados de la década de los cincuenta: “Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo «fantástico» o a lo «real» , a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte”.
La certeza de la que parte Borges parece ser la instancia actual del camino del cuento de Luis Cattenazzi: luego de haber transitado las atractivas superficies de lo estrictamente argumental; luego de abismarse a las profundidades ontológicas de los personajes; Cattenazzi finalmente trasciende a la conciencia de que cualquier relato es simbólico y que todo, el universo y quienes absurdamente lo poblamos, podríamos tal vez llegar a ser una ficción.