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Milan Kundera y la insoportable levedad de nuestro ser

Claudio García
Por Claudio García
La muerte del escritor Checo, las reflexiones que surgen y una vuelta a recorrer sus obras centrales.

Cuando me enteré de la muerte de Milan Kundera lo primero que hice fue ir a una de las bibliotecas de casa donde sabía que estaba su obra más famosa “La insoportable levedad del ser” –tengo cierta memoria fotográfica respecto al lugar donde puede estar tal o cual libro-, que leí en la edición de Tusquets allá por 1992, a mis treinta años.

Lo hice con cierta autoculpa de no haber releído ese libro desde hace más de quince años por lo menos, siendo que había sido muy importante para mí cuando lo descubrí. No es que coloco a Kundera entre ese puñado de escritores que para mí tienen una obra que está por encima del promedio y que me resultan absolutamente necesarios y entrañables. No es un Conrad, un Dostoyevsky, un Gorki, un Borges, un Moravia, un Graham Greene, un Di Benedetto, un Gelman, un Onetti, un Vallejo, un Steinbeck, por mencionar algunos.

Pero hay libros puntuales que atesoro en la memoria porque han sido importantes en determinados momentos de mi vida. Hay que decir igualmente que Milan Kundera fue un gran escritor y he leído otras cosas que me parecieron muy buenas, como la kafkiana “La broma” o los relatos de “El libro de los amores ridículos”. Pero “La insoportable levedad del ser” me apasionó no sólo por ser una gran novela, por quedar atrapado en ese triángulo Tomas-Teresa-Sabina, también el personaje de Franz, los avatares del amor y el desamor, el trasfondo político, el drama de los checos por la invasión rusa en la Praga de 1968, sino por las cuestiones reflexivas, filosóficas, la “insoportable levedad de nuestro ser”, esa convicción que los protagonistas de la obra de Kundera y todos en mayor o menor medida atravesamos en algún momento.

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Precisamente, como suele pasarme con los libros que me gustan, sabía que el libro estaba todo marcado –en este caso con una fibra- en aquellas partes que particularmente me habían impactado, me habían hecho pensar o con las que me sentía totalmente identificado por aquellos años jóvenes. Recuerdo que antes de ese libro ya andaba muy obsesionado con la obra y el pensamiento de Friedrich Nietzsche, por ser quizás el mayor filósofo para mí en eso de ser un acicate para pensar y el que se anticipó a muchas de las características que tiene este mundo desde la mitad del si9glo XX por lo menos. Y precisamente “La insoportable…” comienza con algo así como un ensayo sobre uno de los planteos claves de Nietzsche, el ‘eterno retorno de lo mismo’. Precisamente me asombró que Kundera interpretara ese concepto tan complejo del alemán, que ha dado pie a distintas lecturas, muchas totalmente contrapuestas, en una línea similar a lo que rondaba en mi propia cabeza, aunque lo volcara en el papel de manera más sólida y literaria que mi pensar rudimentario.
Kundera escribió: “En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. ¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. (…) La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?”
En esa línea, yo terminé volcando mi interpretación del ‘eterno retorno de lo mismo’ en el cuento “La cruxificción de Nietzsche” (Del libro “El guardiacárcel guevarista y otros cuentos” editado por El Camarote). Sin explicar el argumento de ese relato, secundario en este contexto, lo importante está en repetir lo que le hago decir allí al propio Nietzsche sobre el eterno retorno de lo mismo: “Sabía que la idea era una carga muy pesada, porque le mostraba a los hombres que descansaba sobre sus actos una responsabilidad insospechada: un error que retorna no es lo mismo que un error que no tiene atributo de eternidad. Exaltaba al hombre, fortalecido de sacarse el peso de la dicotomía de la vida y la muerte. Yo pretendía la destrucción del tiempo, no su repetición”. Perseverar en el ser para alcanzar la máxima potencialidad no significa sólo salir del rebaño, salir del ‘sentido común’ y la ‘moral’ promedio, que impone el sistema. Es tener la voluntad de crear valores, de crear moral. Pero hablamos de valores superiores, de una moral superior al del hombre ‘medio’. Por algo Nietzsche escribió: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre: una cuerda tendida sobre el abismo”. El superhombre entonces no puede significar, por ejemplo, causar males irremediables a otros hombres. Una muerte que se provoca regresará siempre. Una y otra vez el asesino volverá a matar. Si actuáramos con la conciencia del ‘peso’ que tienen nuestras acciones, un peso con atributo de eternidad, estaríamos en camino del superhombre.

En la página 16 del libro encuentro marcadas dos grandes frases. Una: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores”. Dos: “Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto”.
La contradicción con lo anterior del ‘eterno retorno’ es clara. Cómo tener conciencia del ‘peso’ de nuestras acciones si la vida parece un boceto. No habría formar de saber qué me conviene o no si sólo vivimos una vez. El panorama sería desolador, “como si no viviera en absoluto”. ¿Es injusto no tener más vidas para poner en práctica lo que aprendo en ésta? Creo que habría que preguntarse sobre el tiempo. ¿Si tuviéramos más vidas, tendríamos más o menos tiempo? Creo que no. Marco Aurelio escribió en sus “Meditaciones”: “Aunque fueras a vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, recuerda, sin embargo, que nadie pierde otra vida que esta que vive, y no vive otra que la que pierde. De manera que a lo mismo viene a parar lo más largo y lo más corto. Pues el presente es igual para todos, y, por tanto, igual lo que pierde… Porque ni el pasado ni el futuro podría nadie perderlo. Porque de lo que no se tiene ¿cómo podría uno desprenderse?…. que tanto el que vive muchísimo tiempo como el que ha de morir rápidamente, sufren la misma pérdida. Pues es el presente sólo del que se va a ver privado, puesto que sólo tiene éste, y lo que uno no tiene no lo pierde”. Sólo tenemos el presente, sólo el presente se pierde. Y basta con tratar de vivir cada instante plenamente para aprender qué querer y qué desechar. No necesitamos dos, tres, decenas de vidas. Algo similar le hacen decir a Thomás Shelby en un tramo de los finales de esa gran serie que es los Peaky Blinders: “El pasado no me concierne y el futuro tampoco me concierne. ¿Qué es lo que te concierne Thommy? Un solo minuto, el minuto del soldado en una batalla es lo único que se obtiene, un minuto de todo a la vez y todo lo anterior es nada, todo aquello que venga después es nada. Nada comparado con ese minuto”. Lo que realmente nos importa del tiempo es su peso, la calidad si se quiere del presente constante que vivimos, y no el tiempo por el tiempo mismo. Y no digo un presente de satisfacción y felicidad, porque aprendemos de la alegría tanto como de la tristeza, del amor como del desamor, del eros como del tanatos. Con esas dos caras podemos igualmente ir aprendiendo y saber lo que queremos. Hay una película muy bella, que se llama “Tierra de sombras”, dirigida por Richard Attenborough y que tiene como actores principales, a Anthony Hopkins y Debra Winger. Se trata de un film centrado en la relación entre el escritor C. S. Lewis y su esposa recogida en un libro autobiográfico. El trasfondo de la película tiene que ver con esto de las dos caras de la vida que estoy mencionando. El protagonista descubre el dolor profundo de la pérdida de la mujer que amaba; de un amor que le llegó de grande cuando su vida muy ordenada, de escritor y profesor racional y creyente a la vez, con todos los tics de un ‘sir’ inglés, parecía que ya no tendría imprevistos. Sin embargo por azar apareció una mujer que le dio un sentido verdaderamente profundo a su vida. Pero la felicidad fue transitoria, a la mujer –que carga un hijo de un matrimonio que dejó atrás en Norteamérica- se le detecta un cáncer que va a terminar en poco tiempo con su vida. Al protagonista entonces se le vienen abajo todas sus convicciones. Cuando vive el dolor en carne propia percibe la “injusticia” de un dios que en realidad juega con nosotros, tira sus dados y reparte por azar dolores y beneficios. Descubre la crueldad de dios, y -lo que se acerca más a la verdad- su ausencia. Finalmente, con la ayuda del hijo de la mujer que queda a su cargo y que reclama reciprocidad en el afecto que le tiene, se da cuenta que aunque siga arrastrando el dolor de la pérdida, éste era parte del compromiso del amor asumido, aún antes de saberse del cáncer. Kundera en una parte del libro, dice otra sentencia: “El amor puede surgir de una sola metáfora”. También del instante, de cada presente, sin necesidad de otra vida que permita comparar con la actual y sacar enseñanzas, puede surgir una verdad, un aprendizaje, siendo o no felices. No hay que contraponer entonces la idea de Kundera del eterno retorno con la desesperanzadora que una vida sola no alcanza para vivir. A hombre le debería bastar un instante, su presente, para saber qué debe querer.

En la página 66 marqué otras líneas: “Aquel que quiere permanentemente «llegar más alto» tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo. ¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados”. Con esto me sentí tan identificado que años después lo relacioné con algunas experiencias que fueron la base de otro relato que escribí, “Jornada de desazón”, que también está en el libro “El guardiacárcel guevarista y otros cuentos”. Allí relato distintos recuerdos que tenían como trasfondo el miedo. En uno de ellos precisamente rememoraba una vez de chico “trepado a un árbol alto, un eucalipto de más de 10 metros, y al mirar hacia abajo me di cuenta que esa altura que separaba el piso de mi cuerpo tenía una cierta sugestión. Percibí que no era vértigo, sino algo más profundo. El miedo a que tranquilamente podía tirarme porque la altura, el vacío, me tentaban”. Del miedo “nos defendemos espantados” escribió Kundera. En la propia novela el personaje principal, Tomás, por la experiencia de la primera mujer con la que tuvo un hijo y de la que se divorció, le quedó “el miedo a las mujeres”. “Las deseaba, pero les tenía miedo”, escribe el autor. Pero no podía resignarse a abandonar el deseo, debía sobreponerse al miedo, buscar una especie de compromiso que le permitiera seguir teniendo amantes. En mi cuento concluyo que: “el miedo nos despoja de toda seguridad, pero que uno debe sobreponerse al miedo. Que quizás esa es la característica más importante de lo humano, el sentido más profundo que le encuentro a la vida”.

Algunos otros párrafos marcados del libro, significativos y estimulantes para pensar:
Pagina 98: “MÚSICA: para Franz es el arte que más se aproxima a la belleza dionisíaca entendida como embriaguez. Uno no puede embriagarse fácilmente con una novela o un cuadro, pero puede embriagarse con la novena de Beethoven, con la sonata de Bartok para dos pianos y percusión o con las canciones de los Beatles. Franz no distingue entre la llamada música seria y la música moderna. Esa diferenciación le parece anticuada e hipócrita. Le gusta tanto el rock como Mozart. Para él la música es una liberación: lo libera de la soledad, del encierro, del polvo de las bibliotecas, abre en su cuerpo una puerta por la que su alma entra al mundo para hermanarse”.
Página 100: “Los extremos son la frontera tras la cual termina la vida y la pasión por el extremismo en el arte y en la política es una velada ansia de muerte”.
Página 111: “(…) empecé a dividir los libros en diurnos y nocturnos. De verdad que hay libros que sólo se pueden leer por la noche”.
Página 117: “(…) sabía que la belleza es un mundo traicionado. Sólo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado olvidada por error en algún sitio”.
Página 205: “Entre los hombres que van tras muchas mujeres podemos distinguir fácilmente dos categorías. Unos buscan en todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer. Los segundos son impulsados por el deseo de apoderarse de la infinita variedad del mundo objetivo de la mujer. La obsesión de los primeros es lírica: se buscan a sí mismos en las mujeres, buscan su ideal y se ven repetidamente desengañados porque un ideal es, como sabemos, aquello que nunca puede encontrarse (…) La segunda obsesión es épica y las mujeres n o ven en ella nada conmovedor: el hombre no proyecta sobre las mujeres un ideal subjetivo; por eso todo le resulta interesante y nada puede desengañarlo”.
Página 253: “En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos acuerdo categórico con el ser. Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch (…) el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”.

Herman Hesse en su “Ensueños” pone en boca de un personaje que en el “Así hablaba Zaratustra” –donde Nietzsche nos brinda el concepto del ‘eterno retorno’- llegó a las páginas de la “Canción de la noche”, una iluminación que le trajo el milagro del idioma, el encanto indescriptible de la palabra. A partir de allí sintió esa fuerza que tenemos todos los lectores, la de ir a la búsqueda de buenos escritores, de buenos libros. Lo que para Herman Hesse era encontrar una lectura que se emparentaba a “acariciar el flexible ropaje de las palabras como, en verano, lo hace el viento con las hojas”. Algo de esa sensación que encontré en “La insoportable levedad del ser” y que la muerte del autor, después de muchos años, me hizo rememorar.

ATE
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Escritor y periodista residente en Viedma, forma parte del equipo periodístico de la Agencia Patagónica de Noticias. Ha publicado una extensa lista de novelas, cuentos y libros de poesía. Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias sociales de la Universidad Nacional del Comahue.
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