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Qué haría hoy el ojo ciego y el oído nulo de Helen Keller

Sergio Sarachu
Por Sergio Sarachu
Encontrar la verdad será como una aguja en un pajar, aseguran. Si ella viviera...¿sería verdadera?

¿Llegaremos a afilar tanto la mirada como para distinguir qué es real y qué es virtualidad? ¿Podremos “oler” la desigualdad, como lo hizo ella? La Inteligencia Artificial ya copula con nuestra vida cotidiana y pasa desapercibida.

Hace diez años se presentó una película donde un escritor de cartas a pedido mantiene una relación “amorosa” con la voz de una mujer creada por un sistema operativo. El film se llama Her (se lo puede encontrar en Netflix) y anticipó una realidad cotidiana que ya forma parte de nosotros: el contacto permanente con máquinas y sistemas a los que incorporamos como una prenda más de nuestra jornada.

La hora está en la pantalla del celular, muy poco ya en las agujas de algún reloj. La duda se resuelve en Google, escasamente buscando un libro y excavando en nuestro cerebro. Las nubes de la mañana están en la foto satelital, no a través de nuestro cuello estirado hacia el cielo.

En el momento en que decidimos poner punto muerto al mundo y mirar alrededor, asoman una a una las herramientas que nosotros mismos creamos y de las que nos hemos vuelto medianamente o peligrosamente dependientes. Algunas generaciones con más afinidad que otras, nuestra vida familiar es un muestrario de varias épocas que avalanchan avances, desarrollos inventos que sucedieron en muy pocos años. Entre una nieta y su abuela está el teléfono negro de baquelita y el celular de varios miles de dólares. Entre un nieto y su abuelo entran la carta manuscrita, el mail, el WhatsApp y la videollamada.

¿La tecnología vino a echar por tierra las desigualdades sociales, económicas o políticas? No necesariamente, al menos la pirámide se mantiene por siglos y el acceso sigue restringido a una serie de tranqueras que tienen que ver con el paso del tiempo o la necesidad de mantener una base humana que sostenga el pequeño vértice elevado.

Allá adelante se los ve (como se los observa hace siglos) a las personas, empresas y países que son la proa rompehielos de la “modernidad”, mientras en nuestra popa mantenerse a flote sigue siendo el ADN que nos caracteriza como pueblo.

En la película mencionada, los seres humanos deambulan por las calles atestadas de gente como zombis hablando con máquinas, las reuniones no son presenciales y hasta el sexo es virtual entre el hombre y una voz sin cuerpo. Ver esa obra en 2013 o verla en este principio de invierno sigue siendo un impacto, aunque ahora ya está esa virtualidad entre nosotros.

La creación este martes 27 de junio de contenidos, imágenes y respuestas puede no estar en manos de seres humanos. Esa voz, esa cara, esa información tiene sí elementos humanos que en algún momento se incorporaron como materia prima para esta “Inteligencia” tecnológica que no envejece.

Ese es uno de los elementos centrales que impactan de los nuevos desarrollos algorítmicos: a contracorriente de nosotros y nosotras, los sistemas creados son cada vez más jóvenes o se renuevan permanentemente sin que una arruga o un nuevo dolor de huesos les impida implosionar lo existente. La comunicación entre máquinas, sin pasar por las personas, es cada vez más ágil y resolutiva. Y la muerte no ronda en los chips porque a uno le sucede otro más joven, más reciente, más impecable.

En una cinta sinfín que cada vez es más veloz, como los salmónidos a contracorriente, la acumulación de años trata de manotear desesperadamente algo de información, alguna clave para entender ese mundo virtual que hoy lo abarca todo.

Hoy, 27 de junio en que –entre otras efemérides- el recuerdo nos trae el nacimiento de Helen Keller, vale ponerse unos minutos a conocer a esta mujer norteamericana. La que salió al mundo sin ver, sin oír y tuvo a su alcance un invento (el sistema braile) para incorporar y transformar conocimientos.

La mujer que militó contra el empobrecimiento de los sectores populares y dijo que “podía oler” la desigualdad en las fábricas norteamericanas.

Ciega y sorda, como Hellen Keller, una gran parte de nuestra sociedad se desnuda ante la construcción ficticia de nuestra realidad cotidiana.

Como hace 13 años lo mostró esa relación entre un hombre y la voz de una máquina, hoy lo concreto, lo que llamamos real o lo “verdadero” también tiene la mano de obra de la tecnología. La cotidianeidad cercana o lejana se conoce en la pantalla del televisor o en la del celular, el rostro y la voz tienen un cable invisible por el que pueden viajar miles de kilómetros o sólo unas cuadras. La tentación de tenerlo todo a la mano como si la vida fuera inalámbrica es la gran zanahoria que nos pone adelante la realidad construida por algoritmos.

¿Qué será de la humanidad? Por lo pronto, una buena idea es afilar rápidamente el ojo ciego y el oído nulo de Hellen Keller, para oler qué hacer con este mundo.

Algo sobre ella

Helen Keller nació el 27 de junio de 1880, en Tuscumia, Alabama, Estados Unidos. No nació ciega ni sorda, sino como una niña perfectamente normal. No fue sino hasta diecinueve meses después que contrajo una enfermedad que los doctores describieron como una congestión aguda del estómago y el cerebro. Helen no tuvo la enfermedad por mucho tiempo, pero ésta dejó sus huellas: sordera, ceguera e incapacidad de hablar. Pero su intelecto pudo más que todas sus limitaciones: a la edad de 7 años ya había inventado más de sesenta distintas señas que podía emplear para comunicarse con su familia.

En 1887, sus padres, el Capitán Arthur H. Keller y Kate Adams Keller, finalmente se pusieron en contacto con el mismísimo Alexander Graham Bell, quien trabajaba con jóvenes sordos. Graham Bell sugirió contactar al Instituto Perkins para los Ciegos en Watertown, Massachusetts. Le delegaron a la profesora Anne Sullivan, quien al momento de recibirla tenía tan solo 20 años, para intentar estimular a Helen y enseñarle la lengua de señas. Esto fue el inicio de un período de 49 años de amistad y trabajo en conjunto.

Sullivan exigió y recibió permiso del padre de Helen para aislar a la niña del resto de la familia, en una pequeña casa en su jardín. Su primera tarea era disciplinar a la niña mimada. Pero el gran paso lo dio Helen cuando un día cuando se dio cuenta de que los movimientos que su maestra estaba haciendo con sus palmas simbolizaban la idea de “agua”. Lo que vino fue insistirle a Sullivan, a quien siguió exigiendo nombres de otros objetos familiares en su mundo (incluyendo su preciada muñeca).

Anne pudo enseñar a Helen a pensar inteligiblemente y a hablar, usando el método Tadoma: tocando los labios de otros mientras hablan, sintiendo las vibraciones, y deletreando los caracteres alfabéticos en la palma de la mano de Helen. También aprendió a leer francés, alemán, griego y latín en braille.

En 1888, asistió al Instituto Perkins para ciegos y a la Escuela Wright-Humason para los Sordos en Nueva York. Cuando Helen tenía 24 años, en 1904, se graduó cum laude de Radcliffe College, donde Anne Sullivan había traducido cada palabra en su mano, y llegó a ser la primera persona sorda en graduarse de la universidad.

Helen se convirtió con una tremenda fuerza de voluntad en una oradora y autora mundialmente famosa. Estableció la lucha por los sensorialmente discapacitados del mundo como la meta de su vida. En 1915, fundó Helen Keller International (Helen Keller Internacional), una organización sin fines de lucro para la prevención y tratamiento de la ceguera. Helen y Anne Sullivan viajaron a más de 39 países, e hicieron varios viajes a Japón, llegando a ser favorecidas por la gente japonesa. Helen Keller conoció a cada presidente estadounidense desde Grover Cleveland hasta John F. Kennedy y fue amiga de varios personajes famosos incluyendo Alexander Graham Bell, Charlie Chaplin, y Mark Twain.

Fue miembro activo del partido socialista, hacía campañas y escribía en apoyo de las clases trabajadoras desde 1909 hasta 1921; apoyó al candidato Eugene V. Debs del Partido Socialista de América en cada una de sus campañas para la presidencia. Sus opiniones políticas se reforzaban por frecuentes visitas de trabajadores. En sus propias palabras, dijo “He visitado talleres donde se explota al obrero, fábricas, barrios afectados. Si no lo podía ver, lo podía oler.”

Helen Keller también se unió a la llamada Unión industrial, los Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Workers of the World, IWW) de orientación entre el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo, en 1912 después de sentir que el socialismo parlamentario “se hundía en el pantano político”. Helen Keller escribió: “Me convertí en un trabajador industrial del mundo”. «Escribió incansablemente sobre su motivación para el activismo, el que fue motor de su interés por la ceguera y otras incapacidades. Tuvo una larga y feliz vida, muriendo a los 88 años de edad. Hasta hoy es un ícono de la superación y de los corazones fuertes«, se indica en la biografía que nos ofrece -como natural- esta máquina sobre la que se escribe el artículo.

ATE
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Periodista y escritor (autor de las novelas "Arde La Colmena" y "Un hijo de tres madres", además de varios libros de poesía. Neuquén. Editor.
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