El primer día de noviembre de 1620 parte desde la capital cordobesa Jerónimo Luis de Cabrera, obnubilado por encontrar la Ciudad de los Césares o Trapalanda en nuestra zona cordillerana.
Un exquisito texto del historiador y gestor cultural Isidro Belver, titulado “La primera invasión cordobesa al Neuquén de la Trapalanda”, rescata el diario de viaje del español Jerónimo Luis de Cabrera y Garay, nieto del fundador de la ciudad de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo.
“Este viaje del nieto Jerónimo –dice Belver en su investigación-, “costeada de su peculio y del de sus amigos”, fue la primera invasión cordobesa programada, al Neuquén. Ya se verá el contingente que luego vendrá, siglos después, arrancando con el Gobernador trasladador de capitales, Carlos Bouquet Roldán, militar, político, diputado nacional, quien llegaría de la mediterránea docta a ejercer sus potencialidades como loteador del desierto. La parca cronología escolástica y aún escritores de renombre no tenían mayores datos de esta “invasión” o a lo sumo indicaban la fecha, 1621 u otras cercanas, suponiendo siempre, que hubo algo la Confluencia, quizá más arriba, pero que se habría vuelto maltrecho en sus víveres, armamentos, soldados, caballos, vacunos alimenticios de arreo, corrido por los indios pampeanos y quemados sus carros y bagajes.
Sin embargo, hubo otra historia escondida que por los 1997/98 hurgando documentos y manuscritos de escribas de la Colonia en Santiago de Chile, surge a la luz. En la Biblioteca Nacional, Sala Americanista Toribio Medina, se descubre el Diario de Viaje o Crónica de la expedición de Jerónimo Luis de Cabrera, nieto, también en búsqueda de la esquiva Ciudad de los Césares, a la Confluencia del Limay con el Neuquén. Al cruzar el Neuquén (sin nombrarlo) se devela otra historia avanzando hasta el “balle de Cutan”, hoy pueblo y adyacencias de Aluminé hasta Rucachoroguen, creyendo que ya estaba al Oeste, en Chile, tras los Andes, camino de la Villa Rica. Con el alumbramiento de esta documentación, este viaje, sería “la primera expedición que atravesó las pampas y llegó a la cordillera” entrando al territorio del Neuquén desde el Este, coincidiendo con la discutida entrada desde Chile al Nahuel Huapi en 1620 por el Capitán Juan Fernandez.
La base de esta expedición se encuentra en: “Encomenderos arruinados, Incas fugitivos, Beliches y Corsarios Holandeses, Los orígenes de la Expedición en búsqueda de los Césares de Jerónimo Luis de Cabrera (1620-1621)” de Juan Francisco Jimenez; “La Ruta de Cabrera en busca de los Césares”, de Carlos Dello Mattia y Norberto Mollo; “Malocas, misioneros, piñones y agricultura en tierras de los pehuenches (Aluminé, siglo XVII)” – Jiménez, Juan Francisco y Villar, Daniel. Por ellos, sabemos que Jerónimo de Cabrera nieto, recibe la autorización, acuerda y contrata con el Virrey del Perú, expedicionar a la Ciudad de los Césares “obligándose a: 1) equipar y mantener una hueste de 250 hombres, 2) fundar tres ciudades en su territorio y sustentar a sus vecinos durante los primeros seis años de ocupación y 3) a mantener doce clérigos durante diez años sin reclamar ningún tipo de ayuda económica a la corona”. A cambio de estos servicios, “se lo nombraba Gobernador y Capitán General de la nueva jurisdicción, se le concedían tres encomiendas por cinco vidas (?) y la posibilidad de nombrar las autoridades civiles de las nuevas ciudades”.
Sale la expedición
Con estos permisos y privilegios el 1 de noviembre de 1620 sale la gran expedición de Córdoba, para ir a alojarse a las posesiones de Río Cuarto. Está convencido y convence a su gente que “ … poco más adelante de donde llegó, [Hernandarias] en un gran río que baja de la gran cordillera de Chile, había mucha gente vestida y labradora… aviso a Vuestra Majestad desto porque me parece convenir que sepa Vuestra Majestad la mucha gente de indios que hay en aquella parte y sin conquistar [y] cómo debe ser cierto lo mucho que desto se dice [hace] tanto tiempo” y que “Cuando el gobernador Hernando Arias hizo y por orden de Vuestra Real persona, aquella entrada para descubrir los Césares dicen que si se tuviera más a la banda de la Cordillera de Chile diera con ellos».
Con mucho entusiasmo por el oro y las magnificencias de la mítica Ciudad que les espera, Cabrera sale por fin, de sus posesiones de la “Villa de la Concepción del Río Cuarto”, el día 25 de noviembre de 1620. Una expedición a lo grande, “400 hombres, 200 carretas con bastimentos tiradas por bueyes, y un arreo de 6.000 cabezas de ganado”, (como alimento vivo), soldados de vanguardia, servidores personales y esclavos multitareas. Emprenden “el camino real, que tomaba forma uniendo el puerto de Buenos Aires con las provincias mediterráneas y de Cuyo, y de allí al trasandino país de Chile…. en su mayor parte sobre rastrilladas existentes desde antigua data”.
Tiene que haber sido un espectáculo imborrable el avance de esta caravana por su recién creado Feudo de la Patagonia o de los Césares!!!. Para tener una idea de esta Ciudad ambulante, “La célebre carreta tucumana mide próximamente una longitud de 15 metros, y lleva como carga máxima 1.800 kilogramos. Tiran de ella seis bueyes, y en los viajes largos van detrás más bueyes de repuesto. Del cóncavo del techo sale una larga pértiga horizontal ó llamador, á cuyo extremo va una red de la que cuelga una cola de buey. De noche se pone un farol en la punta de esta especie de bauprés, y en tal guisa, la carreta es como un navío de la pampa que lentamente va abriéndose camino por el mar de hierba. La tropa ó convoy de carretas va al mando de un capataz, con maestro y oficiales”. Más allá del río Quinto viene un trecho de pampa fértil como la de Buenos Aires, pero con menos aguadas por lo que se vieron obligados a usar las estrategias de los indios escarbando los médanos. Para ello “la gente de Cabrera abría hoyas á mano en los lugares que acampaban y al poco rato aparecía agua muy sabrosa y fría”. Con sorpresas en las excavaciones que incrementaban el misterio de algo muy prometedor al final del sacrificado viaje emprendido. “En una de estas excavaciones toparon con unos huesos, cabeza y muelas gigantescos. Llevaron la cabeza á Cabrera y en el cóncavo de ella cupo una espada, desde la guarnición á la punta, siendo la quijada, por lo menos, del grandor de una rodela. Muelas y dientes estaban de tal modo duros, que de ellos se sacaba lumbre como de pedernal”. Seguramente serían restos del famoso mastodonte o megaterio de las pampas, que la superstición popular atribuía á gigantes; “así que Cabrera, enlazando este hallazgo con lo que se contaba de los patagones del Estrecho, se confirmó en la creencia de que ya que no diera con los Césares, tropezaría con una nación de gigantes”.
A medida que avanzaban, sin toparse con grupos de indios desconocidos, deben soportar inclemencias y accidentes que casi hacen abortar la expedición. Al cruzar el Río Quinto “pasadas cien leguas de la ciudad de Córdoba o de cualquiera de las ciudades del Reino de Chile” según lo comprometido con la casa real, “tomó posesión formal del territorio hasta el Estrecho de Magallanes, lo que convierte a esta entrada en un movimiento de expansión diferenciado de los precedentes de solo exploración”. Seguramente, como su abuelo que “desenvainó su espada y sableó las ramas de un sauce, mientras el sacerdote Francisco Pérez sostenía la cruz de madera y bendecía el sitio” de Córdoba de la Nueva Andalucía, el nieto, en acto solemne, hierático y digno del bronce, habrá tomado posesión de estas Tierras, con la mano izquierda levantada hacia el anhelado Estrecho, y la espada chicoteando las ramas de algún caldén y clavándola profundamente en la tierras concedidas por el Rey y algún desconocido fraile regando la nueva tierra con agua bendita. Hoy, a la vista de la Historia, Jerónimo Cabrera y Garay es el Señor, Adelantado, Dueño y Conquistador de la Patagonia.
Mas esta toma de posesión, no fue sin la ostensible oposición de tribus y caciques locales, aliados a la misma Naturaleza desconocida. En las puntas del sur de Córdoba y en La Pampa, en el tupido bosque de caldenes de la también mítica “Mamül Mapu”, o “Ciudad de los árboles”, “los indios prendieron fuego al alto pasto con que se cubría la Pampa y quemaron su campamento, incluso las carretas, sus bastimentos y la mayor parte de su ganado”. Más adelante, en la travesía de la Pampa al actual Río Negro, una estampida por el gran calor y la sed, les extravía la mayoría de los 6000 vacunos que arreaban, con gran peligro de la misma gente de la expedición.
Pese a todo y muy menguado el equipo original, acicateados por la “sacra fames aurea” (sagrada hambre del oro), no abandonan su cometido. El escribidor de la comitiva, “sargento Perez” aumenta este hambre de oro describiendo o suponiendo cercana a sus recorridos, como compensación, otro de los mitos patagónicos “la Ciudad de los Arboles” (Mamul=árbol, Mapu=tierra, país, nación) conocida en crónicas y relatos como “Desaguadero”, en el corazón de La Pampa. “Uno de los indios que apresaron le dijo que al oriente del camino que seguían había una Ciudad de los Árboles, que Cabrera consideró ser la de los Césares, ya que estaba en la región donde esperaba hallarla. Después de mucha persuasión el indio los llevó allá. La tal Ciudad de los Árboles resultó ser una enorme extensión de manzanares y arboledas de otros árboles frutales europeos, que ya silvestres se habían propagado de una manera asombrosa. Creyó Cabrera que se encontraba sobre la pista y algunos fragmentos de ladrillos que encontró le convencieron más de la proximidad de los anhelados Césares.” Guiados por el indio que le había dado los datos, “los expedicionarios de Cabrera no encontraron habitantes en ella, sino sólo sus huertos y vestigios de edificaciones. Se trataba, pues, de una ciudad abandonada, y los expedicionarios no tenían forma de conocer su nombre original, por lo que se referirían a ella como “la población del Desaguadero”. Allí, Cabrera se encontró con indios que venían a surtirse de esas manzanas abandonadas y de origen misterioso y, no queriendo armar guerras, “parlamentó con el cacique al que dijo que sólo había venido allí á recoger manzanas, y puesto que éstas abundaban, podían cogerlas juntos en buena paz y armonía”. El cacique aparentó creerle y en señal de alianza ofertó al jefe español con una manzana escogida, según la rústica politiquería de agasajar a los desconocidos, demostrando su aprecio a una persona, sabiendo que el español le respondería “con aguardiente, tabaco y bizcochos”. Lo que así sucedió.
Trasponen el río Colorado
Tras la suma de kilómetros, “leguas silvestres”, (“en la época de Garay la única legua de medir que se utilizó en nuestro territorio fue la de 20.000 pies burgaleses cuya equivalencia es de 5.573 metros”) e incidentes que Cabrera explicita en su Diario y habiendo entrado largamente ya en el año 1621 (Marzo-Abril), trasponen el vado del “rio Turbio” (río Colorado) -por donde en tiempos de Rosas se conocerá como “el codo de Chiclana”- y luego de seis leguas de marcha, llega al “río Claro” (río Negro) “que este nombre le dio el gobernador Hernando Arias de Sahavedra por serlo tanto que puestos sobre la barranca se ven en el suelo las pedrezuelas y guixas siendo de cuatro ó cinco bracas…”. Llegan a lo que hoy es Choele Choel. La imponencia del valle ante sus ojos fue el motivo de inspiración para ejercer de fundador denominando el lugar, Buena Vista. “… aquí tomó posesion Don Gerónimo en nombre de su magestad… y con algunos soldados pasó de esta ha otra parte en los barcos de cuero para ver la disposición de la tierra que es la misma que la que hay de esta, pusose por nombre á este sitio la buena vista”.
Así las cosas, y prosiguiendo la marcha, el Diario registra su llegada a lo que hoy sería Villa Regina: “A lo de rramos por aber llegado allí este día [Domingo de Ramos] seis leguas con mucho trabajo, en dos días de camino con carretas sin agua que aunque ivamos sobre la costa del río nos impedían la bajada á él unos arrecifes que bajamos rompiendo mucho monte espeso y medanos de arena”. Siguen avanzando, costeando el río y paran en un paraje al que bautizan como “Gobernador Hernando Arias de Saavedra”, lo que hoy sería General Roca. Descansados, pero sin pausa prosiguen “De aqui a la dormida [paradero, alojo o descanso] del governador Hernando harías de sahavedra que haviendo caido ton avajo como está dicho subió costeando el rio arriba de donde se volvió cuatro leguas”. Llega al fin, a la Confluencia del Limay con el Neuquén, en el mismo lugar donde había alojado Hernandarias y donde estuvo prisionero más de un mes, cautiverio del que logra escapar “con el amparo de la hermosa hija del cacique”. Aquí, “halló Cabrera que las aguas del río principal, [Limay] claras y limpias, contrastaban con las turbias del afluente [Neuquén] y tardaban en mezclarse. Sin duda por esto y porque los indios decían á esta junta Cusu Leuvú (Río Negro), llamó así á esa arteria fluvial, enmendando la plana, sin saberlo, á Hernandarias, que puso al río el nombre de Claro al descubrirlo en su desembocadura en el Atlántico”.
Aquí comienza otra historia novedosa e inédita del Neuquén, desarrollada en los libros por nuestros historiadores antiguos, que apenas les merece, en historiadores chilenos y argentinos, la cita de un fracaso expedicionario reconociéndolo sí, como el primer acercamiento expedicionario al Neuquén, desde el Este. Posterior y más conocida y promocionada fue la mítica expedición del Piloto Basilio Villarino, (150 años después) navegando el río Negro desde Carmen de Patagones. Resumido: Luego de una prolongada estadía de reposición de fuerzas y víveres en el “Choelechechel” donde construirá “el establecimiento del río Negro” con “la estacada, ranchos y trinchera”, sigue la navegación y el 23 de enero de 1783 llegará a la confluencia del “Grande Desaguadero” (Limay) con el “Diamante” o “Sanquel” (Neuquén). Tras una exploración fluvial por el Neuquén hasta el actual Paso de Indios, regresa y continua la navegación por el Limay llegando hasta los vastos campos del País de las Manzanas creyendo que por allí se seguiría navegando hasta la Villa Rica. Fruto de este viaje que merece mayor espacio en otro momento, “Un amanecer hace arrancar y recoger manzanos para mandar con la chalupa “Champán” al establecimiento del río Negro, [Choele Choel] a fin de que sirvan de origen y fomento de esta fruta en aquel destino”. (El origen de las manzanas del Valle). Testimonia también que sus informantes le comunican que “los nativos no lejos de ese lugar cultivaban maíz, “trigo superior”, chícharos blancos, lentejas y habas y elaboraban “sidra o chicha”. El propio Villarino se dio el gusto de hacer “un barril de sidra de diez frascos”. Al regresar, manda cargar sus botes con más de treinta mil manzanas para consumir en el viaje de vuelta y una bolsa de manzanas, regalo especial del cacique Chulilaquin. Pero este viaje, es ¡¡¡otro tema!!!!
Volviendo 162 años atrás, espera en la Confluencia el nieto ilustre, alojado “en la dormida de Hernando Harias”, a las puertas del primer vadeo del Neuquén, 131 años antes que el cruce en el norte neuquino realizado por Bernardo Havestadt, “bautizador del Neuquén”. Sin fecha precisa, solo año del 1621, Cabrera y su gente, haciendo “pontones de sus carretas”, cruzan el río por donde 258 años después lo hará a nado el Comandante Fotheringham, frente a la sierra Roca.
El Diario, ya en tierra neuquina, identifica sus paradas por algunos accidentes geográficos destacados y generalmente con el nombre de los Caciques de cada lugar, que no perduraron.
Pasado el río, identifica un lugar al que llama del Buen Pasto, lo que sería hoy la ciudad de Neuquén, donde alojan; prosigue encontrándose en tierras del Cacique Gueriyan pasando el actual Plottier y las tierras del Cacique Casimba por el Arroyitos actual. Aquí se encuentran con el Cacique Ysacasayan, cuñado de Gueriyan, al que le traía piñones de la Araucaria (Pehuén) como regalo, lo que indica la existencia de intercambios con los grupos cordilleranos. Prosiguen hasta lo que hoy es El Chocón al que denomina la Cuesta “porque se baja las carretas por una tan mala y tan a pique que fue necesario descargarlas y con maromas asidas por las traseras de toda lo gente por que no se despeñasen “. Con unos 37 kilómetros de avance, llegan a la desembocadura vieja del Picún Leufú antes de la construcción del embalse, al que identifica con el nombre del Cacique Cacapuel. De aquí en adelante la expedición de Cabrera prosigue remontando la costa del Picún Leufú en el que se pueden identificar dos paradas: Colcol por el nombre del Cacique (Paso Aguerre) y Pan de Azúcar (Puente) hasta las nacientes del río en las tierras del Cacique Chilléu, cerro Chachil. (¿No provendrá Chachil del nombre Chilleu del Cacique?).
Es interesante la descripción que hace de este Cacique con sus “indios labradores vestidos”, destacando por primera vez datos del idioma “caguané” y su pertenencia a grupos étnicos huilliches poco conocidos, pero ya asentados como agricultores y ganaderos. Así lo describe: “Este Casique Chileu tendrá veinte sujetos, es puelche pero demás pulicia que los primeros que todos hablan la lengua general caguane de las pampas de Buenos Aires y tambien de la de chile. son lavradores y estan vestidos tienen carneros de la tierra obejas de castilla trigo cebada, maiz, lentejas, alverjas, papas y havas que parte de estas semillas eran traidas del balle de Cutan”. Ante esta maravilla de descripción, Cabrera cree hallarse cada vez más cerca de la anhelada y mítica Ciudad de los Césares donde le informan que “…ay un cacique y señor entre ellos muy grande a quien todos obedecen y que dicen que la tierra es muy buena y fertil y que tienen minas de oro y plata y que las labran y benefician … “. Y que según un testigo “… a oydo decir a los dichos yndios del trato y pulicia que tiene la dicha gente de talan y curaca entiende que son yndios de los yngas del piru que se huyeron y se fueron alli”. Corroborando el mito de los Incas escapados del Perú ante el español invasor quienes habrían construido un nuevo Imperio en las Cordilleras del Neuquén, parte del mito de la Ciudad de los Césares, la Ciudad de los árboles o de Trapalanda.
Esperanzado en su dorada ilusión tan cercana, con apoyo del mismo Cacique marcha hacia las posesiones del Cacique Cután. Aquí queda el grueso de la expedición prosiguiendo sólo Cabrera, Chileu, su gente más cercana y unos treinta soldados. Atraviesa el actual Espinazo del Zorro y Catan Lil, desviando para atravesar en cruce difícil las serranías del Rahue, esquivando las tierras hostiles del Cacique Cotón. Por fin, llega a las costas del Aluminé ocupadas por la gente del poderoso Cacique Cutan, el valle que va de Rahue a Aluminé y se prolonga en las serranías de Ruca Choroy: Después de hacer noche en los primeros ranchos “caminamos por este valle de cután con igual travajo de nieves malos para despeñaderos y á pié porque sin gente ni caballos apenas podíamos ir sueltos dos leguas y á las dos de la tarde llegamos donde estava el cacique cutan con asta veinte Indios que nos recibieron y agazajaron en cuatro casas que allí havia…”. “Aquí nos hallamos con Don Gerónimo solos treinta soldados con que pasó al valle de cutan con guias que dió este cacique Chillen y con mucho travajo por ser ya principio de mayo y estar cerradas las cordilleras con ordinarios temporales pasamos milagrosamente pues estuvo en poco no perecer todos y a las cuatro leguas en una quebrada en lo alto de la cordillera…”.
Habitantes del “Cután”
Así se describen en la Crónica ordenada por Cabrera al “sargento Perez” las maravillas y opulencia de los habitantes de Cután, a quien Cabrera identifica como “beliches”, donde “…tienen hecha su poblacion los Indios de Chile y muchas crias de ganados yeguas y ovejas y carneros de castilla y de la tierra y trigo y cebada y alberxas y lentexas y havas y madi [maíz] que es otra semilla de aquel reino grandes árboles de pinares [Araucaria o Pehuén] y el trigo estaba recojido en silos que estaba segado y habian muchas chacaras por segar y en lomas alto de las caderas de aquellas cordilleras tenian los dichos trigos y barbechos de trigo y cevada y muchas papas por cojer y todo el campo estaba lleno de frutillares …”. No era una sola congregación tipo pueblo o ciudades españolas de Chile, sino dispersas pero dependientes de Cutan. Un testigo informa que “…. halló treinta y cinco casas poco mas ó menos en el discurso de las dichas cuatro leguas no en forma de pueblo sino apartadas unas de otras á dos cuadras y á una, en arroyuelos que bajaban de lo alto de aquella cordillera … y en las casas havia pocos Indios y muchas Indias …”. Todas muy bien provistas y surtidas, preparadas con “carne de baca, caballos, carneros y obejas y mucha chicha”, con campos intermedios abundantes de “frutillares y pinales”.
Destacado espacio de las observaciones del viaje de Cabrera, merecen las referencias al alimento principal observado entre los “beliches”, el piñón fruto de la Araucaria araucana, Pehuen, del que toman su nombre los primeros pueblos originarios del Neuquén, los Pehuenches. Otros viajeros y exploradores darán luego amplias referencias a este alimento ancestral, junto con los bosques de manzanos. Seguramente las tierras de Cutan abarcaban una muy extensa superficie de este milenario árbol de la Cordillera chilena y del Neuquén, abarcando desde las costas del Chachil hasta Quillén, Ruca Choroy, Pulmarí, Moquehue. Esta superficie se vio muy reducida durante el tiempo que duró en Neuquén la extracción indiscriminada de grandes superficies de bosques, hasta los años 60/70. Llama la atención de los expedicionarios el porte grandioso de estos árboles y sobre todo sus piñones como principal alimento de subsistencia. Y describen la curiosa forma de conservación, en “silos” ya que no se observan en las casas sino apartada de la vivienda común, “enterrada y cuvierta en silos que la necesidad de algunos soldados descubrió”. Por otro testimonio posterior, en un juicio a un indio sureño en Córdoba, se confirma esta manera original de conservar los piñones en silos húmedos o simples pozos con mucha humedad. “…las comidas en silos como lo tienen los Indios de guerra en el estado de Arauco ocultas para que los españoles no se aprovechen de ellas ni las hallen para quitárselas…”. Esta técnica y recurso de conservación de alimentos en la Araucanía en “silos subterráneos” ya era con conocida por los españoles y merece un capítulo especial de las guerras de Arauco: “A lo largo de los primeros cincuenta años de la Guerra de Arauco, la guerra de los silos representó una parte importante de la actividad bélica en general. Tanto Indígenas como españoles habían desarrollado técnicas, los primeros para ocultar sus reservas y acceder luego a ellas, mientras se movían en el espacio, y los segundos para hallar los escondrijos y saquearlos o destruirlos. Por ejemplo, se ha testimoniado el incendio de sus viviendas provocado por los Nativos para que restos y cenizas cubrieran e invisibilizaran los silos construidos en su interior, con reservas de trigo, cebada y maíz”.
Lo mismo que extensamente describe Diego de Rosales: “…en los riscos y nieves de la cordillera cogen sus trigos y zebadas en abundancia los Pegüenches, aunque son poco labradores y con muy poco que siembran se contenta, atenidos a la grande abundancia de Piñones…Porque de entre las peñas y la nieve salen unos altísimos pinos que dan unos piñones del tamaño de las vellotas, de que encierran gran cantidad, y dellos hazen pan para comer y chicha para beber y los generos de guisados que quieren. Consérvanse cuatro o cinco años frescos como el primer día metidos en silos de agua…La zebada la siembran antes de que comience a nevar y pequeñita y cubren montes altísimos de nieve y se está debajo della los seis y ocho meses, y en aviéndose derretido la nieve, que le da el sol, sube con gran pujanza y madura al tiempo que la otra que se siembra donde no ay nieve.”
En años recientes, el “lengua” Damasio Caitruz de Ruca Choroy abundará en los beneficios y riqueza de poder contar con los piñones como alimento básico y sustento milenario. “Con el piñón se hace torta, pan al rescoldo, locro, se hacen muchas cosas; es lo mesmo que la harina, que proviene del trigo. Con el piñón se hace el ñaco. Se tuesta y se muele con la piedra de moler. El piñón se junta de marzo adelante. Cuando hay piñones, buena cosecha de piñones, acá, es la América que tenemos nosotros en esta cordillera, porque con piñones se hace pan, se hace locro, se hace ñaco y se hacen muchas cosas; es lo mesmo que tener cincuenta bolsas de trigo. El piñón es así. Hay que hacer posible, hay que hacer todo lo que pueda, hay que hacer. Cuando hay piñones hay que hacer posible de juntar”. «Para bajarlos del árbol se emplea un lazo. Hay que tener un lazo muy largo. Se pone un dispositivo semejante a una bolita en la punta, se lanza a la copa del árbol cuando hay varias cabecitas de piñones rotas, se hace un cimbrón y los piñones caen; las señoras y las chicas «meta recoger». Es muy bonito. Si junto cien bolsas de piñones, mejor todavía. De marzo para adelante hay que hacer el empeño. Para conservar hay que enterrarlo, si es posible, para que se conserve más, en un agua corriente”. «Chomé es para que se seque, hay que hacerlos como collar, con un hilo y pasar con una áujita, pero que ande rápido para que esos piñones se conserven; pueden estar hasta dos o tres años”.
La cosecha y utilización del piñón es toda una práctica cultural de trabajo familiar que culmina como bebida y elemento base de la máxima ceremonia religiosa comunitaria, el Nguillatún. «De piñones se mezcla un poco de muday o chavid, que es una bebida como la cerveza. Es una cosa muy rica y alimenticia. El chavid hay que molerlo, para no mentirle diré que hay que «mascarlo», pero hay que cuadrar bien la boca, que no lo haga una vieja desmuelada porque no queda bien. Una niña joven que tenga los dientes y las muelas sanitos, es quien tiene que hacerlo. Luego se coloca en una batea o una palangana, hay que revolverlo bien y hacerlo hervir, dejándolo hasta que forme dulcecito. Es como cerveza. Se toma en el Nguillattín-nguellipun. Hay que preparar. Porque ése es el alimento que tenemos nosotros acá. Y con él tenemos que rogar”.
Una propiedad casi desconocida, por muy recientes estudios del piñón de la Araucaria es que es un alimento sin TAC y por tanto apropiado y aconsejado como alternativa para celíacos en forma de harina para pan, los vernáculos catutos y variadas recetas gastronómicas (alfajores, bombones, licores, cerveza). Como curiosidad personal pude observar en reuniones escolares de Carri Lil y Ruca Choroy, algunas madres con hijos lactantes llevando en una bolsita “piñones verdes”. Luego supe que hacen bajar de las araucarias las piñas aún verdes (enero/febrero) y separan los piñones en formación. En ese estadio de crianza, los piñones tienen una consistencia muy tierna, gelatinosa y un sabor neutro a dulzón, protegidos por una cáscara blanda pero consistente. Cada tanto, disimulando, los sacaban, y pelándolos los llevaban a la boca, lo masticaban despaciosamente durante un largo rato y terminaban dándoselo a sus hijos “boca a boca”, como una papilla lechosa. No encontré otras observaciones sobre esta práctica, si es habitual o que haya sido algo casual. O quizá esta “leche de Pehuén” (¿?) sea una receta ancestral, secreta, no difundida, con gran poder alimenticio, al estilo de la legendaria “leche de paloma”. Como pudo observar Cabrera y exploradores posteriores también, si las manzanas dieron nombre al gran Cacique Sahihueque y su legendario “País de las Manzanas”, el piñón dio nombre señalado a toda una nación abarcativa del Neuquén y cordillera chilena, la Pehuenia Mapu del Pueblo Pehuenche. “Gracias a Dios que hay piñones acá. Con piñones nos sostenemos. Si no hubiera piñones, los habitantes de esta cordillera no sé en qué forma nos dejaría nuestro Dios”.
El error de enemistarse con Chilleu
Volviendo a Cabrera, estacionado en Cutan y no pudiendo cruzar a Villarica, no logra controlar sus ambiciones y apuro, sintiéndose cerca de la esquiva Ciudad de los Césares y comete el error de enemistarse con el Cacique Chilleu y caciquillos subalternos a quienes toma prisioneros como garantía de que no lo ataquen. Ante esto Chilleu comienza a movilizar los caciques amigos, incluidos los del poderoso Aillarehue de Villarica y Osorno ante la sospechosa presencia de Cabrera y su gente en plena cordillera, difundiendo que habían venido a maloquearlos, haciéndoles la guerra. Según su milenaria tradición guerrera, ya habían hecho “correr la flecha” (su método de comunicarse entre caciques aliados alistándolos para un inminente “malón”); quedó advertido que si permanecía en sus tierras, en menos de treinta días conseguirían reunir de seis a siete mil guerreros decididos a rechazar la maloca que ls traían los “españoles a su tierra y que le enviasen gente…y fue corriendo la flecha que es la señal para que fuese gente». Aún así, Cabrera quiere llegar a Villarica, por el valle de Ruca Choroy, pero desiste al enterarse que los beliches en armas tenían controlado el paso “.. con hasta cien Indios que pudieron juntar en aquel espacio”.
Ruca Choroy fue el punto extremo al que llegó la expedición como describe Sanchez Labrador: «Aviendo con tantas prevenciones hecho camino cosa de 200 Leguas, llegó á un sitio llamado Rucachoroguen, en que hizo alto toda la tropa. Acampados con buen orden los Españoles vieron venir sobre sí como cinco mil Indios guerreros escogidos de distintas parcialidades…y se vio obligado D.n Jerónimo á retirarse y desistir de la conquista». Todo suma para esta decisión; primero por las hostilidades que se le avecinan y extienden el malestar entre los “beliches” y segundo y fundamental porque constata que mientras él va hacia el Oeste en busca de la Ciudad de los Césares, los españoles de Chile avanzan hacia el Este buscándola también. Y en el medio…¡no hay nada!. Como él ya había atravesado ese Este desde Córdoba sin encontrarla, decide que es inútil seguir, que la ciudad no existe ni son Incas perdidos y que lo mejor es emprender la retirada. “…. se desengañaron de que no era aquella gente la que buscavan y que el haverles dicho los Indios que eran españoles fué porque el traje era de españoles segun las armas y cavallos que tenian y muchos de ellos vestidos de españoles …”. Este desengaño, mas los ataques sorpresa de los naturales lo deciden a emprender la retirada. “En una ocasión cercaron el campamento y con singular denuedo se lanzaron al asalto. Cabrera sacó al campo sus cordobeses y á lanzadas hizo retirar á la chusma enemiga; pero cansados los caballos y algunos soldados heridos, mandó Cabrera retirarse junto á las pocas carretas que quedaban, para curar los heridos y dar de comer á los caballos. Estando así atrincherados, volvieron á cargar los indios en tanto número y con tanta osadía, que no hubo más remedio que salir á pelearlos otra vez. Como eran pocos los arcabuces, Cabrera imaginó hacer de un cuero de vaca una como trinchera y llevarle por delante para defensa de cada arcabucero. Al mismo tiempo hizo poner á algunos caballos los «guardamontes» tucumanos, ó sea unos faldones de cuero crudo puesto al pecho del animal para resguardar las piernas del jinete de la maleza del monte. Salió, pues, la reducida manga de arcabuceros y el pequeño escuadrón, que por todos serían siete de á pie y ocho de á caballo, á contener la avalancha del enemigo, y acercándose, disparaban los arcabuces por las troneras del cuero de vaca. Hacía cada tiro grande estrago por ser grande el montón del enemigo”.
De nada valieron estas invenciones de defensa, incluso utilizando los famosos “guardamontes” tucumanos de cuero crudo de vaca como defensa de piernas y pecho del caballo. Se suma el “arto frigido invierno” y las nieves inoportunas que le cierran las pasos de Ruca Choroy, y las extremas heladas desconocidas por sus soldados andaluces y cordobeses mediterráneos que enflaquecen los caballos. Todo esto, más la pérdida de 16 hombres de la expedición en ataques de los indios, solivianta el espíritu de los soldados y jefes que lo acompañan, quienes razonan con desaire y malhumor ante Cabrera, “ … diciendo no se havian obligado ni los podian obligar á hacer la guerra de Chile sino al descubrimiento de los césares …”. O sea, si no hay oro, a lo que venimos, “nos volvamos ya, Negrazón”. Decisión muy cordobesa!.
Ante esta rebelión y desencanto, Cabrera decide liberar los caciques prisioneros que le da un poco de tiempo y sosiego y emprender la retirada hasta donde había dejado las carretas y los demás expedicionarios, en las nacientes del Picún Leufú. Regresa sin la gloria de la Ciudad de los Césares y lamentando en los entreveros de Cutan, los hombres muertos y el sentido robo “de su mejor caballo ensillado con sus codiciados pellones”. Allí se despide de su amigo Chilleu -a pesar de todo lo pasado entre ellos- y sin mayores trámites ni datos escritos, las crónicas registran que “Cabrera abandonó la empresa y regresó a Río Cuarto”.
El fracaso de esta expedición desanimó a la gente del Río de la Plata para seguir buscando los Césares de la Patagonia. «Las ocupaciones resfriaron los favores —escribe elegantemente el P. Rosales— y desde aquel tiempo no ha dado aquella tierra otro D. Jerónimo Luis de Cabrera que los encienda.». Vuelto a su Córdoba de la Cañada, y al “Imperio” del Río Cuarto, Jerónimo Luis de Cabrera, nieto, proseguiría su carrera de funcionario todo terreno con cargos en distintas ciudades en formación del Virreinato del Río de la Plata. “En 1640 es nombrado Lugarteniente General de la provincia del Tucumán; y en año 1641, Gobernador del Río de la Plata”. Muere de cáncer a la garganta, en la misma ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía, la de su abuelo, el 18 de Junio de 1662. Cabrera, fue el último de tantos ilusionados con los tesoros de los Césares. “El desierto, con su boca de pavor, se fue devorando la gente”. Y a lo largo de los siglos, que aun alberga soñadores cesáreos, seguro que “Yungulo, desde los confines del país de las estrellas se debe de estar sonriendo todavía”.
Este poco conocido y estudiado viaje de Gerónimo Luis de Cabrera, nieto, “condujo la última expedición que partió en busca de los Césares desde la vertiente oriental de la cordillera de los Andes. Con la expedición de 1620-21 se cierra un ciclo, ya que nunca más se intentó ubicar a los Césares por tierra. [las fechas cambian según los autores] Al identificar a las poblaciones que habitaban en la cordillera entre los 39° y los 41° de latitud sur, se terminó el interés por su búsqueda”. Esta expedición, aunque frustrada en su principal objetivo es de sumo valor en sus descripciones y detalles operativos, pero principalmente porque habla de la existencia de numerosas poblaciones nativas en el este y sur del Neuquén, anteriores o contemporánea de la llamada “araucanización de las pampas”. Distinta a las conocidas comunidades pampeanas y distintas a las descriptas para Chile en la misma época, tanto en idioma -que ya se va perdiendo absorbido por el madungun- como en el nombre, “beliches”. Y aunque independientes, son comunidades muy relacionadas con los identificados durante muchos siglos como araucanos en Neuquén (tehuelches, picunches, pehuenches, huilliches, beliches) y mapuches en Chile (picunches, araucanos, lafquenches, pehuenches, beliches). El misionero Luis de Valdivia (+1654) fue el primero en poner por escrito un nombre para identificar a los habitantes naturales que encontraba en su tarea y los identificó como se autonombraban: “Reche”, (Che: gente Re: auténtica). Lo mismo que por esa época, en Neuquén, constataba Cabrera identificándolos como “beliche”, que precisamente en mapuzungun quiere decir: gente verdadera, de v/belei, feley=ser así, ser verdadero. De aquellos “Reche/Beliche” originarios, nunca sabremos su nombre como pueblos o nación (si las hubo) o sólo fueron grupos o Cacicazgos de la Meli Witran Mapu (Cuatro regiones de la tierra): Puel Mapú, (Este), Picun Mapu, (Norte), Lafken Mapu, (Costa o mar), Willi Mapu (Sur).
La “invasión” de hace 400 años
Y aquí termina la contada de esta primera invasión cordobesa al Neuquén profundo y cordillerano, desconocida y cuatricentenaria, dice Isidro Belver. Incluso para los historiadores chilenos, con manuscritos inéditos aún para revolver con otras sorpresas seguramente, en la Biblioteca Nacional de Chile. Nada ha quedado de los nombres de aquellas descripciones que fue identificando Cabrera.
Es el primer explorador que entra al territorio neuquino por el Este, deleitándonos con las precisas descripciones que hace del valle de Cután hoy la región colindante del Aluminé, profusamente poblada, con habitantes crianceros, ganaderos, agricultores, recolectores de piñones, industriosos en sus silos subterráneos; y aunque no eran los “inkas perdidos del pirú” los encuentra “lavradores y vestidos”. Muy relacionados e involucrados con los aillarehues trasandinos, dispuestos a sumarse a las guerras al español, algo insólito y llamativo para la imagen que se tenía de los naturales de las cordilleras neuquinas.
La Historia aún sigue manteniendo apenas vagas referencias de estos expedicionarios “que sobrepasaron en su viaje, de ida y vuelta, los 2.000 kilómetros de recorrido. Y si al volver los exploradores a sus lares contaron maravillas del espectáculo de esa naturaleza imponente, que debió sobrecogerlos más de una vez, el relato verídico de ningún modo servía para disimular el desencanto de no haber entrevisto ni siquiera vestigios, el espejismo tan solo, de la codiciada ciudad de los Césares”, Trapalanda, que quedó en la difusa leyenda.
«Quizá esta reseña, responda a una siempre aflorante disquisición de derechos de “pioneros sí, pioneros no” que cada tanto resurge para discutir si Neuquén era un desierto o era una suma de parcialidades indígenas, -hoy legalmente “originarios” para no ofender, dicen. No queda duda que eran numerosas comunidades desarrolladas, “vestidas”, autosuficientes y eficaces en su mundo cambiante y sumamente relacionadas con sus vecinos, de ambos lados de la Cordillera andina, tanto en las paces como en las guerras intertribales. Con los nombres que fueron recibiendo (pehuenches, picunches, huilliches, moluches, tehuelches, beliches), hoy se quieren englobar con el étnico “mapuche”, presente y vivo en Chile; anacrónico y autoimpuesto en Neuquén. Para cortar con esta indefinición de los nombres que se pretende dar a la totalidad de los originarios o nativos, (“nuestros paisanos los indios”; paisano, de país, de tierra, de nación), sin ofender ni ofenderse, y sin hacer de la historia una causa “reivindicativa mediática”, sería oportuno reivindicar su auto nombramiento primitivo, “sociedad, pueblo, nación Reche”, que rescatan los primeros observadores y escritores del 1600. “Autodefinidos como “Reche” o “gente verdadera o pura” en lengua mapuzungun, hasta mediados del siglo XVII. Fecha a partir de la cual se encuentran los primeros registros que hablan de un nuevo colectivo identitario, bajo el nombre de “Mapuches”. Tanto el término Mapuche como Araucano o denominaciones sociográficas son nombres impuestos por el español conquistador, con distintos grados de aceptación o preferencia. “Las tribus tenían distintas denominaciones según la tierra que habitaban, Picunches en el norte, Pehuenches en el centro, Huilliches en el sur, Puelches y Pehuenches en el este. Estos topónimos han sido históricamente utilizados como gentilicios, al punto de tratarlos como grupos étnicos diferentes, pese a que su movilidad, su idioma, religión y economía eran similares en algunos aspectos y complementarios en otros. Pero cada una, por separado, difícilmente cumple con las características necesarias para constituir una unidad singular o grupo étnico”.
«Una discusión sobre el nombre antepuesto al genérico che, (picún, pehuén, willi, molu, tehuel, beli) que se filtra en la vida diaria de quienes se preguntan sobre el poblamiento originario del Neuquén. Se pretende identificarlos con nombres que no se comparten plenamente, por los mensajes militantes anacrónicos del presente, que se pretenden incorporar al léxico mental del pasado. Como propone el investigador Juan Francisco Jimenez, el descubridor del famoso documento perdido de la expedición de Cabrera: “Aunque sea mucho lo que aún nos falta conocer, un análisis futuro más extenso y prolijo despojado de preconceptos y estereotipos y su proyección a otras áreas de estudio, abriendo nuestra percepción y echando mano a nuevos elementos conceptuales –que surgirán tan pronto como se cambie la perspectiva que ha persistido hasta el momento– promoverá una veloz superación de posiciones en beneficio de una interpretación más adecuada de la historia de los Pueblos Nativos de la región”.
Qué vio Cabrera
En palabras de Ciro Bayo (Los Césares de la Patagonia -1913) a 400 años de la expedición de Cabrera, el viajero moderno “cruzará sobre puentes los mismos ríos que vadearon á caballo Hernandarias y Cabrera; atravesará, en alas del tren, las dilatadas pampas por las que fue predicando Mascardi; y llegado que haya á los valles subandinos, el viento le traerá el acre olor de las pomaredas que plantaron los antiguos colonos de Osorno y Villarrica y esquilmaban los indios manzaneros”. Cualquiera que conozca o recorra hoy la zona del Aluminé y Ruca Choroy, podrá confirmar la certeza y precisiones paisajística de estas antiguas descripciones de la expedición de Cabrera y apreciar que aquellos “de los yngas del piru que se huyeron y se fueron allí”, siguen representados por sus nobles actuales pobladores, “labradores y vestidos de españoles”. Pero que, pasados los siglos, tristemente los describirá Francisco Pascasio Moreno, apenas iniciado el “civilizado” Territorio del Neuquén, dolido por la visión que le impacta en el Campamento Ñorquín al ver «… su decadencia y desaparición, no ante la civilización, que ya la tenían en las mismas condiciones que el actual habitante de esas campañas, pero si ante el Remington”.
Una preciosa ambientación de este mítico y olvidado viaje de Cabrera, fundacional para la historia cultural del Neuquén, debería complementarse con la difusión de la gran obra del cineasta Jorge Prelorán “Araucanos de Ruca Choroy” (1969). Por siempre actual y vigente, con las sabias palabras de fondo, desde los siglos, de Don Damasio Caitruz que nos transporta a aquel legendario “Rucachoroguen”. Así era hace 400 años el aún no bautizado Neuquén, con el que el Adelantado Cordobés Jerónimo Luis de Cabrera, nieto, entra impensadamente en la galería de “Pioneros Neuquinos” y “Adelantado del Cutan”.-
Dice el autor: por si alguien se interesa en estos documentos, y otros y quiere poner en valor algún recordatorio por estos 400 años, los puede encontrar en “Neuquenianas” de Neuteca200:
* “Encomenderos arruinados, Incas fugitivos, Beliches y Corsarios Holandeses, Los orígenes de la Expedición en búsqueda de los Césares de Jerónimo Luis de Cabrera (1620-1621)” de Juan Francisco Jimenez
* “La Ruta de Cabrera en busca de los Césares”, de Carlos Dello Mattia y Norberto Mollo.
* “Malocas, misioneros, piñones y agricultura en tierras de los pehuenches (Aluminé, siglo XVII)”. Jiménez, Juan Francisco y Villar, Daniel.
* Dinámica histórica de un espacio cordillerano norpatagónico: de las primeras sociedades indígenas a los últimos cacicatos – Gladys Varela – Carla Manara
* Cruzando la cordillera, la frontera argentino chilena como espacio social – Libro de Susana Bandieri – Martha Bettis – Carla Manara y otros – Liberado en PDF
* Introducción, estudio preliminar y transcripción paleográfica de Gerónimo Luis de Cabrera, Relaciones de la jornada a los Césares (1625). Oscar Roscar R. Nocetti y Lucio B. Mir: Santa Rosa (Argentina): Amerindia, 2000. Pedro Navarro Floria 2003 (Inhallable)
* Los Césares de la Patagonia (Leyenda áurea del Nuevo Mundo) (1913) de Ciro Bayo Capítulo VII
* «Seguros de no verse con necesidad de bastimentos»: violencia interétnica y manejo de recursos silvestres y domésticos en Tierras de los Pehuenches (Aluminé, siglo XVII) 1 Daniel VILLAR y Juan Francisco JIMÉNEZ
* Sociedades Originarias Patagonia –pasado y presente– Alberto F. Perez – Fundación Azara – 2014.
* Neuquén, Historia Geografía Toponimia – Gregorio Alvarez 1982
Además de las tradicionales obras de autores neuquinos o patagónicos y espigando libremente en internet, que los hay los hay.
Isidro Belver, Huinganco –Junio 2021- belverisi@gmail.com