Esta crónica relata dos historias distintas pero paralelas en el tiempo, que tienen en común el mismo afán por el desarrollo de proyectos privados de navegación comercial en aguas del río Negro, uniendo Viedma y Carmen de Patagones con el Alto Valle. Las dos iniciativas transcurrieron en la década del ’30 del siglo pasado, y fracasaron por una mezcla de problemas mecánicos y financieros, envueltos en accidentes náuticos de proporciones importantes.
Hacia 1932 llegó a Río Negro un enigmático caballero llamado Justo José Querel , con título de ingeniero; que en 1937 fabricó el prototipo de una fantástica nave que, según anunciaba, podía deslizarse sobre las aguas del río Negro a 200 kilómetros por hora.
En ese mismo año dos hombres nacidos en Carmen de Patagones, los hermanos Francisco y Valerio Jalabert, reflotaron el Tehuelche, un lanchón que se había usado en las obras constructivas del puente ferrocarretero y después convirtieron en buque carguero para transportes generales.
El deslizador de Querel voló por los aires, tras una explosión sin víctimas; el barco de los Jalabert estuvo a punto de hundirse en el mar, muriendo ahogados el capitán y cuatro marineros. La tragedia marcó el final de ambos proyectos.
Querel y un sueño veloz
José Querel nació en Rosario en los últimos años del siglo 19 y aparece radicado con su familia en Tornquist, provincia de Buenos Aires hacia la década del 20. De allí pasa a Bahía Blanca donde se dedica a la construcción, al frente de su propia empresa. En esa ciudad ejecuta un par de edificios públicos de gran importancia: la Biblioteca Pública Bernardino Rivadavia y el Palacio de Tribunales.
También fue el constructor, en calidad de sub contratista según parece, de la sede de la llamada Sociedad Sportiva de Bahía Blanca, sobre la avenida Alem, hoy Club Universitario. El proyecto arquitectónico y la dirección de obra estaban a cargo del ingeniero Adalberto Torcuato Pagano, quien a partir de 1932 y durante una década sería gobernador del Territorio de Río Negro.
Tal vez por esa relación Querel aparece en General Roca pocos años después. Según su hija, Isabel Ubalda Querel (entrevista de Mario Minervino en La Nueva Provincia, 30 de enero de 2005) su padre se radicó en el Alto Valle para construir unas bodegas. El historiador Pablo Fermín Oreja (en su libro “La provincia perdida y otros recuerdos”) dice que “a comienzos de los años 30 recuerdo que circulaba por las calles de General Roca un extraño y potente vehículo, carrozado totalmente en aluminio, accionado por un potente motor Lincoln, con un escape estruendoso que conmovía la calma pueblerina de esos años.”
“Al volante del fantástico automotor iba su propietario y diseñador, el ingeniero Justo José Querel, que había llegado de Bahía Blanca. Era un personaje tan original como su vehículo, alto, de facciones duras, con un sombrero aludo, como de la policía montada, breeches, botas deslumbrantes, chaqueta de gabardina y medallas y fetiches colgados de sus bolsillos y cintura” agrega.
Oreja apunta después que “este señor, que conmovió bien pronto el ambiente local, era amigo del entonces gobernador del territorio ingeniero Adalberto Pagano, y estaba intentando imponer para la navegación regular del río Negro un modelo de barcaza autopropulsada, de su invención, con flotadores.”
La hija del emprendedor dijo también (en la citada entrevista) que el gobernador Pagano le consiguió a Querel una audiencia con el presidente de la Nación, el general Agustín Pedro Justo, para pedirle respaldo económico al proyecto.
Un suelto del diario La Nueva Provincia nos indica que los astilleros de Querel fueron inaugurados en Viedma en diciembre de 1936. El vecino José Pappático asegura que “estaban en el mismo sitio en donde hoy se ubica el muelle de cemento, en la intersección de Colón y Costanera; yo era un chico y con los amigos nos acercábamos a curiosear”.
La noticia de la construcción de la extraña nave y una breve descripción de sus características las encontramos en un recorte del semanario “La Nueva Era” en su edición del 24 de julio de 1937. El título dice que “En los astilleros de Viedma ha quedado terminada la construcción del deslizador de la compañía Querel”.
La nota puntualiza que “en los primeros días de la semana en curso quedó terminada en los astilleros de Viedma la construcción del primer deslizador a propulsión aérea para la explotación del transporte de pasajeros y cargas generales del río Negro”.
Agrega que “la nueva embarcación que lleva el nombre de General San Martín tiene capacidad para 15 pasajeros y una tonelada de carga y correo. Es un tipo llamado a contribuir, como lo son los pronósticos de la compañía, al mejoramiento general de las vías fluviales de comunicación de la República.”
El artículo del periódico “La Nueva Era” explica algunos aspectos de la curiosa embarcación diseñada por el exótico señor Querel. Dice que “su estabilidad absoluta le permitirá afrontar con éxito las corrientes de los ríos Negro y Limay, aún en los períodos del año en que culminan sus dificultades por sus remolinos, especialmente en la confluencia de ambos ríos”.
La crónica terminaba anunciando que “la ceremonia de bendición del primer deslizador a propulsión aérea construido en los astilleros de Viedma se efectuará en la entrante semana. Más tarde se fijará la fecha en que la mencionada embarcación hará su viaje inaugural.”
En otro recorte, de la revista “La Brújula” (se ignora en donde se publicaba) de noviembre de 1937 se publican otros aspectos del emprendimiento. “En las aguas del río Negro ha sido probado con éxito por su inventor, el ingeniero Justo José Querel, un aparato deslizador que viene a resolver el problema de la navegación en los ríos argentinos de corrientes rápidas y de escaso tirante de agua, como lo son en especial el Bermejo, el Pilcomayo, el Santa Cruz y el mismo río Negro”.
Más adelante reseña que “después de tres años (de pruebas) el ingeniero Querel, ante la presencia del gobernador de Río Negro (el ingeniero Adalberto Pagano), de las altas autoridades y de autoridades técnicas, lanzó a las aguas del río Negro un gran aparato deslizador perfeccionado, que mereció la admiración de los entendidos en la materia, después que estos realizaran un viaje a bordo de la embarcación”.
El mismo artículo aporta datos técnicos, como que la nave podía alcanzar los 200 kilómetros por hora y le alcanzaban para navegar apenas 15 centímetros de profundidad en el agua; equipada con casco de hierro, laterales y carrocería de aluminio; y una planta propulsora de uno a cuatro motores de avión con hélices por arriba de la superficie del río.
No se pudieron encontrar más datos, pero todo indica que el proyecto fracasó, porque no aparecen en tiempos posteriores referencias periodísticas. Según Isabel Ubalda Querel la futurista nave de su padre chocó contra intereses empresarios y no pudo desarrollarse, quedando aparentemente sólo con la construcción del prototipo inicial. Pero este cronista recogió, hace unos 15 años, el testimonio de un memorioso vecino viedmense, José Scalesi, quien aseguró que “el deslizador explotó en el río y no se pudo usar más“.
Los rastros de Justo José Querel se perdieron como se pierden sobre el río las ondas que levantan las embarcaciones. Sabemos que murió en Buenos Aires el seis de abril de 1957. Se dedicaba en ese entonces a la elaboración de medicamentos sobre la base de hierbas de la región patagónica, después de haber estudiado un tiempo el conocimiento indígena de la herboristería. Una vida singular la de este hombre, construyó formidables edificios, diseñó una nave extraordinaria y terminó mezclando yuyos para hacer remedios e infusiones.
Los Jalabert a todo motor diesel
El apellido Jalabert, de clara prosapia francesa, apareció en Carmen de Patagones hacia 1880. Lo trajo Francois Marie Germán Jalabert, precursor de múltiples actividades económicas que apostó a la navegación comercial del río Negro, se dedicó al acopio de los llamados frutos del país y como legítimo “bon vivant” construyó un exquisito chalet enfrente del río; y además dicen que trajo a la zona el primer auto con motor a explosión.
Francois (sencillamente Francisco en estas tierras que adoptó como suyas) tenía 26 años cuando el 15 de abril de 1886 se casó con una joven de Patagones siete años menor que él: Demetria Rial, descendiente una familia fundadora.
Desde Europa hizo traer los materiales para construir una mansión de muchas habitaciones, colgada sobre la barranca en un sitio que era por entonces (hacia 1890) un absoluto descampado, casi media legua río arriba del muelle. La casona tenía sistema de agua corriente y cloacas, los artefactos sanitarios eran esmaltados en color y había costosos revestimientos en madera en las paredes.
Francisco Jalabert progresó con empeño y trabajo. Para asegurarse una mayor rentabilidad en el negocio de la venta de lanas, cueros, pieles y plumas necesitaba contar con su propio medio de transporte fluvial y marítimo. Así fue que compró en Alemania un vapor bautizado “Spoir”, que trajo desarmado en tres piezas flotantes.
No estaba en los cálculos del emprendedor francés que el calado de más de un metro y medio de la embarcación tornaría casi imposible su navegación aguas arriba del río Negro. El buque no rindió lo esperado y pronto fue desguazado, para su venta como chatarra.
El fundador de la dinastía murió en Patagones, a los 81 años en 1940, pero sus hijos varones Francisco y Valerio heredaron su espíritu empresario y afecto por la navegación. Hacia 1935 compraron en la suma de 1.500 pesos el lanchón “Tehuelche” que, después de ser traído desde la zona del Alto Valle donde cargaba bordalesas de vino, había estado afectado como apoyo a la formidable obra de construcción del puente ferrocarretero entre Carmen de Patagones y Viedma.
Durante dos años se realizaron trabajos de reparación, instalando dos motores diesel de 60 caballos. El reflotamiento del Tehuelche fue un gran acontecimiento, tal como lo reflejó “La Nueva Provincia” en las páginas de su edición del 15 de diciembre de 1937. La crónica señalaba que el acto, realizado en el muelle de Viedma, “alcanzó las más destacadas proporciones y la presencia de las autoridades de Patagones y Viedma le dio mayor realce”.
Unos cuantos años más tarde, en una entrevista para el mismo diario bahiense, el 2 de marzo de 1977, Valerio Jalabert recordaba que “el Tehuelche era ideal para navegar el río Negro” y que los viajes se hicieron primero hasta General Conesa, pero después llegaron hasta Choele Choel, el Alto Valle y la Confluencia.
Francisco fue habilitado por la Prefectura como conductor de motores marinos de combustión interna y estuvo muchos meses embarcado en el lanchón.
Sin embargo este nuevo emprendimiento naviero tampoco tuvo éxito. Una de las explicaciones del fracaso pudo ser la fuerte competencia en tarifas que planteaba la flota de chatas del Ministerio de Obras Públicas, a las que se ha hecho amplia referencia en una nota anterior de este mismo portal.
Hacia fines de 1942 la sociedad de hermanos se disolvió y Francisco José quedó solo al frente de la empresa. A mediados de 1944 el Tehuelche navegó por última vez las aguas del río Negro, entre Allen y Patagones. Ya estaba decidida su venta y el traslado hacia el río Paraná, en donde el nuevo propietario lo afectaría a la carga de frutas a granel.
Martha Jalabert, hija de Francisco y nieta de Francois, escribió un detallado relato sobre aquel último viaje, donde describe cuando el lanchón quedó encallado por falta de agua en cercanías de Choele Choel y el posterior esfuerzo de varios caballos percherones que tirando con cables de acero desde la costa pudieron zafar a la nave de su varadura.
“Ya arribados a Patagones hubo que colocar el barco en tierra para reforzarlo por abajo, porque iba a salir al mar. Papá lo había vendido, frustrada su idea de que el río era la vía natural para la salida del vino y de la fruta del Alto Valle” añadió la cronista familiar.
Durante el viaje hacia Buenos Aires por mar, a la altura de la isla Ariadna, al sur de Bahía Blanca, el Tehuelche enfrentó una fuerte tormenta y quedó al garete, con el timón roto. El capitán, Juan Pablo Ferrari, dio la orden de abandonar el barco, temiendo que se hundiera.
Dos tripulantes decidieron permanecer en el Tehuelche, en tanto Ferrari y seis marineros saltaron al bote salvavidas. En medio de la marejada la embarcación menor se dio vuelta y perecieron ahogados el propio capitán y cuatro miembros de la tripulación.
De la edición del periódico “La Nueva Era” del cinco de agosto de 1944 se extrajeron estos fragmentos de la completa crónica del desgraciado hecho, donde cuatro de los nueve tripulantes lograron sobrevivir.
“Perdura aún en el ambiente la dolorosa sorpresa provocada por el episodio del lanchón Tehuelche que sufriera un grave accidente dos días después de haber zarpado de Patagones rumbo a Buenos Aires”.
“Puede decirse que Patagones ha vivido desde entonces horas de profunda emoción (…) y se justificaba ese sentimiento dado que dos de los tripulantes de la frágil embarcación –Carmelo Ursino y Francisco Melluso- eran, y el primero de ellos sigue siéndolo, laboriosos vecinos de este pueblo”.
“Por otra parte otros tripulantes eran viejos conocidos como el propio capitán del Tehuelche, don Juan Pablo Ferrari, que visitara Patagones en diversas oportunidades como capitán del vapor Sarandi (…) un viejo y valiente marino, contaba con 23 años de servicio y 48 de edad, era casado y se domiciliaba en Buenos Aires. No se concibe por tanto el grave error que se le atribuye al hacer abandonar, en forma precipitada, al lanchón. Quizá ha habido en este triste episodio mucho de fatalidad, pues de no haber mediado el inesperado vuelco del bote en el que se habían embarcado siete de los nueve tripulantes con toda seguridad que todo se habría reducido a una situación no exenta de emoción y peligro”.
Francisco Jalabert viajó después la isla Ariadna, recuperó el lanchón y lo llevó a remolque al puerto de Ingeniero Whitte, desde donde zarpó en febrero de 1945 con destino final a Buenos Aires. El barco que alguna vez había sido el orgullo naval de Patagones hasta los años setenta surcaba las marrones aguas del Paraná, con cargamentos de naranjas.
El frustrado empresario naval se dedicó finalmente al oficio que bien conocía, el de mecánico de automotores, con un taller instalado enfrente del puerto ya para entonces en decadencia. Más tarde fue concejal municipal, en la década del ’50, y falleció en 1972. Añoraba siempre aquellos tiempos de enorme expectativa en el progreso de la navegación comercial del río Negro, convencido de la validez de los intentos de su padre y el suyo propio. En cuanta conversación le fuera posible exponía sus ideas sobre el particular y aseguraba que un conjunto de intereses contrapuestos habían asfixiado su incipiente emprendimiento.
Preciosa informacion tomada de aquí y de allá y puesta en este valioso artículo