Entre los temas relevantes de esta semana que termina, de los más hablados y comentados, tenemos la audiencia judicial pendiente para que se determinen las penas que corresponden que cumplan los condenados por la fatal explosión de la escuela de Aguada San Roque.
Con todo el dolor de madre, Norma Albarrán pidió que el juicio de cesura para fundamentar la pena lo pudieran hacer antes de diciembre, pero es claro que tienen voluntad de dilatarlo.
Pero no me quiero detener en este tema puntual, aunque a algunos no les haya gustado y se hayan sentido ofendidos, funcionarios que no han hecho nada, que se suben a temas con el único efecto de hacer declaraciones de ocasión pero se sienten ofendidos ¡ay, Dios!
Lo que he notado es que sobrevuela en los temas que venimos viendo una sensación de incertidumbre fea, como un vacío que nos cuesta completar. Me he preguntado íntimamente –y les propongo que reflexionemos juntos– por qué cada tema que tocamos, que tiene algún costado judicial o algún aspecto que necesitaría una intervención o una actuación del Poder Judicial, nos genera esta sensación de vacío, de carencia, de faltante.
Y me parece que la causa de esta sensación de inseguridad, de inquietud, de intranquilidad tiene que ver con una ausencia actual y con un horizonte que no se ve mejor.
Nos falta la protección ciudadana de un servicio de justicia que nos haga creer que, en algún momento, de alguna forma, con alguna autoridad, hay un lugar seguro donde las cosas irregulares serán revertidas y los infractores sancionados.
Esta parece, en mi opinión, percepción y sensación y todo nos irrita porque no se nos viene a la mente que haya una autoridad judicial creíble y legitimada para dar una voz de tranquilidad en el tema.
No le creemos a nadie, en realidad. Hablamos de la vergüenza incomprensible de posponer a febrero 2025 la realización de una audiencia para fijar las penas del gravísimo hecho de Aguada San Roque y nos irrita porque, en nuestro interior, tenemos la impresión de que la solución no es compleja.
Pero no creemos que nadie en el Poder Judicial vaya a mover un dedo para corregir el error que angustia y apena a mucha gente que necesita cerrar esta etapa. No esperamos nada del Poder Judicial, no creemos en el Poder Judicial y eso nos afecta íntimamente, nos intranquiliza, nos desequilibra, nos da sensación de vulnerabilidad.
Sin un Poder Judicial firme, presente, legitimado, creíble, la Democracia en la que vivimos está totalmente debilitada, limitada, parcializada. Democracia sin Poder Judicial independiente, presente y comprometido con su función, no es Democracia plena.
Como ciudadanos, todos los días vemos cosas que nos parece que no están bien. Vemos personas que violan reglas de convivencia. Vemos personas que delinquen. Vemos personas que abusan de su posición en la función pública. Vemos distintas áreas del Estado que no hacen lo que deberían hacer.
Hay incumplimientos, hay abusos, hay delitos, pero el Poder Judicial no está presente, no luce como una opción real y efectiva.
Y eso nos hace menos ciudadanos, porque tenemos –insisto– una Democracia debilitada. Para que todos aceptemos la vida en comunidad, para que asumamos y respetemos que mis derechos terminan donde comienzan los derechos de los demás, ese pacto debe ser general y aceptado por todos.
Si eso no se respeta y no existe ninguna autoridad que modere esos desvíos, que intervenga, que reencauce, que repare, que solucione conflictos, el problema es grave.
Y lo que hoy tenemos desplegado en la Provincia como Poder Judicial, en términos generales, creo que la sociedad no lo percibe como el lugar seguro para superar la inquietud que nos provocan los temas que están mal y la gente que se conduce mal, al margen de la ley.
No podemos negar que el Poder Judicial está desprestigiado por varias causas y motivos. Ojo, quiero aclarar que en esta reflexión hago consideraciones generales y abstractas, que me vienen por el enorme conocimiento y los muchos temas que hemos tratado en el programa por AM Cumbre 1400.
No niego que existirán muchas personas idóneas, preocupadas, comprometidas y que hacen su trabajo. Las respeto y las apoyo. Pero sepan que, lamentablemente, están desdibujadas y opacadas por una mayoría de personas que nunca debieron ingresar a ocupar esas funciones, que no las honran, que no tienen ningún interés en cumplir sus deberes y en ser funcionarios y funcionarias públicas que sirvan a la comunidad y a los ciudadanos.
Son muchos los ejemplos de personas que han ingresado al Poder Judicial rodeados de severas dudas sobre la idoneidad y la independencia para el desempeño de los cargos. Hay muchos hilos que se ven demasiado y hasta en muchos casos ni se preocupan en disimular (al contrario, parece que algunos y algunas se enorgullecieran en exteriorizar supuestas lealtades a las fuentes de sus designaciones).
Entonces sí han logrado ingresar a la función judicial personas que no tenían, no tienen y no tendrán jamás las idoneidades necesarias, solo seleccionadas por las promesas de subordinación a directivas externas al Poder Judicial, es evidente que se anula cualquier chance de independencia judicial.
Y sin independencia auténtica, no hay posibilidad alguna de poner freno a los abusos de poder, a la corrupción, a los ilícitos, a los incumplimientos legales de cualquier tipo.
Los malos funcionarios intoxican la organización judicial, la enferman, le restan capacidad de intervención oportuna y efectiva cuando la comunidad necesita tener una demostración de ese lugar seguro, como debería ser el Poder Judicial. Es realmente grave lo que estoy tratando de compartir como reflexión.
Sin Poder Judicial independiente integrado por personas idóneas y con compromiso ético, no es posible pensar en una Democracia completa.
Podremos decir que vivimos en libertad, pero no tenemos garantías contra los desvíos de quienes no respeten la libertad ni nuestros derechos individuales y colectivos como ciudadanos. Tal vez, propongo pensar, las acciones del pasado que han definido los perfiles inadecuados para integrar el Poder Judicial, han buscado el efecto que hoy se nos presenta como evidente, por eso tal vez no hay una lucha real contra la corrupción política, no hay una lucha real contra los delitos de impacto económico regional.
Y cuando hablo de acciones del pasado, hablo de las acciones deliberadas de los Poderes Ejecutivos, Legislativos, Consejos de la Magistratura, Colegios de Abogados, autoridades de todos los bandos y colores, que han perseguido esta finalidad viciosa, o no han impedido que otros cometan estas acciones que nos han moldeado este Poder Judicial frágil, ausente, en el que no se logra confiar y sobre cuyas acciones e intervenciones hay una bajísima expectativa social.
Sin Poder Judicial independiente y con personas formadas y éticas, la Democracia no será completa y no podremos superar este nudo que se nos hace entre el estómago y el pecho cada vez que conocemos de acciones de gobierno mal hechas.
Ese nudo debe ser provocado por la decepción que nos invade al no confiar en que el Poder Judicial vaya a actuar en forma transparente, decidida, firme, con la convicción de proteger al ciudadano contra los abusos de poder y la corrupción. Me parece claro que se han cometido desvíos en el pasado respecto a las acciones que debieron ser realizadas si es que se pensaba en tener un Poder Judicial legitimado y que reforzara los pilares de la Democracia y el Estado de Derecho.
Ahora, si las acciones desplegadas buscaban crear un Poder Judicial hueco, inofensivo, carente de legitimidad, con pésima imagen social, sin credibilidad, tal vez debamos reconocer que los malos han hecho buen trabajo alcanzando el objetivo que se fijaron.
Si los malos ganan, los ciudadanos de bien perdemos. No hay grises ni medias tintas. Si alguno o algunos han provocado con sus acciones estas grietas que ponen al borde del colapso al Poder Judicial que hoy tenemos, no olvidemos que pudieron llegar a los lugares que ocuparon por el voto popular en cargos electivos y seguramente en listas sábanas.
Un Poder Judicial deslegitimado, que busca proteger a los delincuentes en toda su dimensión, que es un botín de guerra político donde se designan a obedientes y mediocres, es un obstáculo grave para una Democracia real, auténtica y completa.