La historia desopilante de lo que fue la construcción de la primera radio a transistores en la Argentina, contada por Jorge Schussheim.
Como la llegada de los celulares, los electrodomésticos o el control remoto, la aparición en la Argentina de las pequeñas radios a transistores marcaron una época. Hasta ahí, mediados del siglo pasado, toda la comunicación radial se establecía a través de aparatos que en su interior tenían un sistema de válvulas con cristales semiconductores de sulfuro de plomo (galena) que permitía captar las ondas hertzianas a media o larga distancia. Eran muebles de madera de importantes dimensiones que luego fueron modificando para hacerlas más atractivas y hasta incorporadas a equipos para la reproducción musical (los recordados “combinados”).
Pero el desarrollo tecnológico mundial observó que aquella forma de comunicación por aire era una imperdible forma de transmitir información y luego publicidad de los productos que ampliaban sus ventas y financiaban las emisoras. No fueron las grandes marcas de fabricación de aparatos de radio (RCA, Philco y Emerson, entre otras) las que se interesaron en lanzarse a esta experimentación de reemplazar las válvulas por pequeños transistores que cumplían la misma función pero en aparatos portátiles. Fue una empresa que se dedicaba a la industria petrolera y de la Armada norteamericana (Texas Instrument) y su socia IDEA (Industrial Development Engineering Associates), quienes cubrieron el mercado de Estados Unidos primero y luego el mundo con la histórica radio a transistores Regency TR-1, a mediados de 1954. Paralelamente en Japón, se ponía en marcha la construcción y venta de la también histórica Sony TR 55, en agosto de 1955 que se transformó dos años después en la TR 63 «la primera radio de transistores de bolsillo del mundo».
Made in Argentina
El múltiple artista argentino Jorge Schussheim contó en varias oportunidades una historia personal que incluía a su padre y la fabricación en 1959 de la “primera radio a transistores” hecha en nuestro país y que se llamó comercialmente City Bell.
Esta es la historia contada por el propio Schussheim: “Papá había visto ese modelo en Sanyo, en Tokyo. Trajo una, la copió por fuera y desarrolló un circuito súper económico del que todas sus partes importantes eran fabricadas por él en diferentes fábricas. En una se hacían las matrices, en otra los condensadores variables, en una tercera las antenas de ferrite, en otra tuercas y tornillos y así.
El primer juego de transistores Raytheon se lo había traído don León Piotrowsky, que se jactaba de introducir cualquier cosa de contrabando «no más grande que una locomotora».
Ese juego de cinco transistores grandes y azules fue el único de los 2.500.000 que papá pagó legalmente y con factura.
Lanzó la radio a $ 2.200. Entonces el querido y recordado Marcelo Diamand lanzó una con su marca Tonomac a $ 2.100.
Papá, que como lo he contado antes, era un genio, rediseñó el circuito, le sacó todo lo que pudo sacarle y la bajó a $ 1.100.
El mercado se le rindió a sus pies.
Las radios las armaban diferentes armadores privados que recibían los kits y le llevaban el producto final. En un piso en la calle Sarmiento casi Larrea, la primera oficina era la de papá y su maldito socio Saverio el Cruel, adonde había un escritorio usado nada más que para jugar a la quíntuple generala todas las tardes de 17 a 19 con el señor Katester y con Armandito, uno de los armadores (como su nombre lo indica), con la atención al público ya cerrada. Este último menester se realizaba en la oficina contigua, adonde detrás de un largo mostrador con tapa de linóleum verde, había dos grandes carteles:
«Sólo en efectivo» y «No damos factura». Al lado, un barril metálico que decía «Service» al cual mi viejo arrojaba con máxima violencia las radios que no andaban o andaban mal y que le traían los clientes, tras lo cual, y en completo silencio, les entregaba otra nueva y les hacía un gesto con la mano de «mándese a mudar».
Al principio yo correteaba esas radios junto con mi primo Dondín Frayssinet. Un mediodía entramos a un negocio en Juramento frente a la estación de unos hermanos Armiento (así, sin S). El que nos atendió no sabía qué hacer para echarnos, hasta que al final me dijo, de puro compromiso, «Pero, ¿andan bien?». Yo, como toda respuesta, prendí una, y apareció un locutor que, casualmente y para nuestra suerte, emitió un rotundo: «Por supuesto que andan biennnnn!!!»
Armiento se impresionó tanto que nos compró las 16 radios que llevábamos en la ventanilla trasera de mi Issetta.
Un judío alemán, gran cliente y amigo de papá, vino una tarde indignadísimo con varias radios que no andaban. Cuando papá las destruyó y se las reemplazó, le dijo:
«Don Isidogo, sus gadios son una miegda, pego…¡¡qué bien que se venden!!».
Las primeras radios que se vendieron «para armar en casa», con el famoso «Hágalo Ud mismo», fue la Spika. Allá por finales de los años 60, yo tenía 10 u 11 años, mi viejo cayó un día en casa con una radio a transistores; cuadradita, negra, a pilas. Hizo una pequeña repisa, la adosó a la pared con un par de clavos y, cuando terminó, puso sobre ella, con toda delicadeza, su radio.
Dos o tres días después el viejo regresó del trabajo a la tarde y me encontró con la radio completamente desarmada y desparramada sobre la mesa; yo había estado toda la tarde «buscando al tipo que hablaba». El viejo me miró, no dijo nada, juntó la radio parte por parte, las metió en una bolsa y salió.
Por dos semanas no supimos mas de la radio hasta que apareció mi viejo con dos cajas. En una, traía su radio, completamente reparada; la volvió a colocar sobre su repisa, la encendió, funcionaba y eso lo dejó tranquilo. En la otra caja traía una cajita mas chica, me la dió y me dijo «esto es para vos y la próxima vez que toques mí radio, te dejo el culo rojo a cintazos!!». Abrí la cajita y, para mi sorpresa, en ella venía una radio Spika completamente desarmada, con un manual que explicaba todo el funcionamiento y otro cómo armarla paso por paso. Un año estuve armando esa radio y, cuando terminé, la probé y funcionaba, nunca mas pude desprenderme del fanatismo por la electrónica. Hoy tengo casi 65 años, hace 4 que estoy jubilado y sigo devorando todo lo que sale sobre los últimos adelantos en electrónica, especialmente si es industrial, que es mi fuerte.
Qué hermoso aporte! Gracias Gabriel!!
También recuerdo una anécdota risueña con la radio a transistores. Teníamos, por esos años, un vecino chileno muy amigo de mi viejo. Un día el vecino se fue de vacaciones a Chile y regresó dos semanas después. Apenas llegado fue a mostrarle a mi viejo lo que traía de Chile; «me compré una radio importá!!» le dijo y le mostró su radio a transistores; por ese entonces cuando se hablaba de «importada» se hacía referencia a los que venía de Europa o Japón. Mi viejo tomó la radio, la dió vuelta y atrás tenía un sello que decía «Industria Argentina»; el vecino la había comprado en Chile y, para ellos, «era importada»!
jaja hermosa anécdota!! Muchas gracias Gabriel!!