La antropóloga del Conicet, Laura Marina Panizo, fue galardonada con el premio Mejor Artículo de Antropología Iberoamericana 2022. Aquí publicamos un capítulo escalofriante de su experiencia en la investigación.
La investigadora desarrolló un ensayo donde aseguró que “sucesivas experiencias de familiares de desaparecidos en la última dictadura militar en la Argentina me hicieron advertir, en el marco de mis investigaciones anteriores, sobre los muertos y su relación con los vivos. Experiencias de vecinos de la zona de Chicureo, en Santiago de Chile, en íntima relación con ´fantasmas´, volvió a plantearme interrogantes sobre las diferentes situaciones en las que los fallecidos intervienen en la vida cotidiana de los vivos.”
No obstante, “las diferencias más evidentes entre los fantasmas en el caso de los desaparecidos y los fantasmas de Chicureo son que en el primer caso se trata de experiencias de personas adultas y que la relación entre vivos y muertos está fundada exclusivamente a partir de la muerte violenta de sus seres queridos. El caso de los vecinos de Chicureo se trata niños que se comunican con muertos ajenos, es decir, pérdidas que son de otros. El objetivo del ensayo es, junto con exponer mis primeras aproximaciones a la temática, encontrar espacios de diálogo con trabajos que desde las ciencias sociales traten sobre las creencias acerca de la vida y la muerte y permitan poner el centro de atención en la agencia de los muertos”.
El Conicet en su página de noticias informó este viernes que “la Asociación de Antropólogos Iberoamericanos en Red (AIBR) distinguió con el premio al Mejor Artículo de Antropología Iberoamericana 2022 a la investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES, UNSAM) Laura Marina Panizo por su artículo ´Los fantasmas de Chicureo: Convivir con muertos en el barrio de Colina, Santiago de Chile”.
La niña que habla con fantasmas
Uno de los capítulos con que se inicia la publicación se refiere a la experiencia de la antropóloga vivida en el barrio de la capital chilena, se titula “Arianna y Santiago” y dice: “Arianna es una niña de ocho años de edad. La delgadez de su cuerpo muestra algo de su fragilidad. Es tímida, dulce y silenciosa. Pelo abundante, lacio, con una caída pesada hasta la cintura. Rubia y de ojos grandes y achinados a la vez. Yo no estaba haciendo trabajo de campo cuando empecé a conocerla en profundidad, estaba en la cocina de mi casa y ella también, tomando la merienda con mi hija. Mientras yo lavaba los platos empecé a escuchar relatos que no podía dejar de prestar atención. Le contaba a mi hija que veía fantasmas. Que le daban miedo. Que a veces no podía dormir. Mi inquietud se fue agudizando a medida que Arianna avanzaba con los detalles. Me acerqué y le pregunté de qué tipo de fantasmas hablaba. Me dijo que eran personas muertas, en su mayoría desconocidas para ella, y que por eso le daban miedo. Las denomina espíritus, fantasmas, gente muerta, según el tipo de entidad. A veces ve a su «abuelito» (muerto) que llega para darle seguridad. Como si fuese un ángel. Me dijo que además de muertos que le dan temor, ella tenía ángeles. Me dijo también que su abuelito la usaba como canal de comunicación para mandarle mensajes a su abuela (viva). Que la mamá le dijo que no se tenía que preocupar por ello. Que podía ver fantasmas porque era una nena muy dulce y tal vez tenía una misión. Que de grande podía ayudar a muchas personas para que se comuniquen con seres queridos.
Arianna repetía lo que le había dicho su mamá y cuando dejó de hablar, mi hija me interpeló enojada: «¿Por qué nunca me llevaste al cementerio a ver a la bisabuela Pirula?» Pensé en mi abuela Pirula y mis otros fallecidos. Malena trajo a nuestros muertos a la conversación. Estaba reclamando una comunicación con sus antepasados. Quería como Arianna comunicarse con sus seres queridos a los que, según ella, yo no les había dado un lugar. De repente la conversación sobre los fantasmas y muertos terminó. Ellas pasaron a otra cosa, salieron a la calle a jugar. Dejaron a los muertos y agarraron la bicicleta.
Pero el tema había quedado ahí entre las paredes de mi cocina. Y yo no podía dejarlo ir. Pensé enseguida: los niños saben correrse de los lugares y las cosas con mucha facilidad. Cuando llegó la noche y entró a mi casa Pamela, la mamá de Arianna, con otro de sus hijos, Esteban, no pude evitar preguntar. En esa oportunidad estaban también mi marido y mi otro hijo, Felipe. Le comenté lo que nos había contado Arianna y aseveró que sus hijos tenían ese «don». Esteban habló de los fantasmas que él también veía. De cómo se asustó con el hombre de la ventana y más aún con el de la bañadera. Dijo que estaba tratando de averiguar quién era el hombre de la bañadera. Mi marido no podía siquiera emitir palabras. Felipe estaba asustado, y antes de que los vecinos se fueran preguntó si en nuestra casa había fantasmas también. Pamela le dijo que no, que se quede tranquilo. Esa noche Felipe tuvo miedo para ir a dormir, pero al otro día se olvidó completamente del tema. Y yo me quedé pensando nuevamente en cómo los chicos pueden desplazarse de los lugares con facilidad.
Pero pasaban los días y yo seguía anclada allí, en los muertos ajenos y también los propios. ¿Por qué nunca había llevado a Malena al cementerio? ¿Por qué ella quería también entrar a una realidad como la de Arianna? Después de esta experiencia otros relatos sobre fantasmas empezaron llegar. Fue como dejar caer la primera pieza de un camino armado con 478 LOS FANTASMAS DE CHICUREO fichas de dominó. Y a medida que se iban volteando las fichas, unas con otras, aparecían no solo nuevos relatos, sino nuevas ideas y formas de indagación. Tal vez las fichas representen las estructuras que voy dejando caer. Una de esas fichas caídas la derribó Santiago. Santiago, al contrario de Arianna, es versátil, revoltoso. Cuando habla tropieza con sus palabras, pero no deja de hablar. Se cae y se levanta una y otra vez. Sus ojos son inquietos, como sus pensamientos, y transparentes como su ingenuidad. Es alegre, divertido, sociable, cariñoso.
Pero no era así cuando convivía con fantasmas. Cuando llegó a Santiago de Chile desde Buenos Aires, al igual que nosotros, su papá ya se había instalado, esperando la llegada de él, y el resto de su familia (su hermano y su mamá). Apenas entraron a su nuevo hogar, Santiago, de casi cuatro años, volvió a salir por la puerta, arrastrando una valija con la fuerza primitiva de un niño valiente. Como si hubiese sido expulsado dijo con convicción: «Esta no es una casa para niños». Pero sus padres le pidieron que volviese a entrar. Era de noche, creo. O así me lo imaginé mientras Lore contaba.
Los padres de Santiago pensaron cuan dificultoso les podía resultar a sus hijos haberse ido de su país, de su barrio, lejos de familiares y amigos. Pero el tiempo pasaba y Santiago seguía pensando que ese lugar no era para habitar. No solo lo pensaba, así lo sentía también. Estaba apagado, sin energía, eternamente cansado. Abatido al irse a dormir por las noches y por las mañanas también. Era porque Santiago veía gente muerta. Gente que habitaba en su casa. No se sentía cómodo en su nuevo hogar, pero tampoco podía conectarse con la realidad a la que se conectaban los demás. En el colegio le diagnosticaron autismo. Su abuela le dijo que los fantasmas no existían, cuando él le quiso explicar. Pero su mamá, que nunca antes había escuchado sobre esas cosas, lo empezó a entender/ atender. Santiago entonces le hablaba algunas veces de lo que veía, y otras veces no. Pero no siempre podía hablar. El fantasma lo amenazaba. Era una presencia que se manifestaba físicamente, y que había sido vista por otros vecinos también. «Ese hombre que está en tu casa expulsó a otros inquilinos», le comentaban a Lore.
El fantasma de las destituciones le decía a Santiago que cosas malas le iban a suceder. Lore lo escuchó y le dio lugar. Le dio lugar a Santiago, y al muerto que hablaba con él. Entonces dejaron esa casa y ella empezó a investigar terapias holísticas alternativas para entender. El autismo se fue. «¿Qué medicamento le dieron?», preguntaron en la escuela. Pero no le habían dado ninguna medicación. La solución fue la mudanza, y dejar a los fantasmas atrás. ¿Será que ellos están anclados en un punto del que no pueden salir? Santiago hoy tiene una maravillosa voluntad por zigzaguear la vida. Es que ya no están los fantasmas acechándolo. Ya nadie absorbe su encantamiento. «Me gané un diploma al mejor estudiante de inglés», me dice entusiasmado a la salida de la escuela. Pienso a Santiago como un anfibio. Envidio sus transformaciones, su dominio, su hiperactividad. Sabiendo que pudo salir, quisiera preguntarle ¿Cómo podría hacer yo para entrar si no quiero quedarme?”.
Como es habitual en las revistas de jerarquía científica, las publicaciones deben realizar un recorrido interno y externo de estudio y análisis por parte de especialistas. Esas auditorías otorgan mayor prestigio a cada una de las difusiones que se realizan. En este caso, se indicó que el artículo de la antropóloga argentina se recibió el 5 de septiembre de 2020, fue admitido el 1 de septiembre de 2021 y publicado en el último cuatrimestre del año pasado.
El premio “significa un reconocimiento muy especial, no solo porque viene de la mano de la prestigiosa Asociación de Antropólogos Iberoamericanos en Red, sino porque se trata de un texto en el que reflexiono desde mi trayectoria académica acerca de las temáticas referidas a la muerte violenta, sobre un tema que se va haciendo un lugar tanto en el espacio doméstico como el laboral!”, sostuvo la antropóloga Laura Panizo.