Labrinizado hasta el más mínimo detalle musical, estético y organizativo, la presentación del homenaje a Alfredo Zitarrosa con la presentación de Guitarra Negra y otras obras, fue un estruendo de belleza. Una voz Apompeyada, cinco guitarras Alfredianas y cuerdas y voces, hicieron una noche Sanampayesca.
Y porque todos los dolores se enfilan como una cordillera vertebral en nuestro continente, las palabras se abren de par en par para mezclarse y sonar con nuevos contenidos.
Zitarrosa lo hizo en su momento, en los durísimos años 70 cuando la muerte le rondó los talones uruguayos y su talento fue expulsado primero a Europa y luego a México. Naldo Labrín lo hizo ahora, exprimiendo los sonidos que estrujan la belleza en el lóbulo, en el parietal, en el músculo adormecido y banal de una pantalla demandante. Pompeyo Audivert también lo hizo en voz, en entrega, en una conmoción que acalló las Minerva de la imprenta donde trabajaba de joven.
Impecables Sanampay y la Camerata del Comahue, dolorosa la despedida de Malén Marileo y bienvenida la llegada de un tecladista reginense. Todo en una noche de cita con Zitarrosa y con nosotros mismos, quienes estuvimos allí.
Porque abrimos nuestros paisitos más queridos cuando Pompeyo en Alfredo preguntó ¿cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra? Y en esos paisitos, los años 70 y 80 y nuestras Noes, Ineses y Lolines, nuestras Susanas y Alicias, nuestros Caítos y Enriques, nuestros Oscares, y los 30 mil eternos y recientes.
Y en esa remoción de músculos y luchas, en esas “alas que me puse para volar”, no anduvo la muerte sino la vida, la inmensa sonoridad del arte, las Lauras que corren por las venas Labrinescas, los Sanampay de México y Neuquén, las guitarras negras que nos pueblan, como un marronazo de esperanza, en este Neuquén for export, en esta frenética huida hacia adelante para no ser alcanzados por los sismos, por el bolsillo atroz, por el click del hambre.
Las emocionantes Alfredianas, un violín como el de Becho, una Zamba por vos a coro con el público, las 10 Décimas como un catecismo eterno, lo que Crece desde el pie y ese bisturí del Adagio a mi país, estuvieron en el menú. Se le sumó la canción de Naldo para el bicentenario, desde esta tierra.
Qué fue de nosotros en cada punteo de guitarra, en cada coro, en las mil pulsaciones de ese verso atropellado de imágenes, en esa milonga aneuquinada, en ese dolor más atroz que ser feliz de Stefanie. Adónde fueron a parar nuestras calles de casetes copiados, nuestras consignas continentales, aquellas milongas sangrantes del perro que criamos, vagando por tus anchas veredas.
Los 18 músicos y el Maestro Labrín y Pompeyo Audivert y un teatro conmovido y zitarroseado, salieron en la noche de este sábado poblados de vida, con nuestros años al hombro, como bandera.
Que nota enorme, que altura, parte de nuestra historia ahi