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Una noche de dados, alcohol y sangre en el boliche

Mario Novack
Por Mario Novack
Un hecho policial que conmovió a la región y el pedido de salir de la cárcel, del autor.

Fue una madrugada distinta esa del primero de agosto de 1911. Noche de alcohol y sangre por la partida de dados en un boliche del Lago Argentino. Algo que de tanto en tanto ocurría en las horas de esparcimiento que buscaban los peones de los campos cercanos.

El entretenimiento habitual en el boliche de Juan Stunver, era jugar a los dados y el que resultaba perdedor debía hacerse cargo de la vuelta de copas que habían consumido quienes participaban en el juego. Como todas las noches se anotaron Manuel Romero, Federico Vázquez, Antonio Quilodran, Pedro Mena y José Fortuna.

“Mire sargento, estas cosas pueden suceder. Usted sabe, el alcohol, un par de ginebras de más, le despiertan la bestia a cualquiera y más cuando la “pica” viene de antes”, dice como en una oración bien aprendida el bolichero Juan Stunver.

“Cómo se llama el muerto…?«, preguntó el sargento Burgos, a cargo de la partida. “Además hay un hombre herido, fue el que lo acuchilló…?». El tono imperativo del policía hizo retroceder al resto de los paisanos que esperaban cerca del mostrador.

 “El muerto es Domingo Mena y el herido se llama Marcos Quilodrán” atina a decir el dueño del boliche como tratando de agilizar la actuación policial.   Es 1911 y el territorio de Santa Cruz una extensa soledad fría y ventosa. “Preguntele a Fortuna o a Romero, ellos lo conocían muy bien al finado. Seguro le darán más pistas sobre el motivo de la pelea.”

El bolichero sudaba por el interrogatorio a que era sometido. El escribiente lo miraba de reojo y hasta deslizó una frase que lo incomodó: “ustedes los bolicheros viven de la paisanada que va a emborracharse y les sacan la plata”.

Stunver recogió el guante y tuvo una respuesta casi hiriente: “igual que ustedes que viven de los estancieros. Acaso este no es el campo del señor Carlos Henstock, que los autorizó a instalar el destacamento policial y la estancia que administra Argentino Podestá les brinda el alojamiento, además de los víveres para la dotación policial?.”

El sargento clavó su mirada en el papel sumarial y eligió no intervenir en la conversación. Era efectivamente cierto todo lo que el dueño del boliche decía. La estancia de Henstock, un ganadero de origen anglo sajon que, se radicó en la Patagonia en el año 1901, estaba en las inmediaciones del Lago Argentino, al pie del cerro Comisión, sobre el río Centinela y él mismo había autorizado que el Destacamento funcionara allí.

El escribiente Espíndola cerró el dialogo y pensó que dentro de todo eran jornadas tranquilas las que ahora se vivían en la zona. No había casos de cuatrerismo como otrora sucediera con las andanzas del afamado Ascencio Brunel. En síntesis, había trabajo y mucho, con el poblamiento de estancias dedicadas a la ganadería ovina.

“Fortuna, José” gritó para llamar al próximo testigo. Un paisano asustado, conmovido aún por el hecho de sangre se fue arrimando a la mesa donde se tomaba la declaración a los testigos del crimen.

 “Que vió usted? ¿es cierto que la bronca venía de antes?» José Fortuna dejó de frotarse las manos y atinó a responder. “No sabría decirle con certeza, pero últimamente no era el mismo trato que cuando decidimos juntarnos acá a jugar a los dados.”

“Le puedo decir que nosotros tres, Romero, Vazquez y yo, nos levantamos de la mesa porque ellos debían definir, como perdedores, a quien le correspondía pagar la vuelta”. ¿Eran muchas copas?, interroga el escribiente. “Sí varias, dice Fortuna. De pronto escuchamos una discusión donde se agredían mutuamente”.

“Y entonces…?, pregunta el escribiente. “Entonces todo pasó como un suspiro”. Vimos  que la discusión fue subiendo de tono y Quilodran le pegó una trompada a Mena que lo hizo caer al tiempo que también le “prendió” una puñalada en el pecho”. A pesar de actuar rápido tratando de separar, cuando lo hicimos, Mena ya estaba muerto y Quilodran con dos heridas.”

“Le pegó la trompada con el puño izquierdo y el finado cayó sobre la mesa, pero Quilodran ya tenía el cuchillo en su mano derecha y le dio el puntazo en el corazón. Cuando se le fue encima tenía las ansias de la muerte”.

“Cómo dice?, interrumpe el escribiente. “Las ansias de la muerte señor. Romero, otro de los que estaba con nosotros, lo agarró por detrás tratando de pararlo porque quería seguir metiéndole tajo al finado Mena”.

“Bueno Fortuna, vamos a preguntarle a los otros hombres que estaban con el muerto y el detenido en la partida de dados. A ver”, vuelve a alzar la voz, “Romero y Vazquez, acérquense”. El escribiente intuye que la versión de ellos será igual y así resultó luego de consultarles.

“Bueno… ahora remitiremos las actuaciones a Río Gallegos, es seguro que los volverán a llamar, así que tendrán que estar atentos”. Efectivamente fueron citados de nuevo por el juez Federico Badell, donde ratificaron y ampliaron sus declaraciones.

“Señor juez, dice el abogado defensor de Quilodran, estamos reclamando la libertad de mi defendido, porque constituye un hecho de legítima defensa.” El magistrado, recostado en el sillón de su despacho, se dispone a escuchar los argumentos.

“En todo caso, insiste el defensor, correspondería la calificación de lesiones graves y no la de homicidio. Este hombre ya tiene sesenta años y tanto tiempo de condena lo mataría de a poco”.

El juez mueve de lado a lado la cabeza y responde “ya llevamos más de dos años con este caso. Estoy armando la sentencia y el caso es simple. Quilodran lo atacó primero. Las heridas que le provocó Mena son nada más que una lesión. En cambio la puñalada de Quilodran fue directa al corazón con la intención de provocar su muerte.”

El abogado defensor enmudece y adelanta que apelará la sentencia que se conoce finalmente un 29 de noviembre de 1913, condenando a Marcos Quilodrán, argentino, soltero, de ocupación jornalero en la región de Lago Argentino, a la pena de 17 años de prisión por el delito de homicidio en la persona de Antonio Mena.

“Se vino a notificar doctor, pregunta el secretario Juan Agrelo al defensor del condenado Quilodrán. “Vamos a apelar a la Cámara con nuevos fundamentos» dice, en momentos en que abandona las oficinas del Juzgado Federal, en Río Gallegos.

Marcos Quilodran recibe en la cárcel de Río Gallegos a su abogado y espera ansiosamente un buena noticia que le devuelva las esperanzas de salir en libertad. Es una fría mañana del 4 de julio de 2014, un día después que la Cámara Penal con asiento en La Plata se expidiera sobre la apelación.

“Vea Marcos la sentencia ha sido confirmada, pero hemos logrado una reducción de cinco años. Ahora la condena establece 12 años de prisión, con lo cual después del tiempo transcurrido, la posibilidad de un indulto es esperanzadora», dice el letrado.

“Yo quiero salir doctor, siga haciendo sus gestiones”, le dice con desesperación Marcos Quilodran. El ceño fruncido del abogado es casi premonitorio, pero sin embargo acepta jugar la última carta. “Vamos a la Corte Suprema mi amigo y ahí se terminan las gestiones”.

El verano ya promedia en Santa Cruz, con un febrero agradable y ventoso. Los guardias de la U15, la Penitenciaría de Río Gallegos, ven llegar al abogado pidiendo por el reo Quilodran.

El jornalero luce avejentado como si los años se le vinieran encima cuando aquel 20 de febrero de 1915, la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó el fallo por homicidio ratificando la pena de 12 años de prisión efectiva.

Vuelven a desfilar por su mente las escenas del episodio, donde por una partida de dados y el pago de la “vuelta” de las bebidas consumidas, Marcos Quilodran matara de una puñalada en el corazón a Domingo Mena una noche de dados y alcohol en un boliche de la zona de Lago Argentino. En este juego de la vida ni la generala lo pudo salvar.

Publicado por el autor en el diario Nuevo Día, el 10 de octubre de 2020.-

ATE
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Periodista, investigador histórico y escritor con una larga trayectoria en los medios de comunicación de Río Gallegos, Santa Cruz. Actualmente conduce un programa de radio en FM UNPA, compartida con LU 14 Radio Provincia de Santa Cruz y AM 740 Radio Municipal de Puerto Deseado y publica sus investigaciones históricas en el diario Nuevo Día. Es de su autoría una Cantata de las Huelgas Patagónicas y letras de canciones. Vive en Río Gallegos
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