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Una vida entre las olas: ese desconocido comodoro Rivadavia

Carlos Espinosa
Por Carlos Espinosa
La vida de un prócer, investigada y publicada por el comodorense Rubén Eduardo Gómez.

La ciudad costera patagónica más densamente poblada evoca a su figura (bueno, tan sólo con  el grado militar más alto que logró y su apellido), y en el pago de este cronista –la muy bella Carmen de Patagones–  la arteria principal le rinde homenaje, pero tampoco se menciona su nombre de pila. ¿Qué sabemos acerca de la vida y trayectoria de este prócer? Poco, casi nada en realidad. ¿Quién fue este Comodoro Rivadavia?

Claro, es suficiente escribir  en el buscador de internet esas dos palabras –Comodoro y Rivadavia, que siempre aparecen juntas, como una marca- y brotan variadas referencias biográficas. Nos enteramos así  que era nieto de don Bernardino Rivadavia, primer argentino ungido con el cargo de Presidente –de las Provincias  ¿Unidas? del Río de la Plata, en 1826- aquel que tuvo méritos como el de la creación de la Universidad de Buenos Aires, pero nos dejó de herencia la primera deuda externa: un millón de libras esterlinas que prestaron los ingleses Baring Brothers en 1823, pronto se esfumaron en el aire (al estilo Macri-Caputo) y se devolvieron con todos los intereses recién en 1904, ochenta años después.

Podemos tomar nota de las fechas de nacimiento y muerte de Martín Rivadavia, el famoso  Comodoro: que ocurrieron  en Buenos Aires el 22 de mayo de 1852 y en la misma ciudad el 14 de febrero de 1901; y registramos también su intensa carrera naval, patrullando las costas, rescatando naufragios, comandando misiones especiales, formando cientos de guardamarinas. 

En suma, la información que aparece en la pantalla del ordenador no deja dudas: el Comodoro Rivadavia tiene bien ganada la categoría de Prócer de la Patria, es decir que el bronce le sienta bien.

Pero ¿qué hay por debajo del frío metal? ¿Cómo fue la vida juvenil de este Martín Rivadavia?  ¿Siendo un marino muy navegante pudo formar una familia y tuvo hijos? ¿Vivió en Carmen de Patagones? ¿Cómo y por qué murió con apenas  49 años? ¿Por qué le pusieron su nombre a la ciudad  costera de la provincia del Chubut?

Rubén Eduardo Gómez y su libro sobre el comodoro Rivadavia.

Estos interrogantes están respondidos en las 254 páginas del libro titulado “Él, Comodoro, una vida de Martín Rivadavia”, autoría del poeta y editor Rubén Eduardo Gómez, nacido y residente en la misma Comodoro Rivadavia, publicado por el sello Vela al Viento, ediciones patagónicas.

“El presente libro es una novela y no una biografía ni un libro de historia regional” advierte Gómez desde la introducción.

En un texto escrito especialmente para Alerta Digital el autor explicó en detalle cómo sucedió su abordaje a la historia de vida de Martín Rivadavia.

“La investigación y la escritura de la novela me llevó alrededor de un año y medio. La información estaba fragmentada, como si se escondiera del público, como si de un gran rompecabezas se tratara. Fue un proceso en el que a medida que encontraba información la iba volcando en un archivo primero por orden o por tema y siempre en forma cronológica. Parece que ese año y medio fuera poco tiempo pero fue una tarea cotidiana por lo que trabajé en ella casi todos los días, y tuve la suerte de que  cada una de las personas que contacté para que me ayudara a conseguir más datos, lo hacía con celeridad y mucha disposición. Fui muy afortunado.

Todas las biografías que he leído soslayan la infancia y la adolescencia de los próceres, como así también su historia de amor. Era mi intención, ante la falta concreta de datos en esos lapsos de su historia, contarlos de manera que fuera una biografía humana, que hiciera hincapié en una vida y no en una enumeración de logros y éxitos. La vida de cualquier ser humano está habitada por muchos momentos de dolor, de pérdidas, de desgarros, de heridas, de intenciones y fracasos, y por supuesto de personas, hechos y coyunturas que modifican las decisiones y muchas veces nos obligan a tomar otra dirección con el timón en la mano. Fue en esos momentos en los que tuve que crear ambientes, situaciones e imágenes que me ayudasen a contar sobre la vida de este extraordinario hombre, un hombre que es más nombrado que conocido, la historia del hombre detrás del nombre de mi ciudad.

CRUCERO ACORAZADO BELGRANO, QUE COMANDÓ EL COMODORO RIVADAVIA EN 1899.

Cuando me senté a investigar sobre la vida de Martín Rivadavia, lo hice motivado por una inquietante curiosidad. A medida que iba descubriendo aspectos de su vida me maravillaron todos los momentos y tuve la sensación de que allí había una historia que contar, una historia que debía compartir. Me sorprendió su resiliencia, esa capacidad de levantarse ante las adversidades y las dificultades cuando todo parece dispuesto para que no pudiera levantarse de uno u otro golpe. Pero lo que más me llamó la atención fue su osadía y valentía cuando se hacía a la mar, la honestidad en el trato con superiores y subalternos, la forma en que rehuía de las luchas intestinas entre hermanos (que me hizo recordar a San Martín), y su habilidad y honradez a la hora de negociar con grandes empresas navieras la compra de naves para el país”.

Hasta aquí el comentario de Rubén Eduardo Gómez, acerca de su libro “Él, Comodoro, una vida de Martín Rivadavia”. Después de leer la obra este cronista puede afirmar que los objetivos propuestos fueron alcanzados. Porque al hurgar en el revestimiento broncíneo encontró al bravo hombre de mar, de carne y hueso, con sus debilidades y fortalezas. Un hombre de verdad, en suma.  

Para quienes vivimos en Carmen de Patagones y transitamos por su casco histórico la obra depara sorpresas muy interesantes. Descubrimos que el  prócer epónimo de su calle céntrica encontró aquí al amor de su vida –Isabel Crespo Miguel, miembro de una tradicional familia con raíces de los primeros colonos españoles-  y que su suegra –Melitona Miguel de Crespo, distinguida dama patagonesa- habría de ejercer una sugestiva influencia en algunas de sus decisiones.

COMODORO MARTÍN RIVADAVIA, UN PRÓCER POCO CONOCIDO.

Los capítulos “Isabel” y “Chinchinal” describen, seguramente más en el terreno de lo ficcional que en el de la rigurosidad documental, intensos momentos que transcurren entre San Blas (donde Martín Rivadavia realizó una valiosa tarea de  relevamiento hidrográfico) y Patagones (en su cargo de jefe de la Escuadrilla del Río Negro, y como productor ganadero ovino en un campo de las afueras del pueblo), donde aparecen otras figuras significativas de la época, como el general Conrado Villegas y el cardenal Juan Cagliero.

También se mencionan hechos poco recordados en la historiografía de la Comarca de Viedma-Patagones: la responsabilidad de Martín Rivadavia en la construcción del faro del río Negro, inaugurado el 25 de mayo de 1887 en donde años más tarde crecería la villa marítima El Cóndor; y su rol como presidente fundador del Club Social de Patagones, en agosto de 1886, en el atisbo de una carrera política local que luego dejaría de lado.

Como breve muestra del clima literario en el que se describe el primero de esos episodios se transcriben los siguientes párrafos, de páginas 169/170:

“1887. Enero ardía en Carmen. Tanto calor, tanto. El sol se derramaba sobre todo y el viento hacía un desparramo con el aire derretido, el polvo que no sabía asentarse y las matas de voluntad seca. Caminar, respirar y hasta pensar se hacía pesado afuera.

Rivadavia fiscalizaba los trabajos en el faro al que cuidaba como si fuera un hijo más. Sabía que, una vez erigido allí, en la boca, le daría seguridad a las operaciones comerciales y también para resguardarse del peligro que representaban las tormentas en alta mar, a poco de la costa. Iluminaría la entrada el río. Currú Leuvú. Como si fuera un hijo más. Iba a verlo todos los días, notaba cada avance.

Le habían avisado que los hijos de Don Bosco estarían de visita en la zona y había dispuesto a algunos de sus subalternos para cuidar el área y estar atentos a los niños que educaban los salesianos. Sabía que los pupilos del Colegio San José iban acompañados por los clérigos Dallera, Aceto y Stefenelli, y que el presbítero Piccono era quien encabezaba la delegación. Y Martín fue a ver el faro y la forma en que los niños se encontraban con el río.

Ese miércoles, 26 de enero,  los chicos se subieron a dos barcas de paseo que proporcionó  la Armada, a instancias de Martín, puesto que la mayoría afirmó que ninguno había navegado antes. A poco de andar mostraron su mirar maravillado. Todo era razón para sus palabras de asombro, los brillos de la luz sobre el agua, las corrientes que pasaban debajo de los botes, el viento arremolinando la superficie, la frontera entre el río y el cielo, en pequeñas danzas de aire travieso, los troncos y las ramas desprendidas de los árboles de las orillas que navegaban más rápido que los botes, y se iban, los peces que de vez en cuando eran descubiertos por los ojos curiosos y llenos de incredulidad y alegría, y entonces la costa, vieron la costa de Carmen desde el río y esa vista fue inolvidable  para todos ellos.

(…) Al día siguiente los marineros salesianos volvieron a la costa, pero esta vez fueron recibidos por Rivadavia que les mostró el faro en construcción y les explicó las razones de su ubicación y para qué servían los que estaban, como ese, ubicados en distintos puntos de la costa de todo el mundo. Les habló de cómo esas luces les permitían a los navegantes saber dónde estaban y sortear los peligros. Les contó muchas historias y anécdotas de su trabajo en el mar y lo hizo con la pasión de marino que latía en él. Esa tarde hubo varios niños que dijeron haber descubierto que querían ser marineros.”

Con el mismo vibrante tono narrativo Rubén Gómez aborda uno de los más importantes derroteros encabezados por el protagonista, cuando en su carácter de ministro de Marina le cupo comandar al Crucero Acorazado Belgrano en un viaje especial. Fue en febrero de 1899 navegando hacia el extremo sur, a través de las  aguas borrascosas de la conjunción del Atlántico con el Pacífico, llevando como pasajero ilustre al presidente Julio Argentino Roca hacia el encuentro con su par chileno, Federico Errázuriz, con el objeto de cimentar la paz entre ambos países con un abrazo y un acuerdo diplomático firmado en Punta Arenas.

Cuenta, en la página 240: “Con su nave de alto bordo no entró por la boca oriental del Estrecho de Magallanes, como todo el mundo esperaba, sino que prefirió la difícil ruta de los canales fueguinos del sur, demostrando así su dominio cabal de la región. Con serenidad y acierto admirables, sorteó los peligros que la ruta le impuso.

En un pasaje de la travesía y entrada la noche, el general Roca, a quien confidencialmente habían llegado rumores del riesgo que corría la embarcación avanzando en la oscuridad, subió al puente con su séquito. Se aproximó al comodoro y en voz baja le murmuró la sugerencia de fondear en ese lugar preciso dado que tenían apuro en llegar al día siguiente.

El presidente no se había distanciado ni cuatro pasos, cuando con voz clara y segura , Rivadavia le respondió: “General, está en el puente el ministro de Marina”. Y en medio de las sombras siguió con la marcha.”

Así entonces, con emotividad y escenas bien imaginadas, y una impresionante acumulación de datos ciertos, todo bien intercalado en el transcurso de la novela, Rubén Eduardo Gómez nos pinta de cuerpo entero la poco conocida figura de él, el comodoro Rivadavia con su vida entre las olas.  

La recomendable lectura de este libro nos propone una atrapante navegación por las aguas de la historia, surcando canales poco frecuentes  en los maravillosos paisajes atlánticos de la Patagonia. ¡Bienvenido a nuestra biblioteca!

ATE
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Periodista, recopilador de historias de la Patagonia. Vive en Carmen de Patagones.
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