Para Videla era droga. La planta tiene múltiples aplicaciones y es un boom en todo el mundo. Regenera los suelos, fija altos valores de dióxido de carbono y toda una industria lo espera.
La primera cosecha de cáñamo industrial fue celebrada por los organismos oficiales de ciencia y técnica porque puede abrir una gran puerta para el desarrollo de esta producción en la Argentina. Entre otras características se destacó el aporte a la regeneración de suelos, la fijación del dióxido de carbono (el principal gas del efecto invernadero), además de su utilización para la industria textil, alimenticia, cosmetológica y de la construcción. Su cultivo estaba prohibido desde 1977 cuando el dictador Jorge Rafael Videla lo incluyó en la lista de drogas, a pesar de que la ONU lo había desconsiderado como tal 16 años antes. En ese momento, se lo utilizaba para la elaboración de suelas de alpargatas, entre otros usos.
El cáñamo es un eficiente regenerador de suelos, sus usos van desde fibra para la industria textil pasando por materiales para la construcción y sustitución de polímeros plásticos por polímeros naturales, pero además, los granos que provienen del cultivo del cáñamo son considerados un superalimento, por lo que existe una creciente demanda de sus aceites, harinas y proteínas en los países desarrollados.
En la actualidad, ya existen 200.000 hectáreas cultivadas de cáñamo en todo el mundo, incluyendo mercados como Europa, China, Canadá, Estados Unidos y Paraguay, entre otros. Un informe de la ONU indica que el mercado global del cáñamo podría cuadruplicar su valor estimado de 2020, alcanzando los 18.600 millones de dólares en 2027.
La empresa nacional Industrial Hemp Solutions (IHS) realizó en las últimas horas las primeras cosechas experimentales de cáñamo industrial en campos de las localidades bonaerenses de Ferré, Chacabuco y Balcarce, luego de 46 años de historia en que ese cultivo fue abandonado y demonizado por su relación con el cannabis o marihuana.
Los ensayos se produjeron gracias a un nuevo marco regulatorio en materia de Cannabis medicinal y Cáñamo Industrial, que liberó la posibilidad de hacer estos cultivos con fines determinados y además tiene grandes posibilidades de exportación.
La cosecha realizada por IHS contó con el apoyo técnico de la Universidad de Buenos Aires y de equipos de la Secretaría de Agricultura, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) y del Instituto Nacional de Semillas (INASE). Los trabajos se realizaron sobre 15 líneas genéticas que previamente habían obtenido los permisos oficiales correspondientes.
“El propósito es ‘cañamizar’ las industrias y facilitar la transición hacia las nuevas economías en pos de la creación de valor integral. De esa forma la empresa promueve el desarrollo de economías regionales, potencia el secuestro de carbono y contribuye a la regeneración de los suelos, además de generar divisas para el país, tanto por exportaciones como por sustitución de importaciones”, expresó Maximiliano Baranoff, director de Innovación de IHS.
Se trata de una empresa argentina que se dedica a desarrollar localmente el negocio del cáñamo. Ha sido pionera en ingresar al país las genéticas existentes en otros países del mundo para acelerar este desarrollo.
“El potencial de la bioeconomía argentina es enorme, y en este contexto el cáñamo se posiciona como sinónimo de desarrollo y progreso. En este marco, desde la Mesa Estratégica de Cannabis y Cáñamo Industrial del Senasa, se acompaña las evaluaciones que se vienen desarrollando en suelo nacional”, destacó un comunicado oficial.
En septiembre de 2022, IHS celebró un convenio específico con la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), bajo la coordinación del ingeniero agrónomo Daniel Sorlino, del Grupo de Estudio y Trabajo en Cannabis (GET Cannabis) y titular de la Cátedra de Cultivos Industriales.
Este convenio apunta a la evaluación de diferentes variedades de cáñamo, no sólo concentrándose en sus rendimientos, sino también en las propiedades de sus derivados para entender el impacto real que puedan llegar a producir en aquellas industrias que elijan migrar hacia el uso de estos biomateriales.
«Mediante un convenio entre la UBA y la empresa que lleva a cabo estas experiencias, es que nos sumamos a la investigación. Brindamos todo el apoyo necesario para el desarrollo de todas las variedades que tenemos en el país y su relación con el clima, particularmente en la zona pampeana. Por eso estamos recorriendo las zonas para ver cuáles se van adaptando. En esta primera experiencia buscamos adaptar la maquinaria al proceso de cosecha, y así tener un paquete tecnológico adecuado», afirmó Sorlino